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Estaba todo listo para mi entrevista de trabajo.  Decidí que hoy todo saldría excelente.  No permitiría que nada ni nadie rompiera mis planes, mi paciencia, mi buen humor ni mi nariz… Decidí que hoy conservaría la calma y actuaría de manera inteligente.

El empleo anterior lo perdí por dejarme llevar por las circunstancias externas. No supe controlar mis emociones, tuve una reacción equivocada que me costó no sólo el empleo, sino también la vergüenza de haber peleado a golpes con un compañero de trabajo, terminar pagando por los daños que le causé y, por si fuera poco, pagar la cirugía para enderezar mi propia nariz.

Me propuse no volver a pasar por una situación  tan embrollosa como esa, nunca más.  Aunque no soy el tipo de persona que necesita una terapia de control de la ira,  Decidí estudiar en línea algunos cursos acerca de cómo mantener las emociones bajo control.  Y creo que  fue una excelente manera de aprovechar el tiempo que tuve que guardar reposo en casa.

Por fin llegué al edificio en donde tendría la entrevista para el que yo sabía que sería mi nuevo empleo.  Era un edificio realmente grande e imponente.  Desde la entrada se respiraba riqueza y poder, y si esto era en la entrada del estacionamiento, me urgía saber cómo serían las oficinas.

Tener la oportunidad de trabajar en ese corporativo sería un sueño hecho realidad. 

Era muy difícil conseguir una cita para ser entrevistado cuando había alguna vacante.  Por todos era sabido que las exigencias de la empresa eran impresionantemente altas, así como igualmente altos son los sueldos y prestaciones que otorgan.  Aunque en realidad, yo quería trabajar ahí porque sabía que podría relacionarme con la gente más rica y exitosa del país y yo quería aprender de ellos de manera directa.

Cuando estaba a punto de estacionar mi auto, sentí un inesperado golpe en la parte lateral trasera.  Bajé para saber qué sucedía y me encontré con una mujer muy alterada, hablando como loca por el manos libres de su celular y dando órdenes acerca del seguro de su auto.  Obviamente ella sabía su responsabilidad.

Al verme revisando el golpe de mi auto, esa mujer, sin dejar de hablar por el celular y sin siquiera ofrecerme una disculpa por lo sucedido, simplemente interrumpió su llamada brevemente para indicarme que ya venía una persona para arreglar el asunto del golpe.  Se mostró un poco intrigada al ver que yo, en vez de reclamarle, le pregunté si se encontraba bien.  En ese momento llegó la persona que atendería el tema del golpe y ella se retiró del lugar sin dejar de hablar por el manos libres del celular.

Mientras subía por el elevador del lujoso edificio, respire profundamente varias veces.  Había logrado conservar la calma, controlé mis emociones ante la situación con la loca del estacionamiento.  Claro está que me alteré por un momento, pero decidí reaccionar de tal manera que el incidente no terminara echando a perder la oportunidad de entrevistarme y trabajar en ese gran corporativo. Además, el golpe de mi auto tenía arreglo, y si arruinaba mi cita no.

Respiré una vez más y decidí enfocarme en hacer lo mejor posible para salir de manera exitosa de la entrevista.  A pesar del incidente con la loca del estacionamiento, llegue puntual a la cita.  Me sentí feliz de haber tomado mis precauciones con el tiempo.

Tuve que esperar tan solo un par de minutos antes de que me llamaran para entrar a la entrevista.  Minutos de oro que obviamente me causaron gran ansiedad ¡estaba por llegar mi gran momento! Traté de conservar la estabilidad emocional, hice algunas discretas respiraciones de relajación mientras me visualicé ya trabajando en esas lujosas oficinas.

Ya frente a la puerta de mi entrevistador, un último respiro de concentración.  Entré con paso firme y seguro.  Mi entrevistador se dio la vuelta para recibirme y ¡Sorpresa! Estaba frente a mi la loca del estacionamiento.  Quién, sin mayor anuncio, me dijo que justamente buscaba a alguien con absoluto control de emociones en momentos de crisis para que pudiera reaccionar con sabiduría.  Me estrechó la mano firmemente al tiempo que con una amplia sonrisa me dijo: “No necesito entrevistarte. Pasa con mi asistente para firmar tu contrato.  El puesto es tuyo. Bienvenido a la empresa”.

Por cierto, aunque el seguro se hizo cargo del golpe a mi auto, creo que aun después de algunos años, ella nunca se disculpó.

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