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En estas fechas podrían estar o no de acuerdo conmigo en que el amor y la amistad no deberían de tener un día especial para que los enamorados demuestren su amor, ya que considero que es algo que debe celebrarse cada día. Es decir, el amor es un festejo en sí mismo. Quien lo halla debería sentirse afortunado cada minuto y, quien lo conserva, debería festejar cada segundo por el resto de su vida haciendo caso omiso de que en el calendario exista un día confinado a tal celebración pues el amor es una apoteosis incomprendida, confundida muchas veces con una vaga y efímera etapa de enamoramiento. Una especie de locura temporal. (Vaya, hasta en el amor debe haber demérito y vituperación por el escarnio de unos cuantos que no se preocupan ni por lo que es amar).

Sí, desde hace mucho no estoy de acuerdo con que el amor y la amistad tengan un día relegado a su festejo y celebración en nuestro ajetreado calendario, pero no por ello dejo del lado el valor de estos dos principios universales que deberían ser los verdaderos motores del mundo (en lugar del poder, la política y la economía como factores directrices de las sociedades). La amistad es la que nos sostiene en las vicisitudes y nos reconforta en los días nublados. El amor, por otro lado, es el motor que impulsa nuestras vidas. Es lo que nos mueve a seguir adelante cuando lo tenemos. Y es lo que sueñan encontrar los que continúan buscándolo fervientemente con esa vehemencia de reciprocidad de la cual un día han de gozar al fin. El caso es que el amor siempre está ahí, en forma de quien llena nuestras pupilas en un centelleo incesante o de manera onírica, sin un rostro bien definido, difuso pero no por ello menos intenso y gratificante. La cuestión es que el sentimiento esté en nuestro interior, ya sea real o imaginario. Platónico o material.

Y no es que el amor valga la pena, porque no se trata de un penar sino que este sentimiento es la flama que mantiene a flote nuestra más arcaica ilusión: el acompañamiento. El peregrinar juntos tomados de la mano aunque se atraviesen los escenarios más escabrosos jamás imaginados. Porque el amor es ese salvavidas invisible que hay bajo la tempestad en la que muchas veces se torna la vida de un momento a otro. Y debo decir: si está ahí… estarás siempre a salvo. Porque esos son los momentos que más cuentan como prueba para el amor: los difíciles, no los divertidos y volátiles.

Así que no te preocupes. Si ya encontraste el amor, mantenlo firme junto a ti. Si no lo has hecho, no desfallezcas, ten la seguridad de que está ahí fuera, quizá aguardando el momento justo para encontrarse en un abrazo que no ha de acabar jamás porque se trata de una caricia dada con el alma ya que, por más que el cuerpo transite hacia otros tiempos y sea presa fácil de cambios y vulnerabilidades, el candor con el que se abrazan las almas permanecerá intacto e impoluto durante el resto del tiempo sin importar que alguna vez haya habido un día en el calendario para festejarlo, recordarlo o celebrarlo… sino para demostrarlo y gozarlo cada día de nuestra existencia a su lado.

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