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Tengo una linda casa en un pintoresco barrio. Ahora vivo sola ya que mi esposo falleció hace tres años y desde ese momento comenzaron una serie de sucesos muy extraños en ella.

En la tarde siempre nos reunimos en casa de Karen, una amiga de la juventud a jugar bridge, o vamos al club, el tema es no estar de tardecita en casa sola.

Cuando es así tengo la sensación que alguien estuvo allí, percibo un aroma que queda en el aire, a veces a flores o un dulzor no reconocido, hasta en el peor de los casos aparecen objetos cambiados de lugar.

Me fui acostumbrando a esos detalles y con el paso del tiempo a quitar el miedo, no parecía que fuera alguien que quisiera hacerme daño.

Sentía curiosidad de una presencia, de algo que estaba en mi casa en mi ausencia.

Cuando la impotencia parecía haberme ganado, se me ocurrió la excelente idea de hacer las reuniones en casa para ver si tenía alguna pista del hecho.

Llega por fin el sábado, a las 18 horas tocan el timbre, eran mis amigas.

¡Pasen pónganse cómodas!, voy a preparar café y servir unas masitas para la ocasión.

Bueno dice Karen, vamos preparando las cartas. El sol se escondía entre los árboles, se tornaba gris poco a poco era el atardecer.

Llena de ansiedad Sara mira el reloj, sin saber las invitadas cual era el real motivo del cambio de lugar. Estaban en la sala, la partida había comenzado cuando de repente… ¡se siente un golpe seco en la puerta!

Sara se acerca a la puerta ¿Quién está ahí?, pregunta, pero no responden.

Vuelve a la mesa un tanto inquieta, pero siguen jugando y merendando.

Estaban tan entusiasmadas que habían pasado 3 horas y no se habían enterado, era de noche. Karen se levanta y dice: ¡qué tarde se hizo! va a llegar mi marido y no sabe que estoy aquí, me voy chicas, acto seguido Lucy hizo lo propio, también se fue.

Volví a quedar sola en casa, algo que me ponía un poco nerviosa a pesar de los años que había pasado sin Fred.

En un momento golpean la puerta, mi corazón late apresurado sentía una rara alegría y excitación, me acerqué a la puerta y corrí el cerrojo ¡ah, eras tú!

¡Ya sabía que eras tú!, sabía que no me dejarías, corrían lágrimas por mis mejillas me sentía feliz.

Por el reflejo del vidrio de la ventana de la sala se veía una figura abrazada a un cuerpo inexistente, besaba una cara sin rostro, él no estaba, y algo de ella se había ido hacía mucho tiempo…

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