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En un hermoso y escondido bosque cercano al estado de Michoacán, vivía una vieja bruja muy limpia y trabajadora.

Normalmente, la bruja utilizaba sus poderes y conocimientos para preparar pócimas especiales que le encargaban los duendes y los ogros de los alrededores y éstos le pagaban con leche, huevo, pan, frutas, galletas y otros artículos para su despensa y hogar.

Aún cuando podría usar sus poderes para realizar los quehaceres como barrer o lavar, ella prefería hacerlo de la manera tradicional pues, a pesar de ser tareas difíciles, sentía una gran satisfacción al ver los resultados de su esfuerzo. Le agradaba ver su casita aseada.

Nadie conocía sus fórmulas secretas, sin embargo, era por todos sabido que su principal ingrediente era una grasita especial que obtenía de los diferentes gusanitos del bosque, razón por la cual, la bruja era conocida como “Gusalina”.

La bruja Gusalina no era malvada. Además de limpia y trabajadora tenía la hermosa virtud de brindarle ayuda a quien la necesitaba.

¡Ah!, Pero también tenía un gran defecto: Si alguien la hacía enojar, era incapaz de controlar su ira. Cuando esto sucedía, sacaba de una vitrina uno de los frascos negros sin etiqueta que hay guardaba y, diciendo un terrible conjuro, lo arrojaba por la ventana.

Estos frascos, contenían fuertes pócimas malolientes que provocaban tormentas con truenos y rayos durante cinco horas seguidas.

Después de arrojar el negro frasco, Gusalina castigaba severamente al causante de su ira y lo hacía desaparecer de su vista, pues creía que sí lo veía sufrir, podría arrepentirse de haberlo castigado Y entonces ya nadie la respetaría.

Algunos animalitos que sufrieron las consecuencias de la incontrolable ira de Gusalina, fueron El cuervo Beto, a quién le pintó su hermoso plumaje negro con grandes lunares amarillos; asimismo, la serpiente Teté, a quién le hizo crecer dientes, orejas y rabo de conejo. Después de ver esto, todos se cuidaban de no hacer enojar a la bruja.

Cada mañana, Gusalina se levantaba muy temprano, hacía ejercicio, arreglaba su cama, se aseaba y, después de desayunar y lavarse los dientes, salía a buscar gusanitos.

Una mañana, pasó a visitar a Toño el ogro, pues éste le había mandado un recado con su Paloma mensajera.

“¡Buenos días Toño!” la bruja saludó al ogro, quién se cubría la parte izquierda de su rostro con su enorme mano, “me dijo Lola, la paloma, que te urgía verme y pues, aquí me tienes”.

“Buenos días Gusalina”.  Respondió el logro un poco triste y sin descubrir su cara. “Te he hecho venir porque después de comerme un gran plato de claveles verdes, ¡se me cayó completamente el bigote del lado izquierdo y no me ha vuelto a crecer desde hace tres días!”. Al decir esto, el ogro bajó la mano para que Gusalina pudiera ver lo sucedido.

La bruja analizó detenidamente la situación y entonces explicó: “ se trata de un caso que, aún sin ser grave, el tratamiento es delicado y debo preparar la pócima durante siete noches de luna llena”.

“¡Siete noches de luna llena!” Exclamó el ogro “no es posible! ¡Es demasiado tiempo! Por favor Gusalina, debe haber alguna otra solución” dijo éste suplicante.

“Desgraciadamente, no la hay.  Sin embargo…” sugirió amablemente la bruja, “mientras tanto podrías rasurarte el bigote del lado derecho para que no te veas mal”.

“¡No, no y no! He usado bigote durante más de dos siglos. ¡Es parte de mi personalidad!” gruñó el ogro.

“Sólo mientras dura la preparación de la pócima” añadió ella tratando de convencerlo.

Después de meditarlo un momento, y al ver que no tenía otra opción, el ogro Toño aceptó y entregó a  Gusalina una canastita con huevos frescos de gallina, como anticipo de pago y dijo: “Te espero aquí la mañana siguiente a la séptima noche de luna llena. Si me fallas…” añadió amenazadoramente “te haré comer claveles verdes, cien veces más de los que yo me comí”. Y diciendo esto, el ogro cerró la puerta.

