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A veces te miro y se nubla la sonrisa en mi rostro. Otras se dibuja llena de luz, impresionista, como si Monet la hubiera llenado de color a pinceladas cortas, aparentemente aleatorias, pero llenas de sentido. Tu presencia o tu ausencia son cócteles químicos en mi cerebro que celebran opas hostiles para controlar mi cuerpo a tu antojo, sin que yo pueda hacer demasiado al respecto. Eres vida y muerte en este mundo onírico que son mis sentimientos, alzando o bajando el pulgar según te apetezca. Y que sepas todo esto, en cierto modo, no sé que significa para ti. Porque sé que lo sabes, y el poder genera adicciones, y tener la vida de un hombre en tus manos es una fuente de poder inagotable para una mente enferma. Porque soy tuyo, aunque me odie por ello. Aunque te odie por ello. 

Antes de ti la vida era de tonos opacos, insulsos, fríos. Los lirios simplemente eran lirios y no tu flor favorita y el jazmín el aroma que decora algunas casas en primavera, en lugar de un matiz en tu cuello. Antes de ti el malva era un color anodino, la poesía cosas de mujeres y leer una pérdida de tiempo. Pero eso fue antes de ti, porque antes de ti yo no existía, y ahora que existo no sé quién soy cuando no estás. Y te has ido llevándote el jazmín y los lirios, el color y el calor. 

A veces te miro y vuelves a estar aquí, frente a mí, sujetando mi rostro entregado, regalándome una vez más los matices de tu cuello mientras Monet vuelve a pintar la luz en mis labios. Pero sé que no eres real y esta cordura me está nublando la vida.

Sobre «El canto del mirlo» de Carolina Barrios
LA CONTADORA DE HISTORIAS | Parte II

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