Tenía pocos días de haber regresado al pueblo después de siete años de ausencia, temporada que pareció ser de diez años. Las actividades que desempeñe en los otros lugares en donde viví durante ese tiempo no se parecían en nada a las prácticas aprendidas de pequeño en mi pueblo natal. Camine por la venta de perfume pirata y la compraventa de cannabis en ambos trabajos de la mano de una mujer que buscaba repetir el destino de su abuela, un camino lleno de amantes y ceguera prematura, después de renunciar, pase por los trabajos rudos, recolector de limosnas para santuarios religiosos, vendedor de bolsas plásticas, limpiador de baños, estafador, recolector de documentos, reparador de tragamonedas y otros dos o tres trabajos para gente infeliz.
Todo se podía mirar idéntico al día que me marché. Caminando por una de las calles principales, frente al hotel dorado, que es uno de los edificios emblemáticos de Atlacomulco encontré al primero en reconocerme.
– ¡Hola! ¿Cómo estás?
Su saludo tenía tanto afecto que ahora cada vez que me encuentro con él, no puedo evitar responder al saludo con el mismo entusiasmo y cariño que él me mostró esa primera vez. Aquel amigo y antiguo compañero de escuela apenas podía caminar, la dificultad para bajar el simple escalón de la banqueta dejo dolor y angustia en su rostro. Quedé sorprendido, parecía, se movía y actuaba con vejez, como si siempre hubiese existido dentro si un anciano que estaba en las últimas etapas de la vida y tenía apenas veintinueve años.
Con esa edad conocí personas que hacían de su vida una aventura, algunas enviudaron quedando con estado interesante. Los que torturan el pensamiento. Los que buscan las profundidades del corazón. Las que callen adrede. Enfermeras enfadadas con nadie, viviendo la entereza de una culpa equivocada. Juiciosos con gratitud eterna ocultando sin ingenio el cometido de sus excentricidades. Personalidades buenas y malas, resaltando la personalidad de su pueblo. Madrinas de fiestas ignoradas por el mundo. Y entre todas esas, no sé que gente me odian. Lo que puedo saber es de mi invisibilidad ante los enemigos. Somos personas cambiando de táctica.
Usaba la espalda arqueada, el paso lento, las manos torcidas y callosas, un saludo tembloroso, voz cansada y escasa.
– ¡Hola¡ ¿Cómo estás? ¡Me da gusto verte, tantos años! ¿A qué te dedicas? ¡Te ves muy bien!
-¡Hola amigo! Sí, estoy bien, regresando al pueblo después de varios años intentando transformar la vida, he tardado en aceptar mis momentos, estoy escribiendo para una revista. – Que bueno, aún recuerdo esa carta que escribiste en la escuela, todos querían conocerte y saber quién la había escrito.
-Me quedé escondido en el salón ese día, aun así muchos fueron al salón a buscarme, conocí la vergüenza, pero comenzaba a reconocerme. La voluntad hace que la vida parezca victoriosa mi amigo.
No pude menos que sonreír a tan agradable recuerdo, nos despedimos con un abrazo, quedé asombrado, ahora él era idéntico a su padre. El señor dio clases en una preparatoria, en ese entonces ya era grande para su edad, con una vejez marcada y una enfermedad que le hacía temblar las manos, sentí que en ese momento era más amigo del padre que del hijo. Después de ese encuentro fui saludando y viendo a muchos otros, también con casos de ancianidad y de enfermedad y yo, apenas iniciando a la juventud, entusiasmado por mi regreso.
Algunos van tan rápido que no se dan tiempo de verse morir, yo en cambio voy al ritmo y veo que aún no es tiempo de doblar las piernas ni de dejar caer la espalda.La estratagema, amar la existencia contra todas sus contradicciones. Presenciar el fenómeno de mi pensamiento y tranquilamente obedecer a mi escritura.»
Tal vez algún día escriba una nueva carta tan famosa como aquella de mi adolescencia»
Paternidad Literaria
TrodosMercado 2023
Fragmento del Libro Gusanos en el Ojo