– La violencia aumenta, los valores disminuyen, su rebeldía crece día a día y mis fuerzas cada vez son menos.
Aún cuando mis hijos ya son mayores y pueden tomar sus propias decisiones, siguen viviendo bajo mi techo, y eso, más que un derecho, me da la responsabilidad de estar pendiente de sus vidas (o al menos eso es lo que yo pienso).
Hay tanta violencia en las calles, que cuando ellos salen de fiesta, sencillamente yo no descanso hasta asegurarme de que llegaron a casa y ver que ya están durmiendo.
Y qué decir de los videojuegos y progragas de esos jovencitos que ahora se llaman «influencers» porque tienen un montón de seguidores imitando sus maneras absurdas de perder el tiempo, poner en juego sus vidas y hablar naturalmente con ese lenguaje tan obsceno… y sin embargo, todo eso es una corriente ante la cual, yo siento que no puedo hacer absolutamente nada para detenerlos… para protegerlos.
La sabiduría de la abuela
Un día, ya desesperada por no saber cómo enfrentar esta situación que se salía del control de mis manos, le pedí a mi madre que se quedara en nuestra casa por algunos días, para que viera lo que estaba sucediendo y que me diera su consejo.
Ella, amable y amorosa como siempre, accedió a pasar con nosotros un tiempo. Ella sólo observaba, no comentaba nada. Mi madre es una mujer muy sabia y prudente, así que no dió opiniones, ella callada analizaba cada movimiento, y al cabo de una semana, me dijo que tenía que regresar a su casa, pero antes, y como yo se lo había pedido, quería comentarme lo que pudo descubrir.
El verdadero problema
Nos quedamos ella y yo a solas, frente a un par de tazas de café y algunas galletas, y yo más que dispuesta para escuchar lo que mi madre me dijera para corregir la conducta de mis hijos.
—¿Qué es lo que quieres? Me preguntó con su serenidad de toda la vida.
—Quiero que mis hijos no sean borrachos, drogadictos ni delincuentes. Quiero que no digan malas palabras ni que bailen de modo grotesco. Quiero que no sean pobres, ni en sus finanzas ni en las riquezas de su alma… quiero que no…
Ella me detuvo abruptamente y me hizo ver que absolutamente todo mi enfoque estaba en lo que yo NO quiero… y entonces volvió a pedirme que le dijera lo que SÍ quiero.
—Quiero que sean cultos y bien educados, quiero que hagan deporte y trabajen un buen proyecto de vida…
Mi madre volvió a interrumpirme y me dijo —Muy bien… todo eso es lo que TÚ quieres, pero dime ¿sabes acaso lo que quieren ellos?
El momento fue terrible… sencillamente, no supe cómo contestar a esa pregunta… Aprovechando mi sepulcral silencio, mi madre me dijo que en realidad EL PROBLEMA, no eran mis hijos, ni la internet ni nada externo… que EL VERDADERO PROBLEMA ERA MI PROPIA CONDUCTA Y NO QUERER SOLTAR EL CONTROL DE ELLOS. Y terminó dándome una lista de preguntas y consejos:
—¿Quieres que tus hijos sean personas cultas? ¿Cuántas horas al día te ven ellos a tí leyendo? ¿Cuántos libros has leído tú, en los últimos doce meses?
—¿Quieres que hagan deporte en vez de enredarse en los videojuegos toda la tarde? ¿Cuántos días a la semana te ven haciendo tu rutina de ejercicios? ¿Qué deporte estás practicando? ¿Cuál es tu pasatiempo personal?
—¿Quieres que estén alejados del mundo de las adicciones? Podrías comenzar por abrir las ventanas y limpiar este cenicero que, en el tiempo que llevamos platicando, lo has dejado que no cabe ni una colilla más de cigarro… ¿Qué tal si decides dejar tus propios vicios y sales con tus hijos a caminar? Quizá un paseo de vez en cuando, te ayude a conocerlos y saber qué es lo que ellos quieren para sus vidas, de acuerdo a su única y propia personalidad.