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Dentro de los últimos conceptos de abuso psicológico podemos encontrar, entre otros de igual innovación, al ghosting. Se trata de un término muy usado hoy en día y se refiere al hecho de —en lo tocante a las relaciones interpersonales— terminar una relación afectiva cerrando la comunicación a costa de cortar y suprimir el canal digital o enlace comunicativo que ofrecen las redes sociales de las que tanto hacemos eco en la actualidad para vincularnos con el ser querido o pareja. Se trata, sin duda, de uno de esos males convertidos en fenómenos de la era digital en la que vivimos. Una era en la que la tecnología termina de nuevo rebasándonos para convertirnos en sus marionetas a la vez que encontramos nuevas formas de aplicar la apatía hacia el otro, específicamente cuando existe un lazo afectivo entre dos personas, que es la parte donde el ghosting despliega su poder, haciendo que quien lo ejerce no responda mensajes ni llamadas ni muestre ninguna otra seña mediante la cual haya comunicación virtual, menos aun presencial.

Además hay, como en otros males, grados de ghosting. Niveles que comprenden el llamado Ghosting intermitente, que se da cuando la persona que está infringiendo el ghosting aparece intermitentemente en la vida de la persona abandonada, suprimida, dando lugar a una comunicación esporádica y minimizada sin que se llegue a una relación profunda: el Minighosting, que no es otra que mantener abierto o no cerrar por completo el medio de comunicación pero sí dar una respuesta con una tardanza considerable o excesiva; y el Ghosting pasivo, que es ir dejando paulatinamente la comunicación cancelando de forma anticipada cada intento por una comunicación presencial, de manera que la interacción se da únicamente a través de «likes» sin que exista un verdadero intento por comunicarse de manera directa y efectiva.

En realidad estas categorías comparten la particularidad de que se trata no solo de un acto irrespetuoso sino de una agresión en modo pasivo pues la persona que lo ejerce tiende a descargar su agresividad a través de una supresión. De una falta cometida, principalmente, por medio de una omisión en lugar de una acción concreta o respuesta directa. En este caso la omisión toma forma de indiferencia; de la decisión de ignorar al otro hasta el grado de suprimirlo por completo y no contestarle. Y además hacerlo aposta, a propósito, provocando un tremendo malestar emocional en el otro. Tribulación que puede dejar desde cuadros de ansiedad hasta depresión, por no mencionar los casos que llegan a atentar contra su propia vida debido a que la falta de respuesta, el silencio, el mutismo y la imposibilidad de establecer un contacto con el otro, se vuelven insostenibles para quien sufre este fenómeno, dejándolo sin opciones para mitigar su malestar al ser víctima de este tipo de males.

Todos sabemos cómo herir sin importar el medio por el que nos inclinemos a hacerlo, sin embargo hoy en día la tecnología nos brinda nuevas formas de mostrarnos viles y despiadados conforme aprovechamos la distancia entre nosotros y el otro. Una distancia que puede llegar a ser real, aunada a la virtual ofrecida por los medios digitales que es de por sí odiosa y nefasta ya que en ocasiones las viejas necesidades traen consigo nuevas formas de solventarlas y migrar (por ejemplo). De modo que moverse y trasladarse lejos se torna en una opción plausible dentro de una relación. Pero al mismo tiempo se trata de una opción que conlleva extenuantes pesares, como la soledad y su inherente necesidad de paliarla a través de nuevas compañías. Y si a eso se le suma el ghosting, el abandono y la cerrazón, la cuestión se pone más cruda todavía para las víctimas de este mal tan en boga en nuestros tiempos, pues las relaciones suelen terminar de manera virtual, en contraste con la tradicional forma presencial en las que solían terminar en el pasado. Es decir, desapareciendo sin dar explicaciones siquiera, ni motivos. Sin dejar rastro ni otra cosa que no sea la ausencia y el abandono; acorralando a la víctima en la imposibilidad de obtener una respuesta. Algo que suele machacar su estado emocional y mental de forma tortuosa, lacerante.

Así que, una vez más, fenómenos como el ghosting nos muestran que la conducta social moderna está cada vez más descompuesta. Que los valores son cada vez más efímeros en el individuo que compone el tejido social. Que la falta de empatía es un mal floreciente. Que la tecnología es usada como arma psicológica cuyo desenlace es aterrador. ¡Y no se vale!

En vez de eso deberíamos de ser capaces de realizar un ejercicio de consciencia tras cada decisión tomada. Llevar a cabo el autoexamen para vislumbrar el conjunto de daños que podemos causarle a alguien con nuestra fragrante indiferencia, abuso psicológico y maltrato emocional al que conduce la falta de respuesta y el abandono, y así poder tomar responsabilidad por ese acto a la vez que tratamos de encontrar la manera más sana de contrarrestar los males sociales actuales, saneando la forma en que nos comunicamos con los demás, para comenzar. Evitando caer en ese mórbido juego al que los medios interactivos, las redes sociales y la era digital en general nos invitan a jugar con esa frialdad malsana a la que solo nosotros somos capaces de llegar. Así que evitemos a toda costa caer en ese tipo de fenómenos y avancemos realmente hacia un crecimiento personal que nos permita crear mejores, más sanas y responsables sociedades a la vez que brindamos el respeto y la dignidad que se merece nuestro ser querido, amigo o pareja. Sobre todo cuando decidimos continuar nuestro camino sin su compañía.

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