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Una tarde veraniega llegaba mi hija a casa. Asomado por la ventana vi cuando bajaba de su automóvil con una pequeña caja de cartón, nunca imaginé que adentro traería a un nuevo inquilino. Al entrar a la casa, hizo la presentación del que después fue bautizado con el nombre de Swat. Un cachorrito de raza Yorkshire Terrier, color negro, cuyo perfil describen como un perro inquieto, energético y demandante.

En nuestro hogar ya había un huésped, Duby, éste también de raza pequeña, un dachshund o perro salchicha, ya tenía algunos años ocupando un espacio, cumpliendo su labor de acompañante de la familia. Pensamos que no sería fácil la adaptación, porque irrumpía en su territorio otro de su especie y, además, no iba a ser sencillo para nadie lidiar con una cría de dos meses de nacido. Sin embargo, los animales nos dan lecciones de tolerancia.

Resulta que al parecer derivó en una convivencia forzada. Duby, mantuvo sus rutinas y no renunció a los espacios ganados. Tenía sus propios escondrijos para descansar, aunque tuvo que consentir la presencia del recién llegado, en los horarios de comida. Por su parte, Swat, joven y ágil, subía y bajaba del sofá de la sala y las camas que tenía a su libre disposición. Muy pocas veces se les vio dormir juntos en la noche. Sus temperamentos eran incompatibles, el Salchicha era adusto, inexpresivo y por momentos indiferente, el Yorkshire, empático y cariñoso con los humanos.

Se fue apagando su vida

Casi con el doble de edad, Duby, que ya venía con un padecimiento de la columna, característico de su raza, fue el primero en morir. Por alguna razón estuve con él en sus instantes finales, lo sorprendió un ataque al corazón, que sería fatal, a pesar de mis esfuerzos por reanimarlo. Con la triste y desconcertada mirada de su otro compañero de viaje, se fue apagando su vida, hasta sentirlo inerte y frío.

Después de esa dolorosa pérdida en la familia, se estrecharon más los lazos afectivos con Swat, al quedarse solitario, buscó con decisión nuestro cobijo, y la empatía y solidaridad aumentaron. De eventual acompañante, se hizo inseparable amigo, que atestiguaba mis ratos de descanso, alegrías y atribulaciones.

Swat era un perro en plenitud cuando lo sorprendió la muerte, que llegó con un suceso inesperado. Un día de julio, al anochecer, andando en el jardín encontró un sapo y fiel a su instinto lo atacó. El miedo se apoderó de todos cuando vimos a la mascota con el sapo en el hocico. Lo soltó al escuchar unos gritos de terror, pero enseguida empezó a presentar signos de intoxicación. Según se sabe, los sapos cuando se sienten agredidos expulsan un líquido altamente tóxico para los perros. Efectivamente, los esfuerzos del veterinario que lo atendió rápido fueron inútiles. El veneno había penetrado velozmente en su organismo, y en cuestión de unas horas falleció.

Una conexión especial

Esta vez, el drama familiar fue más intenso. El llanto inundó lo que antes fue su feudo. Al día siguiente quedó sepultado en el jardín interior de la casa.

Consternación y luto una temporada, apenas sirvió como paliativo que ya estuviera Boffy, otro perro salchicha adulto adoptado unos meses atrás, y con el cual intentaba tener una buena relación.

Para finalizar, debo confesar que con Swat, se creó con el tiempo y la convivencia una conexión especial, su rostro y mirada me transmitían sensaciones que me ayudaban a sentir tranquilidad y una cálida atmósfera. Los perros cumplen ese cometido, alejar los malos aires de los espacios que comparten con sus dueños.

Sin duda, Swat seguirá guardado en nuestros corazones y el recuerdo hace que se mantenga vivo entre nosotros. Un día de después de su entierro, observé como un colibrí rondaba bullicioso por las ramas del Tulipán e imagine que era su enviado para saludarnos. En los grandes misterios sobre la muerte, en el imaginario de los mexicanos, existe la ficción de que al fallecer y cruzar la frontera de la vida terrenal, llegas al lugar donde continuaras otro proceso, al terminar el puente, te espera uno de estos seres para guiarte en tu nuevo camino. Por eso el título de “Espérame en la entrada”.

Hasta la próxima.

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