Una musa muerta, en busca de vendetta, enloquece a un poeta, con coléricos susurros en su cabeza
Lo último que recordaba era una espesa neblina que le ahogaba, el como suelo le arrastraba hacia su interior, alcanzo a escuchar gritos de festejo, algunos murmullos que le envolvieron como un velo, y aullidos de desesperación, luego solo hubo obscuridad absoluta.
Marco era un acosador promedio, baja estatura, y cara regordeta, gustaba de cuchichear sobre las juveniles divas escolares, gustaba de observarlas desde lejos, de murmurar historias proporcionaban terceros y no desaprovechar oportunidad para asomarse a su escote.
Marco era un acosador promedio, pero el se autoproclamaba un artista clásico, de los “de verdad”, de los de antaño, aquellos románticos empedernidos, que solo beben en copa vino-
-…de esos que saben mas solo suscitar las más bastas vejaciones de las ninfas más dramáticas, adorador y traductor de la poesía que oculta la epidermis de las mujeres más hermosas y victima de la misma- repetía, casi a diario “el clásico artista” – por supuesto, también soy incomprendido.- se decía mirándose al espejo.
Un día Marco visito un bar como de costumbre cada viernes tras la absurda clase de filosofía, a la que no le hallaba algún sentido, llego a la mesa donde se encontraban sus amigos, y entablo una enajenada conversación sobre los poetas que le ilustraron la vida y le mostraron el camino que regiría todo lo que supuestamente amaba, ellos siempre tenían el mismo tema y siempre llegaban a las mismas conclusiones.
-Definitivamente, fueron ellos los que me abrieron paso, existieron para mi, para mi llegada, pues aun no ha habido poeta que sea capaz de describir las maravillas que ocultan lo que siempre han censurado. – Ya ebrio, y algo extasiado soltó sus fantasías mas inauditas – Yo hablare sobre la muerte, en toda la esencia de la palabra, la muerte cruel, la tortuosa, la lenta, relatada desde la metáfora y la perspectiva del autor de ambas hazañas, la escrita y la ensayada, yo seré quien – dijo convencido – ¡yo seré quien, aunque me cueste el alma!, ¡aunque me cueste la falsa libertad a la que ustedes están tan aferrados!, ¡apartaos de mi! – tironeo a sus compinches – que sus aspiraciones no van más allá que de las faldas mundanas, que de las obras mediocres, repetitivas y absurdas.
-Hombre pues vete -contesto Jorge el más orgulloso de sus amigos- si no somos merecedores de tu presencia cerrar la boca e irte, que ahora todos nos han volteado a ver, y se burlan de ti.
-Pues que me vean, será la última oportunidad que tengan para admirar al ente cuyo nombre será inmortal y que pronto ya no os honrara con su presencia.
– Ya, ya, lárgate, vete – Jorge hizo un ademan obsceno en señal de despedida y propino una bocanada a su cigarrillo.
Marco salió del bar tambaleante pero dispuesto en hacer de sus sueños, realidad tangible, el alcohol hizo el efecto correspondiente, desinhibido iba proponiéndole a mujer que veía, una oferta poco atractiva.
-Oye, si adivinas cuantas monedas tengo en mi bolso, podrás llevarme a la cama- repetía creyéndose, no, mintiéndose, un atractivo insuperable por cualquier otro.
Una chica de mirar sombrío, labios escarlata, y caminar seductivo atravesó su camino, ella le miro fulminante, el cayo frente a ella de rodillas, avergonzado se paro tan rápido como sus piernas le permitieron, y le recorrió el cuerpo desde los tobillos, jamás había visto mujer tan impactante.
-Palidezco frente a ti ama de mis suspiros, apiádate de esta alma te suplico, acompáñame esta noche y la vida entera, se bien que no soy merecedor de tu tiempo, pero ni la luna es capaz de verte sin anhelo, te pido siquiera un segundo, siquiera un aliento, siquiera tu nombre.- dijo Marco sin conocer la procedencia de sus rezos.
