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Los maricas se emborrachan y son un desmadre. Se orinan, se cagan, cogen entre las mesas, te agarran las nalgas, te deslizan su dedo por el culo mientras te piden cigarros.

-¡tienes cigarros papi!

-sí, veinte pesos la pieza.


¡La dignidad de un hombre por pinches cuarenta pesos!


El trabajo era para días Viernes y Sábado de siete de la noche a cinco de la madrugada, no parecía difícil de realizar. Iván fue quién me dijo que estaban buscando personal. Él era cantinero en ese lugar y si él podía tener dos empleos no veía la razón de que yo no pudiera hacer lo mismo, por aquellos días las ganas de adorar la esclavitud me sobraban. Por la mañana trabajaba en una financiera creando ilusiones y arrebatando voluntades, no fue la única en la que estuve, mi recorrido en ese ramo fue largo, fue así conocí a varios de los mejores tipos, estábamos ahí para delinquir y hurtar. Aquella oportunidad de salir por la noche me ofrecía el gusto de despejar y distraer mi mente de la rutina de cobrador y vendedor de créditos, siempre buscando gente necesitada, recuperar el dinero de las manos de los pobres es pelearles la comida del día.

Terminas en una esquina golpeado por piedras o peor con un balazo en la cabeza, eso fue lo que le ocurrió a una joven llamada Alejandra. Fue mi compañera en CAME, la conocí el día que deje la solicitud de empleo, era la secretaría administrativa, encargada de capturar toda la información de los clientes.
En ese tipo de empresas te ilusionan, te hacen creer que podrás un día tener una vida mejor si dejas toda tu destreza y capacidad en el desempeño de tu labor. Alejandra tenía una hija y muchas ganas de salir adelante (así es como se dice en el barrio, triunfa, échale ganas, sal pa’lante ) y como la mayoría, tenía sus debilidades, era propensa a las noches de juerga con mucho alcohol, pastillas y marihuana, los hombres no le faltaban. Todos sus amigos tenían en ella a una guerrera nocturna con la que podían beber, drogarse y follar toda la noche. Estuve en su casa al menos tres veces solo con la intención de emborracharme, algo que ya no podrá suceder, ahora tiene un problemita.

Tuve la suerte de renunciar y alejarme de esa sucursal, Ale al igual que otras se quedaron, estaba Berenice una mujer responsable y asustadiza, estaba Dulce una niña recién convertida en madre, enojada, grosera y violeta; estaba Ana ¡La simia! Esa era su fisionomía, por las mañanas teníamos que encender el ventilador y apuntar hacia ella, su olor era insoportable.


Por fin se dieron los ambicionados ascensos y Alejandra paso de ser la secretaria administrativa a sub gerente, emocionada y rebelde entro con toda la energía a su nueva función, ayudar a los compañeros a recuperar el dinero de las manos de los pobres. No era guapa, la frente redonda y saltona, los ojos sumergidos detrás de una nariz aguileña y huesuda, la boca se jalaba a los costados para catapultar su quijada que terminaba en punta, era la expresión de una cara en forma de rebanada de melón, igual que las máscaras que se usan en el baile de los chinelos, flaca de cuerpo flaco muy flaco. Es lo más que puedo acercarme a su descripción no soy un buen fisonomista.


Fue en la noche, durante una cobranza pasadas las horas laborales, porque en esos trabajos no les importa tu horario de salida; iniciaron los gritos, las protestas en ambos sentidos, cobradores contra deudores. De la profundidad de la casa surgió un hombre fúrico, algo se escuchó tan fuerte y agresivo que ella y sus colegas decidieron correr, a unos metros de esa carrera y de sentir la adrenalina del trabajo Alejandra recibo una bala que se impactó en la parte superior derecha de su cabeza, a unos centímetros de pasar sin tocarla, pero quedó herida y con traumas. Logró sobrevivir, tiene parálisis en todo el cuerpo, algunas palabras salen de su boca, su madre e hija la atienden como pueden, eso sucedió a un mes de recibir su nombramiento de sub gerente, con esa noticia llegué a mi primera noche de trabajo en aquel bar en dónde torpemente pretendía despejar la mente de los problemas de la cobranza diaria.


Y mientras me presento con el nuevo jefe, recibo el uniforme y comienzo a limpiar las mesas, barrer el piso y recibir a los clientes del antro, me preguntó ¿Y si dejara para siempre ese trabajo de agiotista? ¿Qué destino tendría si aún firmara la lista de asistencia en esa oficina? La suerte que he tenido de salir bien librado de todos los conflictos en los que estuve inmerso ¿Qué pasará ahora? Ese tipo de trabajos son adictivos, en esa fecha seguía trabajando de lo mismo pero para otra empresa, misma acción, pelar el dinero a los otros.


La tristeza del caso de esa excompañera me hizo sentir con mayor fuerza el frío de esa noche, el bar estuvo repleto de gente, era fiesta de espuma, esas noches son letales para los meseros, todo tu cuerpo termina mojado, los pies fríos y en la madrugada después de que todos se han marchado, somos los responsables de limpiar, las manos se congelan. Los vidrios de botellas y el vomitó están por todos lados. Los maricones son un desorden, en sus fiestas se destruyen y todo se tiene que limpiar esa misma noche. Regresé dos veces más a trabajar y me alejé de ese lugar sin ganas de volver.


Esa primera noche descubrí que existen dos maneras de terminar una madrugada.


-La primera es tirado en el piso con sangre brotando de tu cabeza.
-La segunda parado en medio de un antro gay con el cuerpo mojado, los pies completamente fríos, limpiando vidrio, vomitó, mierda y orines.

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