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Hola, soy un recolector de historias, algunos me llaman reportero de lo sobrenatural, a menudo me dedico a recopilar los sucesos con tintes misteriosos o sobrenaturales que me cuenta la gente para escribirlas… Cada semana estaré publicando una de ellas esperando que la disfruten tanto como yo…


HISTORIA 1


Antes de que existieran las ciudades como las concebimos ahora, eran comunidades separadas una de otra por grandes terrenos, los caminos de tierra y el nulo pasar del transporte público, incluso había taxistas que no entraban a cierto lugar por temor a no salir como ellos decían. Es en una de estas comunidades hace apenas unos años que Don Francisco se encontraba en una cantina con su primo Pedro, como todos los viernes se juntaban a tomar unos pulques y recordar sus días de juventud.


Don Francisco era conocido por un hombre, aunque de baja estatura, no le tenía miedo a nada, era el arquetipo de un macho mexicano del cine de oro, a pesar de ser considerado así, amaba con locura a su esposa y sus hijos y siempre procuraba lo mejor para ellos. Por lo que dadas las 11 de la noche se despedía de su primo y emprendía la caminata hacia la comunidad donde vivía.


Sonaron las campanadas del reloj de la cantina


-Bueno Pedro, me voy, ya se me pasó el tiempo.
-Si primo ya es media noche, pero ¿por qué no te quedas?
-No primo ¿Cómo crees? Darles molestias a mis tíos a esta edad, eso para cuando éramos chamacos, además mi mujer y mis niños me esperan.
-Lo sé primo pero ya es tarde, échales una llamada a tu casa y diles que llegas mañana temprano yo te acompaño.
-Que no Pedro, no es mucho tiempo caminando, escasos 30 minutos, ya sabes.
-Primo ya sabes lo que dices de estar afuera después de la media noche…


-¡Pedro, no empieces con eso!, esas cosas solo son para asustar chamacos, nosotros ya no, ya no estés con cuentos, además mejor hay que cuidarnos más de los vivos que de los muertos o aparecidos y a esta hora ya no para ningún vivo por aquí así que todo está tranquilo. Mejor despídeme de los tíos y diles que para la otra venimos mejor a su casa. Te veo la otra semana.
-Cuídate primo
Don Francisco echó dejo las monedas en la mesa y salió del lugar. A diferencia de otras semanas notó que el frío era más intenso.
-¡Ah jijo!- exclamó y empezó a caminar.

Aunque el camino estaba bien trazado, no había entonces alumbrado público lo que dificultaba que viera algo irregular, como a esa hora ya no pasaba ningún carro se iba por en medio del camino, a los costados, campos de cultivo.


Para animarse un poco y olvidarse del frío comenzó a cantar; tarareaba o silbaba, cuando levantó la vista y se dio cuenta que estaba cerca, los focos prendidos fuera de algunas de las casas de la comunidad le daba tranquilidad. Suspiró de alivio y antes de que pudiera avanzar un poco más, tuvo la extraña sensación de que alguien le estuviera siguiendo.


Se detuvo y miró hacia atrás, a un lado y al otro, tratando en la medida de lo posible de identificar algo raro, diferente. No hubo respuesta más que el leve sonido del viento. Quizá un perro, quizá una rata, algún tlacuache debió andar por ahí y siguió caminando.
Pero volvió a sentirse incómodo, ahora no solo pensó que lo seguían, sino que pudo escuchar pasos.


-¡Malditos! Me quieren asaltar. Preparó su navaja y se puso alerta.
-Sal que no te tengo miedo, ¡Sal te digo! Pero nuevamente no pudo distinguir nada.


Ya entrado en la comunidad y a tres calles de su casa, escuchó algo que lo desconcertó, de todos los sonidos que existen, este era quizá el más improbable, el aleteo de “algo” muy grande, como de un ave gigante. Escucharlo en medio de la noche, solo y en una época donde ni siquiera los aviones eran tan comerciales, lo sacó por un momento de la realidad.


Don Francisco por primera vez sentía cada bello de sus brazos erizarse, un escalofrío recorrió todo su cuerpo y no pudo mirar hacia arriba para saber de qué se trataba, tenía miedo. Se quedó paralizado y escuchaba su respiración. Cuando por fin pudo reaccionar caminó lo más rápido posible.
Volvió a escuchar el aleteo.


-Pero ¿Qué me pasa? Pensó. Usó su lógica -con este viento seguro hay una lona o algo que está meciéndose y es lo que escucho-.

Aunque sabía que el viento era ligero, no corría con la fuerza para levantar siquiera un papel. También le echó la culpa a la cerveza.


Se detuvo y sin pensarlo dos veces, decidió a mirar hacia arriba. Una… dos… tres…


Sintió un alivio al no encontrar algo diferente, se rio de su miedo y se rascó la cabeza, estaba más tranquilo, pero cuando se disponía a bajar la mirada y continuar su camino, pudo ver aquello a lo que no le dio explicación.

Estaba sentado mirándolo, pensó es que la perspectiva le estaba jugando una broma.
Sin quitarle la mirada, comenzó a caminar lentamente y notó como aquella cosa lo seguía, conforme iba moviéndose, la cabeza de la criatura giraba sin que se detuviera un instante. Sus ojos eran rojos y no parpadeaba.


El ambiente se tornó frío, el ruido desapareció, ni siquiera el perro de Don Justo que siempre se aventaba a las personas hizo escándalo, por un momento el tiempo se paró, Don Francisco solo escuchaba su respiración.


Aquella cosa extendió sus alas y emprendió el vuelo mientras se reía, aunque el hombre quería correr no podía moverse ni un centímetro, cuando pudo caminar comenzó a rezar y lo único que pedía a Dios era que lo dejara llegar a su casa con su familia.

Al doblar la esquina para llegar, algo enfrente lo detuvo.


Esta vez era una criatura parecida a un hombre con cara de niño, el cuerpo lo tenía liso y con poco pelo (como un xoloitzcuintle), no tenía pies sino pezuñas.

A su cabeza llegaron las palabras de su primo y su insistencia que se quedara en casa. Era un nahual, aquella bestia con forma de gárgola y ahora que se mostraba tal y como era. Las historias eran ciertas, aquellas criaturas de los relatos que le contaban sus abuelos y de las que tanto se burlaba y retaba, estaba frente a él.


Don Francisco tomó un ladrillo que estaba a un costado y se lo aventó con la esperanza de que éste corriera o se fuera, sin embargo, la gárgola no se inmutó, aventó uno más y la criatura se lo quedó viendo, si más lanzó una risa un tanto macabra, se hincó y huyó.


El pobre hombre se quedó inmóvil, tratando de asimilar lo que hace instantes había vivido, llegó a su casa y se fumó un cigarro, para no preocupar a su familia prefirió no contar nada. Al día siguiente, todo transcurrió con normalidad.


Ahora cada jueves que ve a su primo o cuando tiene que regresar a su casa del trabajo prefiere hacerlo antes de que caiga la noche.
Nos vemos en la próxima publicación, si tienes una historia que quieras compartir ya sabes dónde encontrarme.

https://laredaccion.com.mx/una-noche-de-horror/andrea-de-leon/
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