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Horacio vivía en una lujosa casa antigua, herencia de su padre, muy costosa por cierto. Contaba con 75 años como todo anciano adinerado tenía muchas mañas y un carácter difícil, arrogante muy exigente, en una palabra insufrible convivir con él.

Por supuesto desde hacía diez años contaba con Juan, su mayordomo de confianza, cargo que le valió muchas noches de insomnio y de cuestionamientos a cerca de su integridad como persona, por ceder muchas veces ante insólitos caprichos de su amo.

Juan un hombre maduro, rondaba los cuarenta años con poco estudio, pero muy obediente y eficiente para toda tarea.

Era perfecto para el puesto además de pagarle muy bien, tener una casa donde vivir, de otra manera sería imposible vivir en esas condiciones de confort. Llegó muy joven al pueblo buscando trabajo, por su aspecto de buena y confiable persona Horacio no dudó en darle el puesto.

Horacio por su problema de diabetes, le faltaba una pierna por lo que necesitaba una persona permanente, no podía hacer nada sólo, estaba en silla de ruedas lo que empeoró mucho su carácter.

Al principio todo marchaba bien, Juan cumplía con todo a la perfección las órdenes más descabelladas también. Al transcurrir el tiempo Juan comenzó a perder la paciencia, los malos tratos eran cada vez más y las burlas lo desquiciaron del todo.

En algunos momentos sintió rabia, desesperación, y mucho asco al tener que bañarlo cuando el viejo le pedía favores impropios y morbosos, todo provocaba cada día más ira, lo estaba consumiendo.

Una noche sumido en la desesperación total, en pleno ataque de ira Juan descontrolado, los ojos desorbitados, con el sudor cayendo en sus ojos cegándolo más aún entró en el cuarto del anciano.

Él dormía pesadamente, producto de las píldoras que ingería con ese fin, lo tomo del cuello con las dos manos apretando sin parar sin dar tregua al cuerpo, al fin abrió los ojos.

En ese instante en el cual se cruzaron las miradas ¡todo estaba claro, para los dos!

¡Fueron unos pocos segundos que el viejo lucho por su vida! Se resignó y los volvió a cerrar, sabiendo que esa ira acumulada de tanto tiempo era imparable, era su puerta al abismo, en ese instante cruzó.

Para Juan fue un alivio, pero efímero, no todo se había ido en ese acto, todavía quedaba rastro de la bestia en él, todavía quedaba sed de venganza.

Luego de unas horas, cerca del amanecer Juan prende el horno de piedra donde solía cocinar el pan, acto seguido mete el lánguido cuerpo espera unos minutos verlo desintegrarse y va a dormir ahora más calmado.

Al despertar cerca ya del mediodía, libre al fin!!! Siente que algo le desgarra el pecho al ver en la mesa de la sal una nota que decía: “No vas a deshacerte de mí tan facimente. Horacio.”

“Al Barcelona no le importan las personas que hicieron historia en el club” – Dani Alves
¿Cómo mantener tu casa libre de humedad?

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