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LA CHAMANA

Hace mucho tiempo, en una pequeña tribu aislada, en medio de un bosque, la vida transcurría tranquila y apacible. Pero, bajo la superficie aparentemente idílica de ese rincón de la Tierra, acechaba una criatura que había llegado de las estrellas, un ser viscoso y siniestro cuya única ambición era absorber el alma de los humanos que osaban beber del agua que él contaminaba.

Aiton, un hombre casado con la encantadora Kashia, fue uno de los primeros en notar algo extraño en su tribu. La enfermedad había empezado a extenderse como una sombra, afectando a los habitantes en formas inexplicables. Dolores de cabeza, fatiga crónica, pesadillas interminables; algo oscuro se estaba apoderando de sus almas. Aiton se dio cuenta de que no podía quedarse de brazos cruzados, debía investigar lo que estaba ocurriendo.

Una tarde, mientras observaba a su esposa Kashia luchar contra la fiebre, Aiton tomó una decisión. Decidió rastrear la fuente de la misteriosa enfermedad que estaba carcomiendo a su tribu. Salió con una determinación implacable, siguiendo las señales del río que serpentean a través del bosque.

Caminó durante horas hasta que finalmente llegó a un claro, un lugar que siempre le había parecido especial, un punto de encuentro de su tribu con la naturaleza. Allí encontró un arroyo donde corrían sus aguas cristalinas, y decidió beber ante la fatiga. La viscosidad de la criatura extraterrestre había infectado ese lugar sagrado.

Al primer sorbo, Aiton sintió una sensación extraña recorrer su cuerpo, como si algo lo observara desde lo más profundo del arroyo. Agarrado por un estremecimiento, supo que estaba en lo correcto. La fuente de la enfermedad estaba allí, en ese arroyo. Pero, ¿qué era? ¿De dónde venía?

A medida que investigaba más, descubrió pistas que lo condujeron a una leyenda ancestral de su tribu. Había rumores de una chamana, una mujer sabia y anciana que vivía en el corazón del bosque. Dicen que tenía el conocimiento para curar cualquier enfermedad y desterrar cualquier mal. Aiton decidió que debía buscar su ayuda.

De vuelta en la tribu, Aiton cargó a su esposa enferma y la llevó al interior del bosque. Después de días de caminata, finalmente encontraron la choza de la chamana. Era un lugar místico, iluminado por velas y decorado con símbolos antiguos. Una mujer con cabello plateado y arrugas en el rostro salió a recibirlos. Aiton le contó su historia, rogándole que ayudara a Kashia.

La chamana, sin embargo, lo miró con ojos fríos y extraños. Aiton sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal. La mujer le habló de un antiguo ritual, un proceso de purificación que podría curar a su esposa. Pero había algo en su voz que no encajaba con su apariencia compasiva. A medida que el ritual avanzaba, Aiton comprendió la verdad aterradora: la chamana le emitía el mismo estremecimiento que lo que no puedo ver en el arroyo; con Kashia dentro de las aguas cristalinas y observando a la chamana adentrase se dio cuenta que ella era otro ser igual al extraterrestre. Juntas, las dos criaturas viscosas se abalanzaron sobre Kashia, quien ya estaba debilitada por la enfermedad.

Desesperado y atónito, Aiton luchó por liberar a su esposa de las garras de esas criaturas inhumanas. Pero, en un último y escalofriante suspiro, Kashia dejó de existir. Su alma fue succionada sin piedad por las viscosas entidades que ahora habían ocupado su cuerpo. Aiton se quedó solo, abrazando la forma sin vida de la mujer que amaba.

La realidad se desmoronó a su alrededor. Las criaturas alienígenas, alimentadas por el sufrimiento humano, se apoderaron de la tribu sin encontrar resistencia. Con cada alma que absorbían, su poder crecía. Aiton, lleno de ira y pena, fue testigo de cómo su gente desaparecía uno por uno, reemplazados por estas criaturas grotescas que continuaban su marcha imparable.

La tribu se volvió un lugar irreconocible, una sombra de lo que una vez fue. La malevolencia alienígena contaminaba todo lo que tocaba, envenenando el aire, la tierra y el agua. La vida en la Tierra estaba siendo devorada por este ser viscoso y aterrador que se hacía pasar por chamana.

Aiton, quien había perdido a su esposa y su tribu, se convirtió en el último testigo de la invasión alienígena. No quedaba esperanza, y su tribu estaba al borde de la extinción. Atrapado en medio de la devastación, Aiton fue finalmente capturado por las criaturas alienígenas. Le succionaron el alma sin piedad, dejando solo un cascarón vacío y así, con él, pereció una valiente tribu.

Las criaturas se adentraron de nuevo al arroyo que desembocó en un río, llegando así, a nuevas tribus.

Xannya Salgado

MARIELA
Las artes de mi abuela

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