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Indudablemente vivimos en una sociedad con un alto grado de racismo y discriminación.

Aún cuando la ciencia ha desmentido una serie de mitos y creencias respecto a la superioridad de una raza con respecto a otras o de la pureza racial, el color de piel, la nacionalidad, el lenguaje o las preferencias sexuales siguen siendo excusas absurdas para despertar el odio entre la gente. Aunque a menudo se piense lo contrario, el racismo irónicamente no discrimina: pertenecer a una minoría no vacuna contra el ejercicio de la discriminación, y en cualquier caso, el racismo es inaceptable.

No obstante el racismo también parece haberse convertido en una excusa fácil para la victimización y la evasión de responsabilidades.

En México, quienes se sienten usualmente discriminados se sienten muy cómodos utilizando a su vez un apelativo insultante para quienes los discriminan (se entiende que lo merecen): “whitexicans”, quienes, según la lógica del activista, merecen ser discriminados porque siempre han gozado de un privilegio… y todo privilegio es malo.

Es curioso que siendo un país cuyos habitantes son mayoritariamente de tez morena exista una percepción de racismo en el ámbito laboral. Si a un transeúnte se le pregunta por qué no le dan empleo o fue despedido, la respuesta será: “creo que fue por discriminación racial”.

Nadie va a decir: “por inepto, porque cometí un fraude, porque no era lo que la empresa necesitaba”, y es comprensible. Nadie querría hacerse mala fama como trabajador, y quien tenga la oportunidad de dar una opinión personal sobre los motivos de su despido, ya parece que aceptará alguna responsabilidad por dicho incidente.

El verdadero problema es que mucha gente de verdad cree ser objeto de discriminación, es incapaz de reconocer su responsabilidad o falta de pericia para ejercer un trabajo o actividad determinada. Si la discriminación fuera de verdad un factor determinante para despedir o contratar a alguien, nadie en nuestro país tendría trabajo.

Insisto: no es cosa menor la discriminación y el racismo en nuestra sociedad, pero tampoco es como muchos pseudoactivistas lo presentan. En cualquier caso, el racismo debería ser problema del racista. El entorno laboral sin duda es duro, la competencia cada día es más feroz, y precisamente por eso, ha de ser la calidad y el compromiso con nuestro trabajo lo que hable por encima de atributos arbitrarios como raza o género. El problema existe, pero poco abona el sobredimensionarlo o utilizarlo como excusa para cubrir carencias propias sobre las cuales cada individuo tiene control. Para todos los seres humanos hay obstáculos a vencer, y cada uno ha de desarrollar las herramientas y recursos para adaptarse al entorno, de preferencia con base en lo que está en control.

Falta mucho para desterrar el racismo de nuestras sociedades, tal vez sea algo que jamás podamos lograr al cien por ciento, pero al menos podremos mantenerlo al margen. No obstante, el camino a dicha meta no cruza por la discriminación a quien hoy tiene el rol dominante, al contrario. Si alguien utiliza la palabra “indio” como un insulto, sin lugar a dudas es reprobable. Pero es peor si el receptor de dicha palabra DE VERDAD se siente insultado.

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