Esa misma tarde, Gusalina comenzó a preparar los ingredientes para la pócima de Toño el ogro.

A la mañana siguiente, cuando Gusalina se disponía a freír un huevo para su desayuno, se llevó tremenda sorpresa al ver que del cascarón salió un pequeño pollito.

Fue tal su asombro que por un momento no supo que hacer, pero reaccionó al escuchar que el pollito gritaba: “¡Auxilio, auxilio, me quemo mis patitas!”. Rápidamente, Gusalina lo sacó del aceite caliente, apagó la estufa y llevó al pollito a un sillón.

La bruja curó las patitas del pollo, a quien bautizó como ‘Goyo’, y le puso unos vendajes.

Luego, acondicionó una cajita con algodones y pedacitos de tela para que le sirviera a Goyo de cama.

El pollo Goyo no podía caminar por los vendajes que cubrían sus quemaduras, Así que Gusalina añadió a sus no pocas tareas diarias, la de atenderlo y darle todos los días un gran plato lleno de gusanitos, que para el pollo resultaban un verdadero manjar.

Los días fueron pasando y así, una a una llegaban las noches de luna llena en que Gusalina trabajaba, afanosamente y sin descansar, en la preparación de la pócima para el ogro. Algunas de estas noches, la bruja no dormía y, al llegar el amanecer, esperaba a que Goyo despertara para llevarle el desayuno a la cama.

Gracias a los cuidados de Gusalina, el pollo Goyo se recuperó totalmente de sus patitas, pero estaba tan acostumbrado a ser atendido por la bruja, que no se le ocurría ayudarla en nada, ni en aquellos días que la veía tan apurada o cansada. Por su parte, a ella no le molestaba encargarse de todo el quehacer.

La séptima noche de luna llena, el pollo Goyo observaba a Gusalina mientras ésta trabajaba en los últimos detalles de la pócima para el ogro.

Como Goyo no sabía lo que Gusalina hacía para conseguir comida y que nada les faltará en casa, sumido en su ociosidad comenzó a pensar maliciosamente: “Desde el primer día, he notado que Gusalina cuida mucho ese frasco con grandes gusanos.

Además, sólo lo saca algunas noches… seguramente esos son los más sabrosos” y refiriéndose a el líquido guinda que los cubría, continuó pensando: “y ese juguito, seguramente es algún dulce jarabe.

Esa vieja bruja es una golosa que se guarda para ella sola ese magnífico postre”. Gusalina seguía inmersa en su trabajo sin imaginar los ingratos pensamientos de Goyo, mientras que éste, avariciosa mente decidió: “Voy a hacerle creer que me duermo y, cuando ella se vaya, me comeré todos los gusanos de ese frasco con todo y el jarabe, así aprender a no ser egoísta”.

Goyo se acercó a Gusalina y, tratando de no despertar sospechas, dijo amablemente: “Ay brujita, no quisiera dejarte sola pero estoy taaan cansado que ya me voy a dormir” le dio un tierno beso en la frente y después de fingir un profundo bostezo, se metió a la cama.

Durante un largo rato, Goyo esperó pacientemente a que Gusalina se fuera, hasta que la escuchó exclamar: “¡Listo! Todo está terminado, sólo queda esperar el amanecer”.

La bruja comenzó a guardar todo en su lugar para luego irse a descansar, entonces “ja, ja, ja! Así que crees que ese será tu desayuno” pensó el pollo “pues te equivocas, porque será mi cena”.

Goyo dejó transcurrir unos minutos más para estar seguro de que Gusalina se quedara dormida, lo cual sucedió rápidamente pues ella estaba terriblemente cansada, entonces, el pollo se levantó tratando de no hacer ruido, se apoderó del frasco en cuestión y, de un solo golpe, se comió todo el contenido. Regresó el frasco a su lugar y, satisfecho de haber realizado lo que se había propuesto, regresó a su cama quedándose perfectamente dormido.

Apenas amaneció, Gusalina se levantó muy entusiasmada “espero que Toño, el ogro, me de algunos de esos ricos pastelitos que hace su esposa” se decía a sí misma “estoy segura de que a Goyo le van a gustar mucho. Es un pollito tan tierno que me gusta verlo feliz”. Pero al tomar el frasco y ver que estaba vacío, todo su entusiasmo se transformó en tristeza y desilusión.

