Hace tiempo que ya no veo mis zapato rojo de charol colarse entre mis memorias para alcanzar una historia en donde me sienta rescatada, la desesperación me estrangula casi al sentirme liberada, pero se detiene antes de llegar al clímax, sucio destino ahora solo veo neblina.
Bailo frente algún espejo, dibujo en las pupilas con la mejor sonrisa que poseo, tomo un paseo con mis yemas sobre la piel suave que cálidamente me envuelve hambrienta de mi abrazo, coqueteo con miradas de picardía, cuento como me siento con palabras llenas de una popular agonía, modelo para herirme un poco menos, seduzco con el poder que me pertenece.
Sentirme desarmada al profanarme con ánimos de ardiente fuga en medio de la banalidad, deleitarme con una voz llena de injuria sin traiciones con crueldad, divago en deseos de carnalidad como un urgente suplicio con delirio de conspiración, nadie sabe lo que hice, nadie sabrá jamás quien realmente soy.
Mi alma posa en un escenario indómito y puedo sentirla arrastrarse por el aliento que la guía, exagerando el cabalgar agitado que procura una risa oportuna y un tortuoso sonido de fortuna aunque siempre incierta, en ese momento perpetuada.
Tosco el agarre y delicada la estocada, camina sobre la metáfora la desdicha que se presenta antes que las mentiras reservadas y luego se desahoga en los latidos que escurren entre las piernas, primero el venir como una tormenta que continua como brisa de besos tierna.
Mira en mi cuerpo que destierra la juventud eterna un exigir de veneno entre caricias, las mismas que reclama con extraños argumentos murmurados con codicia.
“Y ahora llora solemne ninfa mientras miras al infierno al donde has llegado, invitación cordial por parte de un subordinado, has adoptado secretos a los inmortales conferidos, sueña con el tifón, y guíate hacia los matorrales de las delicias”
Con la cintura ceñida al pecho, entre humo, alcohol y otros manjares aún menos apetecibles mi tez se colorea en palido, se marcan los trazos de la riña, me ahogo en el vaivén que nos embruja, fingen que es suficiente, pienso que mañana acarreare con otro infame y mísero contratiempo.
Deseo mirar el firmamento, que la luna me cubra con un velo, deseo dejar de verlo, el asco se me consume como un tabaco, tengo ansiedad hasta del sonido del viento que congela mis huesos, deduzco que de nada sirven los rezos.
Cansada de la tragedia que se estima, cansada de la valentía, gasta lo que queda de sus quejas, escupe las maldiciones contenidas, se somete sin reproche a la ira, deshace las cadenas piensa hoy ser la heroína.
Isabel dice que no.
Después de negarse le pusieron un arma en el mentón, y luego atraviesa a la susodicha con una confortable sonrisa de perdón, Isabel mira el carmín que siempre brilla sobre el carbón eso fue lo último que vio, se le figuró un zapato rojo de charol.