Una sonrisa macabra se le dibujo en el rostro, ella tomo la barbilla de Marco con su dedo índice y le recorrió las mejillas, una risilla burlona se escapo de sus labios, a Marco le pareció la mas encantadora melodía.
-¡Por favor! Apiádate de mi, Dios me hizo tuyo, y yo he de ser capaz de atravesar el infierno, por uno solo de tus pensamientos, apiádate de mi, ama de mis desdichas y sueños.
La dama le tomo fuerte por muñeca, y lo guio por callejones hasta llegar a un enorme terreno baldío, Marco en toda la vida que había andado por la pequeña ciudad, no había fijado la vista en el lugar, lo desconocía por completo, desconocía mas el frio que en el albergaba, pero con semejante compañía, menos que poco le importaba, con ella incluso el tenebroso silbido del viento sonaba a soneto.
-Decirme tu nombre, decirme tus tristezas, decirme las sonrisas, decirme que no tengo valor, insultarme y luego escupirme si es lo que deseas, pero permite que tu voz me envuelva, y que al menos tu mano sostenga.
Ella lo miraba con ojos gatunos, su gesto poseía una malicia indescriptible, Marco palideció ante la espera que le provoco un escalofrió.
-Decirme siquiera tu nombre.
Marco permaneció embebido y guardo paciencia por unos momentos, la obscuridad incrementaba conforme la noche congelaba mas el aire, y no se dio cuenta de que las absorbentes pupilas de la mujer se disolvían de apoco en su iris, y luego hasta llegar a cubrir el resto de su mirada, que vista de cerca pareciese demoniaca.
-Decirme siquiera tu nombre.- repitió casi lamentándolo
-Mi nombre no puede ensuciarse con la vos de simples mortales, que por mirarme de cerca, me piensan luego propiedad marcada. Mi nombre, no puede ensuciarse en voces de aposentos tan indignos que desatinan incluso en las sátiras y comedias.
-Apiádate de mi.- dijo Marco en un susurro.
– ¿Apiadarme? ¿Y si yo hubiese sido mesura terrenal? ¿Si tus manos hubiesen poseído el poder que con tanta desfachatez deseabas? ¿Tendrías piedad de mi?
-Ama de mis suspiros…- imploró
-Jamás me rebajaría a tener sirviente tan lamentable, tan codiciosamente asqueroso, y merecedor de nada. No eres capaz de atesorar el firmamento, ni la tierra donde pisas, ni las mejores palabras que has pronunciado, menos aun serás capaz de comprender a ninguna ninfa que ofrezca los fervores que requieres, no has de poseerlas ni como amas ni como esclavas, aunque las enjaules.
-Dios me hizo tuyo…
-Y lo he rechazado, como a tantos otros, que vinieron vestidos de oro y lujos menos frecuentes, mas temor causo yo ante sus súbditos, cuando me hayo iracunda hastiada de sus ofrendas.
-Atravesaría los infiernos…
-Y ahí habrías de quedarte las eternidades que existan, pero guardo para ti peor libelo.
-Ama mía…-murmuro rogando intentado verla entre la noche que les envolvía.
La luna llego a su punto mas alto y brillo con más fuerza posándose justo sobre la musa, bajo la luz del astro, Marco pudo distinguir el ser sin la ilusión, los colmillos cenizosos, donde antes iría la sonrisa picara que lo había engatusado, los ojos completamente negros mirándolo sin parpadear, un tórax abierto dejando a la vista órganos putrefactos y repletos de gusanos, las uñas alargadas amarillentas casi de madera, al fin percibió el olor asqueante que despedía el lugar, Marco hecho un par de pasos hacia atrás, antes de poder siquiera gritar, la musa lo abrazaba con gentileza.
-¿Escapas de mi ahora? Es tarde para encontrarte.
Han pasado algunos años desde la última vez que Marco fue escuchado, se la pasa balbuceando temas sin sentido, suplicando piedad, a quien sabe quien, pidiendo el infierno, como rogando la muerte, ha dejado de mirar mujeres, se piensa que se volvió ciego, no hace más que voltear al cielo y sollozar con desgarro.