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En sólo un par de semanas había conseguido que perdiera el juicio por ella. Era una diosa en la cama, nunca le habían follado igual, y los hombres suelen confundir sexo con amor cuando el sexo es bueno. El decimoquinto era viernes y a ella se le antojó tomar una copa, así que se comenzaron a arreglar después de coger. Simplemente verla maquillarse ya era todo un espectáculo.

 

Por fin, tras esperar con la paciencia del mitológico Kairós, hizo acto de presencia en el comedor. Estaba absolutamente arrebatadora. 

Bajaron tomando el antiguo ascensor de su vecindario y acto seguido salieron del portal en dirección al coche. Durante el trayecto decidieron parar a cenar, algo de pasta para él y una ensalada de estilo hawaiano para ella. Agradable conversación con tintes picantes, roces bajo los faldones de la mesa del restaurante y un chardonnay frío para acompañar una velada que se alargó en el restaurante un par de horas. 

Ella seguía con ganas de bailar, así que salieron hacia uno de los locales de moda de la zona. Allí continuaron riendo, bailando y bebiendo mezcales sin cejar de meterse mano ni un sólo instante. 

 

—¿Eres celoso? —le preguntó sonriente.

—No. Los celos son para los inseguros —respondió con cierta chulería.

 

Ella volvió a sonreír y le dio un beso en la comisura de los labios antes de dirigirse al baño para retocarse. De camino le tocó el culo a un tipo que había en la barra y le guiñó un ojo mientras se contoneaba. El tipo no lo dudó un segundo y fue tras ella. Hay trenes que sólo pasan una vez en la vida.

 

Se sucedían los minutos y su diosa no volvía, así que decidió ir a los baños a comprobar si se encontraba bien. La puerta del servicio masculino estaba abierta de par en par, no había nadie. Él había visto a un tipo entrar tras ella y no recordaba que saliera, y estaba seguro, había estado todo el tiempo pendiente de la puerta. La ira le incendió y abrió el servicio de mujeres de un portazo mientras en su fuero interno rezaba. Y allí estaba, mirándole con aquella endemoniada sonrisa, mientras aquel desgraciado le levantaba la falda y recorría su cuello con la lengua.

El diablo se apoderó de él y su cuerpo dejó de pertenecerle. Apartó al tipo con violencia. La maldita no paraba de sonreír divertida. Le reventó la cabeza contra el espejo para, una vez en el suelo, golpearlo una y otra vez. La bestia que había liberado no podía parar, sentía cómo los huesos quebraban y la sangre cálida de aquel desgraciado le salpicaba el rostro. Sólo el agotamiento pudo detenerle. 

Cuando volvió en sí miró horrorizado la escultura que habían tallado sus manos. Ella se acercó por detrás con pausada chulería y le susurró melosa: «Respuesta incorrecta, cariño, el amor y los celos son indivisibles». Y salió del baño haciendo bailar sus caderas al compás de unos carísimos Manolo Blahnik.

 

Piquito - Episodio 1, Adiós papá
Sobre «El canto del mirlo» de Carolina Barrios

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  1. Jajaja. Es importante saber salirse a tiempo.

    Cojes, das las gracias y, te retiras con la tranquilidad de no entregar la libertad a cambio de cualquier mirada.

    En la cárcel solo se puede fornicar con los otros . Y reza por no saberles tan delicioso, porque de lo contrario jamás cojeras, siempre serás cojido.

    Fabuloso relato.