Sin poder decir absolutamente nada, se arrodilló en el suelo y rompió en llanto ocultando su rostro entre las manos.

Los sollozos de  Gusalina despertaron al pollo quién, ingenuamente, preguntó: “¿Por qué lloras brujita? ¿Qué te sucede?”.

Sin levantar la mirada y con la voz cortada por el llanto, ella contestó: “Mis gusanos Goyito, mis gusanos han desaparecido” y sin imaginar lo que realmente había sucedido, continuó diciendo: “creo que me estoy haciendo vieja, no sé qué error cometí en la preparación que mis gusanos desaparecieron”.

“¡Vamos! No entiendo por qué tanto escándalo por unos tontos gusanos”, respondió Goyo  groseramente, “además, el jarabito guinda que les pusiste estaba asquerosamente amargo”.

Al escuchar esto, Gusalina dirigió la vista hacia el pollo, descubriendo sobre su pico un tupido, largo y negro bigote. “¡¿Cómo pudiste hacerlo?!” Le gritó, realmente furiosa, al comprender que él se los había comido. “¡Eres un pollo malo y desagradecido! ¡Por tu culpa, no tendremos comida, ni pastelitos, ni nada de nada, además, el ogro me castigará!”.

Goyo nunca antes vio a  Gusalina tan enojada y, sin poder decir ni ‘pío’, la observaba asustado.

La bruja abrió la vitrina en la que guardaba aquellos frascos negros sin etiqueta, tomó uno, se dirigió a la ventana, destapó el frasco del que inmediatamente escaparon extraños gases y obscuras burbujitas dejando un horrible olor a humedad y diciendo: “que mi corazón enojado descargue su irá sobre la alegría exterior” lo arrojó hacia el bosque.

Se escuchó un trueno ensordecedor que hizo vibrar cristales y paredes, el cielo se tiñó de un intenso gris y comenzó a caer una fuerte tormenta acompañada de vientos acelerados, rayos y truenos.

Goyo, casi paralizado por el miedo, vio a  Gusalina dirigirse hacia él.

“A ti, pollo ambicioso y malagradecido” -dijo la bruja- “te condeno a quedar sin movimiento propio, con el estómago tan lleno que te arrepentirás de tu glotonería y serás fuertemente golpeado por aquellos que deseen lo que tu interior contenga”. Apenas hubo dicho esto la bruja, Goyo desapareció envuelto en una espesa nube blanca.

Al cabo de cinco horas, cuando la tormenta terminó, Gusalina salió rumbo a la casa de Toño el ogro.

Cuando tocó la puerta, esperó impaciente y temerosa del enojo de éste, pensando en la mejor manera para explicarle lo sucedido.

La puerta se abrió, con el rostro perfectamente rasurado, salió Toño muy sonriente. “buenas tardes Gusalina” la saludó notándola nerviosa y agregó: “¿Estás preocupada por llegar tan tarde? No te angusties, sé que la cita era para esta mañana pero, después de la tormenta que cayó, comprendo tu retraso, y no dudo que tú la hayas provocado… ¿Quién te hizo enojar esta vez?”.

Gusalina, con cierta timidez, comenzó diciendo: “Buenas tardes Toño… no sé cómo explicarte… acerca de la pócima que me pediste…”

“¡Olvídala!” -interrumpió el ogro- “ya no la necesito. Desde que me rasuré, mi esposa me encuentra más joven y guapo. ¡He decidido no volver a usar bigote!”. Gusalina sentía cierto alivio al escucharlo. Él prosiguió: “Pero no te preocupes amiga, reconozco tu esfuerzo y serás recompensada” y diciendo esto, entregó a la bruja una gran canasta con leche, huevo, fruta, galletas y ricos pastelitos de los que cocinaban su esposa.

“Muchas gracias, pero no puedo recibir esto” dijo la bruja algo aturdida.

“¡Vamos Gusalina! No seas orgullosa, te la has ganado” insistió el ogro.

“Antes debes escucharme, tengo algo importante que decirte” la bruja trató de darle una explicación, pero él no le dio oportunidad de hablar y, deseándole buena suerte, se despidió cerrando la puerta inmediatamente.

