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¿Eres mexicano? ¿Qué es lo que tú buscas?  ¡Lo que tú quieras yo te lo consigo! Así, sin más, me pregunta un desconocido en plena calle. Eso es Cuba, así son los cubanos, abiertos, atrevidos, como amigos de toda la vida. -¿Cómo sabes que soy mexicano?-  Le pregunto intrigado,  y  me responde   sonriendo  y muy seguro:   -Por qué todos se parecen-.  Y tal pareciera que sí, pues la mayoría de ellos que te detienen en la calle para ofrecerte o pedirte algo, te saludan con un ¡Hola, amigo mexicano!, seguido de la pregunta: “¿de qué parte de México tú eres?” Con solo verte, sin haber escuchado tu acento, ya lo saben.

Entrar en La Habana es despertar, es sentir, es ver lo que en ningún otro lugar vas a encontrar, es olvidar tu ciudad por unos días y es querer quedarte para siempre. En 3 viajes he recorrido sus calles, he platicado con su gente y en cada uno he descubierto lugares, olores y sabores nuevos. Tal vez te cansas de tanto caminar, pero jamás de descubrir rincones escondidos, lugares donde el tiempo se detuvo, casas y edificios que aún en sus condiciones de abandono, se levantan ante tus ojos todavía con esa grandeza con la que fueron construidos. Al caminar por sus calles, descubres los contrastes de la vida de sus habitantes, calles con edificios casi derrumbados, sin puertas, sin cristales en sus ventanas, pero habitados todavía por numerosas familias; en alguno de ellos la curiosidad me hizo dar unos pasos  y mirar a su interior, pero solo me atreví a meter mi cabeza rápidamente por el marco de una puerta abierta de par en par;  solo un pasillo largo, al final  una escalera, gritos y risas de pequeños que no veo, salgo y sigo mi camino, esperando que nadie me haya visto, ¿qué pensarán de un extraño invadiendo su espacio, aunque sea con la mirada?

Algunas cuadras más adelante y todo cambia, desaparece la pobreza y aparecen residencias majestuosas estilo europeo, restauradas, de colores vivos y amplios jardines. ¿Quién podrá vivir ahí? Me hago esa pregunta con la misma curiosidad anterior, pero esta vez no puedo meter mi cabeza, a estas residencias las rodean sus altas rejas y portones cerrados. Algunas de ellas se anuncian como embajadas o consulados, como oficinas de gobierno y muchas otras son casas que se rentan para turistas debidamente autorizadas por el gobierno, se alquilan por días o semanas, completamente amuebladas y con todas las comodidades a las que cualquier turista extranjero está acostumbrado, en algunas ocasiones, el propietario habita ahí mismo y será quien compartirá contigo su casa, sus habitaciones, su plática, parte de su vida y hasta sus sueños y anhelos. Te atenderá como si fueras parte de su familia, como si existiera una amistad de años entre los dos. Familias completas o grupos de amigos se hospedan en ellas, con mayor comodidad que en un hotel y frecuentemente más económico; con sus cocinas equipadas, solo falta una visita a algún mercado cercano para surtir tu despensa y preparar tú mismo los alimentos,  pero si tu intención es no ahorrarte ni un peso, existen demasiados lugares para comer, desde puestos en las calles bastante económicos hasta los llamados “paladares”, restaurantes generalmente atendidos por sus propietarios, con precios accesibles y variedad de platillos, la mayoría incluye pescado, pollo y cerdo, arroz y algunas verduras que en nuestro país no son muy conocidas, por lo menos no el norte.

Si eres de los que fácilmente sufren de algún malestar, llega preparado con tus propios medicamentos, no es fácil adquirir esas pastillas, esas que aquí,  hasta en la tienda de la esquina las encuentras. No importa el mes que visites  Cuba, nunca sentirás frío, sudarás con ese cálido sol aún en invierno, por las 4 esquinas estarás rodeado de ese mar azul que te hipnotiza, de esa arena casi blanca que en realidad no lo es, solo es concha de mar que con el paso del tiempo se ha triturado y se ha convertido  en polvo. Regresarás con recuerdos en tu mente que nunca olvidarás y algunos otros en tu maleta  que felizmente repartirás a tu llegada al mismo tiempo que cuentas sobre la gente con la que hablaste, con la que compartiste una sonrisa, una propina, un saludo o un adiós. Tu salida del país será más rápida que tu entrada, menos de esas filas que parecen eternas, pero que te dieron tiempo de observar a esa gente a tu lado, de lugares tan lejanos, tan distinta a ti, pero unidos por el mismo deseo que los envolvió y los hizo decidir subir a un avión y conocer esta parte del  Caribe que te atrapa con su magia, su música y su gente. Saldrás deseando regresar, poco a poco verás la isla más pequeña,  poco a poco volverás a recordar que tienes una casa, un trabajo que te espera y mucha gente que curiosa preguntará: “Cuéntame, ¿cómo te fue por allá? “.

Por esto "El Rey León" es una película mediocre
El Altar

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