Salir de la ducha y, al tirar la toalla al piso, encontrarme frente a frente con la imagen de mi cuerpo desnudo frente al largo espejo que está fijo, como un juez mudo, esperando mi reacción. Me observo de pies a cabeza… no me gusta lo que veo.
Ese cabello enmarañado, sin vida, sin brillo… ese cabello sin forma definida porque hace años que no visito al estilista, ni siquiera me he comprado en el supermercado algún producto humectante o tratamiento… Ese cuerpo lleno de defectos causados por el paso del tiempo, que en realidad no es culpa del tiempo, sino de la poca atención que yo misma le doy… Ese rostro lavado que muestra las cicatrices que llevo en el alma, y parece que ya olvidó cómo sonreír… No, definitivamente, no me gusta lo que estoy viendo… no me gusta lo que estoy viviendo.
Tomo otra toalla para envolver mi cabello, como intentando así también amarrar mis pensamientos, pues me doy cuenta que me deprimo con todo lo que mi mente me está diciendo. Termino de secar mi desnudo cuerpo, que ahora está más mojado por las lágrimas que no pude evitar derramar… Dicen que estoy en la plenitud de mi vida, pero al verme frente al espejo, siento que estoy llegando al final.
Lo que realmente refleja el espejo
Esa imagen en el espejo, no es el reflejo de mi cuerpo, de mi rostro ni de mi cabello. En realidad es la imagen, del poco amor que por mí siento… ¿en qué momento me olvidé de vivir? Me olvidé de cuidar el templo que habito y dejé que comenzara a derrumbarse. Tuve tiempo y energía para todo y para todos, y sin darme cuenta, poco a poco, me quedé arrumbada en el rincón de aquellas cosas que guardo por si algún día ocupo, y que finalmente terminan por dejar de servir.
Y mientras busco el vestido con el que hoy voy a cubrir la desnudez de mi cuerpo, encuentro aquel viejo abrigo que en mis tiempos de triunfos me hizo lucir como una reina poderosa. Aquellos tiempos en que mi andar era firme y seguro, con la frente en alto y una sonrisa siempre amable pero altiva… y al recordar la sensación de aquellos buenos tiempos, sentí una luz que salía de mi vientre, de mi pecho y de mi mente, y entonces comprendí que, ese brillo, esa belleza, ese talento y poder, no eran gracias al abrigo, ni a mi forma de vestir… todo esa gloria proviene del amor que por mí sentía, y que aún vive dentro de mí.
Me llevó mucho tiempo dejar que se apagara mi autoestima, seguramente tengo mucho trabajo por hacer, mucha basura por sacar de mi alma, mucho polvo espiritual por sacudir… pero si realmente me comprometo con mi deseo de resurgir, sé que puedo conseguirlo… sé que puedo volver a lucir con el brillo que por derecho me pertenece… sé que puedo lograrlo… TENGO MUCHO BRILLO INTERNO QUERIENDO SALIR PARA ILUMINAR Y COMPARTIR.