Y volví a saludar al señor Conejo
El tiempo ha pasado. Me detengo mientras observo todo. Algunas novedades. ¡No todo ha cambiado! Por un instante cierro mis ojos y llega un pensamiento. La sonrisa emerge después de que un suspiro cruza mi ser. Un salto al pasado me convierte nuevamente en niño y veo claramente cómo mi madre me toma de la mano junto con mis hermanos y nos dice que no la perdamos de vista.
La melancolía insiste en alterar mis emociones. Sufro una metamorfosis, vaivenes de vivencias, sonrisas, emociones y sorpresas son parte del acervo del pasado. Eran los tiempos en el cual mis padres nos llevaban al Parque Murillo Vidal, que se localiza en Xalapa, Veracruz, justo a un costado de los lagos.
Posteriormente, ya de adulto, lo hice con mis hijas. Hoy lo hago de la mano de Andrew, mi nieto. Y la alegría es una evolución constante, Conmoverme con los columpios, o con la gran piscina donde solíamos navegar a través de una barcaza dando vueltas mientras nos observaban mis padres.
El señor conejo continúa con sus grandes orejas y su resplandeciente color. Creo que le dio gusto verme nuevamente. ¡Me le acerco y le susurro al oído, -Se lo dije cuando era niño, ¡algún día regresaría a saludarlo! Y le traje a un nuevo amiguito.
El hipopótamo sigue esperando que dentro de su pansa se posen los niños para tomarse una fotografía.
¡Todo ha pasado tan rápido, que no me di cuenta cuándo me convertí en adulto!
Tomo de la mano a Andrew y caminamos juntos, él también sonríe como lo hago yo la mayor parte del tiempo. El viento trae consigo el aroma de la libertad y el sol calienta nuestras mejillas. Entonces, cuando llegan esos recuerdos, vuelvo al pasado y reconcilio momentos con mi familia, reviviendo esas experiencias que dejaron una marca indeleble en mi corazón.
Recordar los atardeceres mirando a lo lejos esperando que se fundiera el día en el ocaso, las risas a carcajadas, las noches estrelladas en las que soñábamos con conquistar el mundo y tomar los planetas como canicas para jugar la rueda. Cada vez que rememoro esos momentos, regresa a mí aquel niño tímido y risueño que poco hablaba, pero que se quedaba distraído con lo que le rodeaba. Volvemos a ser felices y libres, sin preocupaciones ni responsabilidades. Y aunque sabemos que el tiempo no retrocede, siempre es una delicia volver a sentir la emoción y la felicidad que nos invadía en aquellos momentos.
Hoy saludé al señor conejo, y lo hice como lo hacen los amigos, cuando la ausencia ha sido prolongada. Mi nieto esboza un gesto de malestar porque es hora de irnos. Hoy, nuevamente me llevo los recuerdos.
Recuerdos que pueden transformar nuestro presente y hacernos reconciliar con nuestro pasado.
Y es que cuando estamos con aquellos que compartieron esos momentos con nosotros, esos instantes que parecían efímeros se definirán en recuerdos imborrables, que perduran a través del tiempo.
Así, seguimos caminando juntos, disfrutando de la vida y de los momentos felices, y cuando llegan esos recuerdos, sonreímos con nostalgia, pero también con alegría, por haber sido parte de ello. Y es que la vida está hecha de momentos, y esos momentos, son los que nos hacen ser quienes somos hoy en día.
Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa
Edgar Landa Hernández.
Hay detalles de nuestra infancia que no cobran magnificencia hasta que los volvemos a re-encontrar. La ola de recuerdos nos sumerge a fragmentos de nuestra vida que vuelven a tomar significado. En es re-encuentro con nuestro pasado se enriquece nuestro presente. A veces con un proceso de alegría, otras de tristeza o de profundo dolor. Me alegra que tu viaje por el túnel del tiempo con el Señor conejo haya fortalecido tus bínculos de abuelo y nieto al recordar cómo eras tú en algún momento de tu niñez.
Lindo relato.