Hace algunos años salía con frecuencia con mi mamá. Íbamos a los centros comerciales, a diferentes bancos, a alguna oficina de gobierno para realizar trámites que, en muchas ocasiones, eran engorrosos pero necesarios y, finalmente, terminábamos nuestra salidas en alguna cafetería o restaurante, a veces sólo para disfrutar de un helado… Pero siempre salir con ella ha sido una maravillosa aventura.
Pasados algunos años las circunstancias nos llevaron a espaciar cada vez más esas salidas, esos paseos… Ya no era tan fácil ir al centro comercial, menos aún a caminar por los viveros de Coyoacán.
Yo me convertí en mamá y tuve que adaptar mis tiempos de acuerdo a las actividades de mis pequeños, además, tenía que trabajar un poco más. También se me dificultó más visitarla con la misma frecuencia cuando me mudé de ciudad.
La escalera eléctrica
Tengo muy grabadas en la mente y en el alma muchas enseñanzas de mamá. Lecciones que me dio desde que yo era pequeñita, y sé que jamás voy a olvidar, y lo mejor de todo es que, al recordarlas, vuelvo a tener esa sensación de magia que me transmite, hasta el día de hoy, la grandiosa sabiduría de mi madre.
Las escaleras eléctricas siempre me han causado cierta ansiedad. No sé si sea por la frialdad del metal con que están construídas o las muchas líneas de cada escalón que me causan un mareo desagradable, o peor aún, la repulsión que me provoca sujetarme del pasamanos en donde tanta gente se sostiene y me da la sensación de suciedad, contaminación y potenciales enfermedades, más ahora con el asunto del Covid.
Recuerdo cuando mi mamá me tomaba de la mano y contaba hasta tres para que yo diera un paso al frente y así poder estar parada sobre el escalón que nos llevaría hacia el siguiente piso. Mi mamá siempre supo en qué momento contar “uno, dos y tres» con tal precisión que yo podía dar confiada ese paso al frente con la seguridad de que era el momento perfecto, y que si por alguna razón yo no le atinaba al escalón, ahí estaba mi mamá sosteniendo mi mano… yo sabía que ella no me iba a soltar.
Gracias mamá
Me estoy acercando a los sesenta años y tengo la hermosa fortuna de seguir paseando al lado de mi madre, volvimos a salir para almorzar juntas y recorrer el centro comercial.
Quizá sus pasos ya no son tan ligeros como antes, pero la magia de su sabiduría no ha perdido ni un gramo de esplendor.
Después de algunas caídas, estoy feliz porque regresé a su lado y hoy sigo acudiendo a ella para escuchar sus opiniones, experiencias y consejos, que equivalen a ese perfecto conteo “uno, dos y tres”, y de esa manera, antes de dar un paso al frente, me tomo fuerte de su mano y tengo la certeza de que ella nunca me va a soltar.