Escribo porque las letras me han acompañado toda la vida, porque mi casa siempre estuvo llena de libros y siendo una niña introvertida eran el mejor refugio para mi timidez. Comencé a escribir porque debido a mi negativa a expresar en voz alta mis emociones cuando era pequeña, mi mamá tuvo la brillante idea de pedirme que le escribiera cartas para contarle cómo me sentía.
Encontré que por lo menos para mí, escribir era muchísimo más fácil que hablar de cosas profundas y así comencé a hacerlo.
Recuerdo escribir cartas de extensiones bíblicas para contarle a mi mamá cuando me sentía triste, preocupada, ansiosa o cualquier otra emoción arrebatadora que aquejara a mi joven humanidad.
A medida que fui creciendo y madurando, poco a poco comencé a expresarme más y mejor, pero siempre había algo que guardaba para mí y para mis cuadernos llenos de garabatos, muchas veces ininteligibles por la prisa de escribir para que no se me olvidaran las ideas o por el peso de las emociones que les había puesto a esas letras en la espalda.
Ellas, las letras han sido mis compañeras de vida y hubo un tiempo no tan lejano, en el que se pusieron en huelga, me hicieron la ley del hielo, tomaron sus maletas, cerraron sus casas y me dejaron sola. Ha sido de las peores épocas de mi vida, sentía tanto y todo se quedaba adentro, como antes de que mi madre me las presentara y me dijera que tenía el poder en mis manos y en mi mente de poner en papel todo lo que llevaba dentro.
Y así anduve vagando sin ellas por tres años de mi vida, tres años en los que me sentía como una bolsa de palomitas a punto de reventar y al mismo tiempo me sentía vacía, porque sabía que ellas se habían ido y se negaban rotundamente a volver.
Incontables veces me esforcé en invocarlas, las conjuraba con tanta necesidad y desesperación salvaje, pero mis hojas en blanco siguieron vacías.
Sin embargo, cuando pasó el desastre y por fin tomé esa decisión que tanto anhelaba tomar pero que por terca seguía aplazando, ellas me levantaron el castigo, se presentaron por montones, al parecer el pequeño pueblo que me abandonó un día se había multiplicado, entonces todas juntas me arroparon, me dieron consuelo y me ayudaron a sanar.
Y aquí siguen, hace poco hicimos un trato, me dijeron que van a hacer su casa permanente en mis manos y que de vez en cuando quieren que las lleve a dar un paseo, me han dicho que quieren conocer el mundo y que tienen muchas historias por contar, sólo me pidieron a cambio que siempre, bajo cualquier circunstancia, siga siendo fiel a mí misma, que no olvide que mi lealtad es primero conmigo y que nunca más permita malbaratar mi esencia con quien no sabe apreciarlo.
Hicimos las paces y aquí estamos, cada día voy honrando un poco más el trato más importante de mi vida y ellas ya han formado una hermosa aldea de casitas pintorescas en los campos de flores que tengo adentro, con pequeñas vallas de tronquitos, han puesto una panadería donde por las mañanas se pasea tentador en las callejuelas el olor a pan recién horneado, recientemente inauguraron una fuente de agua clara que regala destellos cuando le pega el sol, afuera de la biblioteca colocaron mesitas para que los enamorados vayan de citas y para inspirar a los poetas, algunas han puesto mecedoras en sus pórticos para pasar la tarde con un libro y un buen café, han llenado de flores coloridas sus balcones y por las noches todas encienden sus farolas para iluminarme la vida.