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El Centro Histórico es un lugar repleto de historias, tanto vivas como desvanecidas. Algunas son recuerdos de un pasado a punto de esfumarse; otras son vivencias de un presente que sigue transcurriendo. Conoce tres nuevas leyendas urbanas del Centro que pocos han escuchado.

En el Centro Histórico de la Ciudad de México, las historias son recuerdos antiguos y vivencias inmediatas. Son los rumores que escuchamos a diario y las leyendas que se han contado desde tiempos vetustos. Basta detenerse en alguna esquina, afilar la oreja y escuchar los chismes más recientes de la calle. O bien, preguntar a los vecinos sobre las anécdotas olvidadas, las que sólo conocen unos cuántos. Si les agarran confianza y tienen suerte, escucharán historias magníficas e increíbles. También las hay terribles y espantosas.

A continuación, recopilo tres leyendas urbanas del Centro Histórico poco conocidas para muchos. No son historias prehispánicas ni de la Colonia Española, son otro tipo de anécdotas, son criaturas de diferente especie.

LA APARICIÓN DE V. CARRANZA 41

Afuera del número 41 de la calle Venustiano Carranza hay un puesto de dulces, un negocio de compra/venta de oro y un local de tacos de canasta. Es una de las calles más transitadas del Centro, esto debido a su cercanía con la calle Bolívar, Meca de instrumentos musicales y cantinas inolvidables. Eso es durante el día, durante la protección del sol. Cuando cae la noche, esa tranquilidad luce muy distinta.

Cuando oscurece, las sombras crecen y se apoderan de los edificios. Las fachadas ya no invitan, sino que amenazan. Es una hora de incertidumbres, cuando la gente acelera el paso sin saber exactamente por qué. Las cortinas de los negocios cierran y la oscuridad recorre las banquetas, provocando escalofríos. Cuando se va la luz de la tarde, aparecen las visiones y los fantasmas se manifiestan sin haber sido llamados.

Hay poca información disponible acerca de V. Carranza 41 en los registros públicos. Es un edificio con una superficie de 341 m2, cuatro plantas y muchas ventanas rotas. En los alrededores aseguran que una familia francesa lo habitó durante los tiempos del Porfiriato, después fue rentado brevemente como espacio de oficinas y ahora se encuentra abandonado. ¿Qué habrá pasado durante todos esos años? ¿Durante la prosperidad? ¿Durante el abandono? Nadie lo sabe.

Lo que sí es conocida es la reputación del lugar. Ya sean turistas o residentes, las personas describen una sensación ominosa al caminar frente al edificio, un reflejo visceral que provoca alejamiento. Incluso hay quienes dicen que han visto sombras moverse en las ventanas, a veces más de una, a pesar de que es bien sabido que el sitio está desolado.

Otros cuentan que el enorme grafitti de calavera que domina el muro exterior fue pintado como un símbolo de protección, esto en un intento de expulsar al espíritu que ahí reside. Quién sabe si lo que se cuenta será verdad.

EL PASILLO NEGRO DEL HOTEL MONTECARLO

El Hotel Montecarlo, ubicado en el número 69 de la calle Uruguay, abrió sus puertas a mediados del siglo pasado. Desde entonces, ha sido anfitrión de tertulias artísticas y reuniones políticas, también ha albergado figuras emblemáticas de las bellas artes y los círculos científicos más reconocidos del país. Eso es lo que cuentan, tanto empleados como vecinos, siempre dispuestos a compartir rumores y habladurías.

Desde entonces, los tiempos han cambiado. Ahora son los turistas, tanto nacionales como extranjeros, quienes ocupan las habitaciones de este recinto consagrado a la comodidad y al descanso. Sin embargo, hay una historia atada a este sitio que la gente se niega a olvidar. Una ocurrencia tan peculiar que ha sobrevivido a lo largo de los años, junto a los ladrillos y el polvo. Es la leyenda del pasillo negro, la anécdota del corredor interminable.

De acuerdo con algunos huéspedes y uno que otro peatón, hay un fenómeno que ocurre de vez en cuando en el Hotel Montecarlo. Dicen que si caminas por la banqueta frente al hotel a determinada hora de una fecha desconocida, encontrarás las puertas abiertas durante la madrugada. Faltarán escasos momentos para el amanecer. Una fuerza incomprensible te hará caminar esos pasos. Entrarás al pasillo negro y ya no podrás escapar.

Sin oponer resistencia, comenzarás a caminar. Cualquier otro día la caminata acabaría en segundos, tan sólo unos metros desde la entrada del hotel hasta la recepción. Pero no en esos instantes de encantamiento. Caminarás y caminarás por el pasillo negro. De repente, resonarán pasos a tu espalda. Apretarás la marcha, también lo hará la presencia. Algunos dicen que son tacones, otros aseguran que son pezuñas. Nadie lo sabe con certeza.

La caminata terminará cuando te des cuenta de que el otro, el que te persigue, ha comenzado a correr. Corre detrás de ti, tan cerca, corre entre la oscuridad para alcanzarte. Si tienes buena fortuna, podrás soportar la carrera hasta el amanecer. Después saldrás por la puerta principal, como si nada hubiera pasado. Inténtalo, si es que deseas averiguarlo.

LA SOR JUANA QUE SE TRUENA LOS DEDOS

Esta leyenda urbana la cuentan algunos alumnos de la Universidad del Claustro de Sor Juana, quienes prefieren permanecer en el anonimato. Según relatan los rumores, cerca de la entrada de la universidad (callejón de San Jerónimo) hay una estatua de Sor Juana Inés de la Cruz que no es tan inmóvil como parece.

Tan sólo finge, fueron las palabras de uno de los entrevistados. Se mueve cuando vas solo, de verdad. Se truena los dedos, es lo que dicen.

Los alumnos más dedicados de esta institución, así como los que van a las cantinas cercanas después de clases, atraviesan el callejón de San Jerónimo con confianza cuando van en grupos. Pero si alguna desafortunada casualidad te obliga a pasar por ahí sin compañía, lo mejor es que estés preparado para correr. Sólo por si acaso. Peor aún si ya está oscuro y las personas han cerrado con llave las puertas de sus hogares.

El fenómeno comienza con un leve chasquido, como si una canica rebotara en el concreto. Al principio, parece que el sonido viene de lejos, rebota en las paredes del exconvento de San Jerónimo. Los que han tenido un encuentro con esta figura, describen que el aire se vuelve pesado. Es difícil respirar y el pulso aumenta hasta que el pecho se convierte en un sube y baja de ansiedad. Mientras tanto, sigue el chasquido.

Cuando la víctima está cerca de la estatua, todo se mantiene quieto. Da la impresión de que los objetos te observan, de que la noche contiene la respiración para admirar lo que está a punto de ocurrir. Es entonces cuando ocurre, los tronidos. Si te atreves a levantar la mirada, podrás verla. Sor Juana y sus largos dedos; la estatua de los dígitos deformes. Truena uno por uno y te observa. Se truena los dedos de metal. Más vale correr, sólo por si acaso.

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