De regreso a su casa, Gusalina encontró en el camino a un pobre hombre quien le ofreció una gran piñata en forma de pollo, ¡pero con bigotes! “Por favor, dulce anciana, cómpreme está piñata, usted podría llenarla de dulces y frutas para que la rompan en alguna fiesta.

Lo único que le pido a cambio, es algo de comida para llevarle a mi esposa y a mis cinco hijos porque, a consecuencia de la tormenta de esta mañana hemos perdido toda nuestra cosecha y no tengo nada para alimentarlos”.

Desde el primer momento, la bruja supo que aquella extraña piñata era Goyo, el pollo, y sintió gran tristeza al verlo en esa situación pues, a pesar de todo, le guardaba un sincero cariño.

Gusalina decidió darle a aquel pobre hombre la mitad de lo que contenía la canasta que el ogro le había dado. Tomó entre sus manos al pollo convertido en piñata y se fue rumbo a su casa.

Durante el resto del camino, iba muy pensativa y sintiéndose realmente culpable por haberle causado tanto daño a ese hombre y su familia.

Y entonces pensó en todos aquellos seres a los que antes castigó, comprendió que su incontrolable ira le había llevado a lastimar incluso a seres totalmente inocentes.

Cuando estuvo ya en su hogar, puso a Goyo sobre una silla. Luego tomó todos los frascos negros sin etiqueta que guardaba en la vitrina y los fue destapando uno a uno. Por primera vez en su vida, Gusalina advertía el desagradable olor que de ellos salía.

Tomo un enorme frasco blanco que tenía una etiqueta grabada con una hermosa flor color de rosa.

Lo destapó y agregó unas cuantas gotas de su contenido dentro de los frascos negros. Aquello provocó una suave de efervescencia que, rápidamente, anuló el terrible efecto de las pócimas junto con aquel horrible olor. Después se acercó a la ventana y observó por unos instantes el frasco blanco, lo arrojó con fuerza hacia el bosque y dijo: “¡Que el viento viajero lleve esta blanca pócima a todos los rincones de este universo! ¡Que se rompan los hechizos con los que he castigado y que beneficie a todos aquellos a quienes he dañado!”.

El bosque entero recibió una hermosa lluvia de pétalos de rosa que dejaban a su paso un agradable aroma.

La bruja prometió no volver a permitir que la ira se apoderara de su inteligencia.

Entonces, escuchó la voz de Goyo que le decía: “perdóname por haber sido tan tonto, te quiero mucho, perdóname por no haber sabido valorar tu esfuerzo y tu cariño”.

Gusalina sintió una gran alegría al ver que Goyo era nuevamente un pollo normal. Lo abrazó y le dijo: “tal vez yo tuve la culpa por dejar que tus días transcurrieran dentro de la ociosidad, sin enseñarte a merecer con esfuerzo, dignidad y buenas acciones lo que la vida te ofrece”.

Se sentaron frente a frente y comenzaron a hablar de lo sucedido.

La bruja le explicó a Goyo la manera en que ella trabajaba para conseguir todo lo que necesitaban, y así le dijo: “cuando yo digo que los gusanos los necesito para comer, no es porque me los vaya a comer, yo no soy un pollo como tú. A lo que me refiero con esto, Es que gracias a cierta sustancia que extraigo de ellos, puedo preparar las pócimas que me piden los duendes y ogros del bosque y entonces ellos me pagan con leche, huevo, pan, frutas y galletas, entre otras cosas, para ti y para mí. No te niego que me sentí muy lastimada por tu actitud, sin embargo, puedo comprender que hayas caído en el error porque hoy sé que yo también me he equivocado.”

La siguiente mañana era una verdadera belleza. El sol parecía más bello y brillante, iluminando todo el bosque y haciendo resaltar el hermoso azul del cielo.

Cuando Gusalina se levantó, sintió una gran alegría al encontrar a Goyo ya levantado y aseado, dispuesto a ayudarla en las tareas del día.

A partir de entonces, la bruja Gusalina y el pollo Goyo compartieron las obligaciones y así, disfrutaron juntos de los beneficios y satisfacciones que resultaron de su esfuerzo y trabajo en equipo.

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