Emilio, esa mañana intentaba recuperar las escenas de un extraño sueño de la noche anterior. Recordó que temprano había salido al centro del pueblo, perfectamente arreglado, se colgó en el hombro su mensajera negra, y como de costumbre, agarró la bolsa del mandado y se puso la boina beige, un regalo de su hija. Salió a la calle y abordó un vehículo de pasaje compartido, un colectivo, esa es la opción más económica, después de la pandemia, que provocó la desaparición forzada de la ruta del servicio de transporte urbano.
Los lunes solía pasar a la parroquia principal, una oración por la salud y tranquilidad de la familia y los amigos siempre es necesaria. Entró por la puerta de atrás del templo, antes de penetrar a la nave principal, se dirigió a la pila de agua bendita, metió la mano para tocar el líquido y después pasarla por su cabeza y pecho. Ya sentado en una de las impecables bancas de madera, dejó sus bolsas y la boina a un lado y se concentró en la letanía de siempre. Esta vez se sumaba otro nombre, el de una buena amiga, un inesperado deceso, que unos días antes había partido a ese viaje sin retorno.
Terminó rápido la plegaria, siempre pensaba sí la celeridad no le restaba valor a su oración. Se enganchó las bolsas y caminó hacia una de las alcancías para depositar algunas monedas. Después abandonaría el templo por la puerta principal para ir directamente al mercado. Todavía no concluía las compras, por inercia mueve la mano derecha para acomodare el cabello lacio y se percata que no traía la boina.
Una especie de susto y angustia se apodera de él, el nerviosismo lo hace dejar atrás el mercado rápidamente y regresar al templo para buscar el objeto olvidado. Cuando está de vuelta, observa el entorno y se dirige al lugar donde estuvo sentado. La banca luce vacía y la boina había desaparecido. De pronto, mira a un joven con la boina en su cabeza, se acerca lentamente y se da cuenta que es un enfermo mental, de los que deambulan en el pueblo ante la indiferencia social.
Sin medir la reacción del discapacitado, que en ese momento levantaba sus brazos implorando piedad a Dios, Emilio decidido a recuperar su preciado regalo, se dirige a él con voz firme, y ante la expectación de algunos feligreses, le dice, señor, ¡esa cachucha es mía, la olvide en aquella banca!. El perturbado, evidentemente sorprendido, apenas alcanzó a balbucear con suavidad algunas palabras que nadie entendió, pero en un acto de cordura inexplicable, arroja la boina encima de una de las bancas y se retira un poco, poniendo distancia al sentir miedo del enojo simulado de Emilio.
Emilio, con calma respira, recoge la cachucha, la coloca con cuidado en su cabeza y sale del templo agradeciendo a Dios por esa compasiva muestra de su bondad. No había caminado por la banqueta frente al parque ni diez pasos, cuando se detiene y algo en su interior lo hace volver. Entra otra vez al templo y ve a lo lejos al presunto secuestrador, llevaba la misión de entregarle una recompensa por la entrega de la boina.
Con esa intención se acercó con el dinero en la mano, y para su sorpresa, el joven en estado de abandono, anteponiendo sus brazos, por un raro impulso, rechazó con brusquedad el ofrecimiento. Emilio enmudeció, no supo que hacer, solo atinó a retirarse del sitio, agradeciendo nuevamente la benevolencia del Creador. FIN de la Historia. Bienvenido junio. Hasta la próxima.
1 de junio de 2023
*Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.
*Miembro de la Red de Escritores por el Arte y la Literatura, A.C.