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Llegamos por la tarde a la cabaña que nos hospedaría esa noche. Cuando escuchamos el término “cabaña”, nos imaginamos algo más escueto, pero aquel lugar en medio de la selva resultaba muy acogedor: una pequeña choza con dos camas, una ventana, un baño y todo lo necesario para descansar, despertar temprano al otro día y emprender la caminata.


Esa tarde, mi amiga B y yo la pasamos en los alrededores de la cabaña. Dentro de la zona corría un pequeño arroyo, en un paisaje rodeado de pasto, naturaleza, y todo lo que uno puede desear para descansar. Nos tomamos muchas fotos, nos mojamos los pies, platicamos y reposamos en las hamacas mientras se acercaba la hora de la cena.


Más tarde, fuimos al comedor donde pudimos conocer al resto de huéspedes del Centro Ecoturístico Ya´Tochbarum, campamento donde nos estábamos quedando.

Ahí conocimos a un simpático niño maya cuyo nombre no puedo recordar. Me parece muy curioso que todos los que estábamos ahí, en determinado momento nos confundimos al pensar que era una niña. Tan poco acostumbrados estamos a que un niño de unos 8 años pueda tener el cabello largo y use la túnica blanca de algodón característica de los lacandones.


Por la mañana despertamos temprano, con todo listo y mucha emoción para esa caminata que significaba uno de los principales objetivos de nuestro viaje. Nuestro grupo estaba conformado por aproximadamente 10 personas, entre ellos una niña, caminábamos encabezados por un guía lacandón.


Adentrarse en la selva es una experiencia fascinante. El calor húmedo, lejos de resultar sofocante, entre la vegetación que se puede observar a donde quiera que se mire resulta en un ingrediente delicioso.


El sonido que producen en combinación el agua, las aves y el viento es sumamente relajante. Siendo sincera, me sentía un poco inquieta luego de los chistes acerca de que un jaguar nos comería (como dato curioso, nos dijeron que el nombre del campamento donde nos quedamos significa en español “la casa del jaguar”).


Los jaguares usualmente cazan de noche, además de que al escuchar ruidos humanos, y más los de un grupo como el que conformábamos, es difícil que se acerquen. De hecho durante el recorrido es difícil avistar fauna de la zona, el recorrido se enfoca en la flora, por lo cual pudimos apreciar varias plantas medicinales.


En medio de los sonidos envolventes de la selva, de las diferentes especies de árboles y plantas que pudimos ver y del calor húmedo que nos hacía sudar a cada instante, encontramos los vestigios de unas ruinas. Los pequeños cerros que se encuentran en el camino, hacen pensar que podría haber ruinas por doquier. Caminamos un poco más y llegamos a una Cascada, donde pudimos nadar un poco y refrescarnos.


Descansar en medio de la selva, escucharla, sumergirse en el agua fresca después de la caminata es una experiencia increíble.


Después de este breve descanso, emprendimos el regreso al conjunto de cabañas. La selva chiapaneca es una experiencia que no te puedes perder.

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