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«En el pueblo casi nunca había personas, que se dedicaran regularmente al arte de enseñar y menos profesores del gobierno, por esa razón la madre de Juliana y Alfredo se encargaba de su educación y se esmeraba en enseñarles a leer, escribir, a desarrollar sus habilidades artísticas, cultivando en Juliana y Alfredo, el amor filial de ser siempre muy unidos y ayudarse mutuamente. Los niños nunca salían uno sin la compañía del otro, ya que Marceliano y Josefina sus padres les recomendaban ser prudentes y no alejarse de la casa, ni salir por las noches, más aún si esas noches eran sin lunas o lluviosas y oscuras, les advertían que en esas noches salía la luz Corredora o la llorona

Primera parte

Se decía que la llorona, para calmar su dolor y su llanto lastimero, se robaba a los niños que encontraba en su camino, los cargaba en sus brazos y se los llevaba lejos muy lejos, corriendo tan rápido, como alma que lleva el viento, y se perdía con los niños, en la oscuridad y el silencio y en el olvido del tiempo, entre aquellos árboles de Centello, que crecían en el paraje de los palos grandes, eran arboles gigantes monstruosos que caminaban de noche acompañando a los muertos.

Decían los viejos que por eso estos árboles» – María Palmera señalaba los árboles y continuaba: – «tenían tantos gusanos y tantos huecos en sus tallos, que los Centellos eran la puerta de entrada al infierno, que la llorona y la madre monte, junto con la Luz corredora, se escondían entre sus ramas y sus hojas durante el día, para que el sol no los alumbrara ni los pudiera ver y en el verano se metían dentro de los tallos huecos de los árboles y allí permanecían escondidos. 

Todos en el pueblo tenían miedo de los palos grandes y sobre todo de pasar por allí en noches de tormentas y relámpagos y truenos, porque sabían el peligro que encerraban estos árboles misteriosos y por el olor a muerte que salía de ellos.

Marceliano y Josefina, la joven pareja que cada día veía crecer a sus hijos y quería que Juliana y Alfredo tuvieran una mejor educación, escucharon que había llegado un profesor al pueblo y que estaban matriculando a los niños que quisieran estudiar.

—“He oído que ha llegado un profesor al pueblo. ¿Te parece enviar a Juliana y Alfredo a la escuela?» Le pregunto Josefina a Marcelino.

—»Claro que sí, nuestros hijos merecen una buena educación.”  Respondió Marcelino.

Juliana y Alfredo los gemelos ya habían cumplido los siete años, era hora de mandarlos al colegio y aprovechar que en el pueblo había llegado un nuevo profesor enviado por el gobierno, Josefina la madre de los niños fue al colegio y matriculó a Juliana y Alfredo, en la escuela del pueblo. 

Juliana y Alfredo eran unos niños aplicados y estudiosos, aprovechaban cada clase, para aprender cosas nuevas, su disciplina y buena crianza, hacían de estos niños, unos estudiantes dedicados y muy obediente, lo que hizo que su profesor les tuviese mucha consideración, todos los días a las seis de la tarde, ya Juliana y Alfredo estaban de regreso en su casa y de inmediato se ponían ayudarle a su madre, en los quehaceres de la casa. 

Un día, de esos días, estando Juliana y Alfredo en la escuela empezó a llover torrencialmente y amaino un poco la lluvia pasada las siete de la noche, a los niños se les hizo muy tarde y tenían que regresar a su casa, que quedaba en las afueras del pueblo, había una lluvia pertinaz y la noche era muy fría y oscura, con muchos relámpagos y truenos, que hacía de esa noche, una noche de miedo. 

Juliana y Alfredo atemorizados por las leyendas de espantos y apariciones, pero viendo que la oscuridad de la noche avanzaba y que se les hacía muy tarde, asustados por el temor que les representaba recordar las recomendaciones de sus padres, los niños sacaron valor de sus miedos y decididos tomaron el camino de regreso a casa. 

—»Juliana, esta lluvia no parece dar tregua. Debemos apresurarnos para llegar a casa antes de que anochezca por completo.»

—»Sí, Alfredo, tenemos que apurarnos. No debemos estar fuera en una noche oscura como esta.»

Agarrados de las manos, iban por la sabana con la mirada fija en la luz de la lamparita, que se veía a lo lejos titilando como luciérnaga moribunda, luz que indicaba que allá quedaba su casa, donde seguramente Marceliano y Josefina sus padres, estaban orándole a Dios para que regresaran sanos y salvo sus hijos; los niños no se equivocaban sus padres estaban muy preocupados por la tardanza de Juliana y Alfredo sus hijos. 

Los niños caminaban lo más rápido que podían, pero los charcos de agua del camino, formados por el torrencial aguacero, hacían lento su andar ya que en la oscuridad se iban en esos charcos, la brisa al batir las ramas de los árboles, estas producían ruidos que semejaban quejidos o lamentos, que se escuchaban muy cerca y erizaban la piel de los asustados niños.» 

