Te llamo: “Ven a mi casa por favor, estoy sola”. En cuestión de minutos llegas, tocas a la puerta y entras.
Me apetece comerte a besos y saciar este afán que tengo de ser devorada por ti, sentir tus colmillos incrustados en mi cuello, advirtiendo el recorrido del fluir de tu saliva en dirección a mi pecho.
Sentir esa humedad, no solo tuya, sino mía, que emana de lo más profundo de mis venas.
Este ardor emerge de mi segundo chakra, danza en una silueta color naranja que mana hacia todo mi ser, logrando transmitir ese capricho de tener tu cuerpo adosado al mío, sin oponer resistencia corpórea, siguiendo nuestros instintos, que nos atrae cual imán, polo a polo, negativo a positivo.
Cero palabras, solo miradas que dicen más de lo que nuestras bocas pudieran pronunciar.
Sonrisas.
Expectativas.
Acercamiento.
Hacer realidad lo que en nuestra imaginación se ha originado.
Inmediatamente, tu tacto liviano, viene a despertar esas ganas de ser amada que tenía dormidas.
Ese aliento a menta, cuando sutilmente introduces esa pastilla en tu boca para robarme un delicioso y refrescante beso.
Tu proximidad, hace que yo sienta tu calor corporal. Tu temperatura y la mía aumentan al unísono.
Mis manos que estaban posadas en tu torso, las deslizas en dirección al sur; temerosas, éstas se escabullen dentro de tu pantalón, provocándote una sonrisa mientras tu lengua ingresa en un baile dentro de mi boca.
Siento como de lo comúnmente laxo, emerge tu hombría expandida. Perfecta sensación al acariciar tu miembro espigado, mientras con fervor acrecientas mi deseo presionando mi cadera hacia la tuya.
Y en ese pequeño espacio existente entre tu cuerpo y el mío, donde, mi mano muñequea efusivamente para llevarte al éxtasis del amor, tu parte baja del abdomen se conmociona, llevándonos en el beso, a clamar un enardecido gemido en mi casa.
