Se confirma una vieja teoría, los mexicanos continuamos regodeándonos en los traumas del pasado, en el dolor que provocan los fracasos personales y nacionales. Con vehemencia inexplicable, seguimos en la inútil confrontación cotidiana, y la desesperante y patética incertidumbre del futuro. Como enfermedad incurable, hay una marcada necedad en buscar en lo más profundo, hasta sus últimas consecuencias, las causas, el origen primario de nuestro ADN, rastreando las huellas de los ancestros, los creadores del mestizaje ineludible, de un pueblo privilegiado, que tiene el potencial para ser protagonista, en un mundo de competencias y absurdas rivalidades.
Prevalece la cultura de los dominados, de los subyugados que confiados se rindieron anticipadamente ante los invasores, no descubridores, de los territorios de América, y después, ante los rapaces conquistadores, que despojaron a los nativos de sus riquezas, a cambio de una evolución que no deseaban y de la cual, al final fueron marginados y terminaron fatalmente afectados, cuando no exterminados, si obligados a vivir en reservas o confinamientos inexplorables.
Primero, el cruel y avasallador colonialismo, que mutiló las alas de las civilizaciones originarias, al desaparecer sus raíces culturales e imponer por la fuerza una organización social, política y religiosa, importada de la decadente Europa ambiciosa y expansionista. Posteriormente, los nativos con estoicismo soportaron o tuvieron que adaptarse a las vertiginosas transformaciones del mundo moderno y contemporáneo, que nunca solicitaron y menos aceptaron.
En este siglo, los descendientes de los grupos indígenas originarios, aquellos sojuzgados y primeras víctimas del holocausto colonizador, posicionados en los territorios marginales, pero educados en las escuelas públicas o universidades privadas, formadoras de líderes, están despertando la esperanza de iniciar una gran cruzada de ascenso para obtener mayor visibilidad y participar en la dinámica económica y política en algunas regiones del mundo.
Lo anterior, puede parecer una ficción insinuada en la serie estadounidense Yellowstone, inspiración de Taylor Sheridan y John Linson, actualmente en una plataforma de streaming. El intenso drama, protagonizado por el veterano actor Kevin Costner, como John Dutton, el patriarca de una poderosa familia del Estado de Montana, dueño de un deslumbrante rancho ganadero, acechado por desarrolladores inmobiliarios y grupos políticos influyentes, y en los límites del Parque Nacional Yellowstone y de una reservación india, cuyos descendientes empoderados pretenden extender su territorio.
Pero no solo es la lucha por la riqueza y el poder lo que mueven los hilos del guion. También las virtudes y defectos de la condición humana, se perciben a través de la violencia física o psicológica que ejercen los personajes, perfectamente construidos, especialmente los miembros del clan Dutton, que sin pudor muestran los matices más realistas de cualquier familia. Una historia que bien puede ser del siglo XIX o de los tiempos actuales.
En el sur del continente, también se tejen y desbaratan historias del genocidio cometido por los europeos, después del asalto a los pueblos originarios. Los españoles, portugueses y demás invasores, se ocuparon de desmantelar las civilizaciones edificadas durante largos periodos, para imponer con ferocidad los valores de su cultura.
Esa es la cuestionada herencia, que han soportado los indígenas sobrevivientes en este siglo, los cuales se mantienen aislados y en franca defensa de sus normas y sus espacios elementales, que el desarrollo y la modernidad del capitalismo les permitió. ¿Será que en el horizonte se vea a esos pueblos permanecer, erradicar el virus estacional del racismo y la discriminación, y algún día recuperar su protagonismo? Hasta la próxima.
Febrero 3 de 2024
Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.