Este mito cuenta la historia de unos hombres que han vivido toda su vida encadenados adentro de una cueva, las imágenes que llegan a ver son solamente las sombras producidas por la luz del fuego.
Viven atemorizados, sin embargo, cuando uno de ellos logra salir al exterior de la cueva, puede vislumbrar la realidad, y puede darse cuenta de que lo que veía adentro de la cueva no era verdad; éste, al regresar a la cueva y contarles a los demás, como es el mundo ahí afuera, no le creen, y no quieren liberarse de sus ataduras.
Al final creen que, al salir de la cueva este individuo enloqueció.
Esta alegoría nos deja la pregunta en el aire ¿La verdad duele?
Y es que, siguiendo la línea de esta alegoría, el sólo hecho de saber un poco más de lo que saben las personas a nuestro alrededor, puede ocasionar un cambio en la percepción que ellos tengan de nosotros, ¿por qué? Por el simple hecho de que solo creemos en lo tangible, en lo que nuestros ojos pueden ver, si yo no lo veo no existe, entonces como no hay paridad entre tú y yo, vienen las diferencias de opiniones.
Cuando en el relato refiere que, al salir el hombre de la cueva, la luz le lastima en los ojos porque está acostumbrado a la oscuridad; el dolor no dura todo el tiempo, solo hasta que la vista se adapta a su nueva realidad. Esto nos deja que, aunque la verdad sea muy dolorosa de ver, podemos vislumbrar más allá con la luz de la verdad.
Al final de esta narración, de este mito de Platón, lo que nos deja es que cada quien tiene su propio camino para llegar a la verdad, hay quienes están cómodos con lo que conocen y no quieren salir de ahí, y está bien, es respetable, porque tenemos libre albedrío. Así que, por más que uno quiera hacerle ver a alguien que está equivocado o que va por mal camino, debes de respetar su proceso, sus decisiones, porque es su vida; cuando esa persona te pida ayuda, puedes dársela, solo no lo presiones en un proceso que es sólo para él.