María Palmera, aspiró su calilla, mastico la punta y exhalo una bocanada de humo. Una cucaracha apareció de la oscuridad en el espacio de luz que reflejaba la lamparita de querosene, el insecto parecía asustado como si presintiera que estaba en peligro, por lo que intento correr y escabullirse a la oscuridad, pero María Palmera la miraba y con una sonrisa que semejaba a uno de sus tétricos personajes fantasmagóricos, lanzo un escupitajo, que más pareció un proyectil y fue tan certero que la cucaracha quedo muerta con sus patas arriba. Aquel suceso asusto a Loyola y a los demás niños que se sobrecogieron de terror, porque María Palmera reía estrepitosamente señalando al insecto, mientras sus ojos parecían inyectados en sangre y fuego como una hoguera chisporroteando brazas candentes. Los niños estaban mudos sin saber que hacer o que decir por el miedo que les produjo aquella escena y la transfiguración del rostro de la contadora de Historias. – Nunca se supo si la cucaracha murió por el golpe del proyectil o por el compuesto químico que contenía aquel escupitajo. Ni tampoco, por qué la llama de la lamparita, se mantuvo tan quieta ante la mirada penetrante y severa de María Palmera. Fue como si la lámpara o la llama se hubiesen asustado también. –

María Palmera continuo: «Cuando Juliana y Alfredo pasaban por los palos grandes, escucharon aquel grito desgarrador, que más parecía un lamento y un llanto lastimero que consumía el valor y le daba paso al miedo, ese llanto o grito que provenía del alma de una mujer desesperada, llena de tristeza y mucho dolor.

Ese llanto hacía que la noche con sus truenos y relámpagos, pareciera entender el dolor del dolor, de aquel corazón enfermo y atormentado, por la pérdida de un gran amor, que le rompió el alma, los sueños y el corazón. 

Juliana y Alfredo en medio de la oscuridad sintieron, que ese llanto lastimero los abrazaba, llegándoles hasta sus huesos y un frio mortal les recorrió por toda la espina dorsal, arropándoles con el temor sus diminutos cuerpos, casi paralizándolos del susto y el miedo. Alfredo sacando valor de sus adentros, grito a su hermana: —¡corramos Juliana

Los niños se agarraron más fuerte de sus manos y empezaron a correr a toda la velocidad que daban sus piernas, la brisa zumbaba a su alrededor y la llovizna dejaba caer gotas de agua, en el rostro de los niños y a cada minuto escuchaban que aquel llanto lastimero y desgarrador de la llorona, estaba más cerca de ellos,  miraron en dirección a los palos grandes y parecía en medio de la oscuridad y los relámpagos  que las ramas de aquellos árboles, eran brazos sumamente largos que casi los alcanzaban y llegaban hasta ellos  al punto de sentir que la llorona tocaba sus espaldas, Juliana y Alfredo  corrían y corrían, sentían que volaban con sus miedos, en este frenesís  que da el terror a lo desconocido, sentían que la llorona,  se desplazaba con la brisa por toda la sabana, y estaba ahí a punto de cogerlos, el llanto de la llorona se confundía con los truenos y los relámpagos eran como ojos de fuego, que querían abrazarlos y desaparecerlos en esa noche de espantos.»

«El miedo en Juliana y Alfredo, provocaba estas alucinaciones y en sus mentes sentían que la llorona, alcanzaba sus espaldas, y sus gritos de auxilio, rompieron en la noche ese otro silencio, el silencio de la impotencia de los corazones buenos.»

Juliana tropezó y por poco cae al suelo y con desespero gritaba a su hermano: — “Alfredo, Alfredo! no me dejes, hermanito espérame”.  

Alfredo le gritaba a su vez: — “Juliana corre!, ¡corre Juliana!, no te detengas ya casi llegamos, no te detengas ya casi estamos llegando a la casa.” Pero Alfredo no soltaba la mano de su hermana Juliana

Juliana estaba muy cansada y casi desfallecía, por el esfuerzo de la carrera, sus piernas estaban al límite de sus fuerzas, aun así, seguía corriendo como por inercia, el cansancio dio sus frutos y en la carrera Juliana tropezó y cayó al suelo. Alfredo al ver caer a Juliana, se detuvo de inmediato y se tiró encima de la niña para proteger su cuerpo, cubriéndola con su propio cuerpo, y con todas sus fuerzas le gritaba venciendo al miedo: — “No temas Juliana! ¡estás conmigo! ¡yo te protejo!, ¡yo te cuido hermanita!, ¡yo te cuido, la llorona no te va a llevar!, ¡yo no te voy a dejar sola!, yo estoy contigo!”.

En esos momentos Alfredo sintió que todo estaba perdido, que allí todo terminaba, pero aun así el nunca dejaría a Juliana, la llorona no se llevaría a su hermana, eso no, él la defendería. En eso pensaba Alfredo, cuando sintió que unas manos se posaron en sus hombros, y su miedo se incrementó de tal manera que empezó a gritar con todas sus fuerzas: —“¡mamaaaaa!, mamaaaa!” Alfredo con el terror incrustado en su alma, sintió que se desmayaba por el miedo, a la vez que sentía que unos brazos los levantaban y pensó que la llorona se lo llevaba lejos, muy lejos y abrazo con más desesperación a Juliana, su hermana.

Entonces escucho la voz de Josefina su madre que les decía: — “hijos míos me tenían muy preocupada!”.»  

A veces te miro
El canto del mirlo

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