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Sucedió como aquel verso de la canción de Pandora que dice: «Te creí asunto olvidado y otra vez me equivoqué». La última vez que supe de ella es que se había casado y que vivía en su país, sin embargo, resultó que no. Ahí estaba su llamada sonando en mi celular; según yo había bloqueado su número, pero vaya sorpresa cuando veo su imagen en la llamada vía WhatsApp. Tardé unos momentos en reaccionar y decidir si contestaba o no; era Thayri. Al final, como podrás imaginar, contesté el teléfono; y tan pronto contesté me dijo:

– Por favor no cuelgues, sé que no has de estar muy contento conmigo por todo lo que pasó entre nosotros, pero necesito tu ayuda. Me voy a suicidar, me acabo de tomar una botella de whisky y tengo en mi mano un frasco de pastillas y me las voy a tomar. Por favor ven y no permitas que lo haga.

Tardé un momento en reaccionar, tratando de asimilar lo que me estaba diciendo. Pasaron por mi mente cualquier cantidad de reacciones, desde lo que había vivido con ella, lo que pasó con mi amiga que se suicidó el día de su cumpleaños y que relaté en «Nobleza Obliga», si era una broma, si quería llamar mi atención, entre algunas otras. Al fin le pregunté:

– ¿Dónde estás? ¿Cómo puedo ayudarte?

A lo cual me contestó diciendo que vivía en Mérida, en una privada, por cierto, muy cerca de mi casa, que estaba sola y que por favor la fuera a ver pues se sentía muy mal. Me dijo que me estaba mandando su ubicación y dirección y que avisaría en la caseta de donde vivía que iba yo a ir; me pidió que me presentara como su médico. No era un fin de semana, fue un martes. Tuve que cancelar algunas citas y le dije que en una hora estaría por ahí.

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No estaba muy seguro de si debería ir. Realmente no conocía a su pareja, pero las veces que lo había visto se me figuraba y me daba la sensación de que era violento. Además, hasta donde yo sabía, era su pareja y se habían casado. ¿Y si me lo encuentro en la casa? ¿Qué podría pasar? ¿Cómo reaccionar ante esta posibilidad?

Pues pudo más el sentimiento de que no podía dejarla así y la posibilidad de que lo que ya había vivido con mi otra amiga se volviera a presentar, además de que realmente quería volverla a ver.

Llegué a la privada, como le ofrecí, una hora después de la llamada. Me registré como su médico, pasé a la privada y entré a la casa. La puerta estaba abierta. Por cierto, muy bonito el lugar, la ubicación, la casa nueva de una planta, con un hermoso diseño y una camioneta tipo SUV marca Mazda nuevecita en la cochera. En cuanto entré me llamó para que pasara a su recámara que estaba al final de la casa. Se veía muy mal, muy delgada, sí tenía aliento alcohólico y se acababa de tomar las pastillas, empezaban a hacer reacción y se estaba yendo. Enseguida la levanté de la cama como pude, la llevé al baño y la hice volver el estómago hasta que salió todo lo que se había tomado. La metí a la regadera, le puse una bata y la llevé a recostarse, le di un poco de agua. Dejé que descansara un par de horas hasta que se le fue aclarando la mente y se diera cuenta de lo que estaba pasando.

La dejé hablar y desahogarse; me comentó que nunca se había casado, que Enrique – hasta entonces supe el nombre de la pareja – había comprado la casa y la camioneta, pero que nunca quiso ponerlas a su nombre, y así con puras promesas la llevó a vivir con él en esa nueva jaula de oro. Me comentó que ya llevaba más de un mes que se había ido a Estados Unidos donde vivía con su familia; una hija y su segunda esposa, de la cual le dijo que estaba separado, pero no divorciado, y cada uno hacía su vida. Cuando se fue le dijo que le había llamado su hija, que solo iría a arreglar las cosas y se regresaría para estar con ella. Pero después de un mes, sin tomarle las llamadas y en la última semana sin pasarle dinero para sustento – eso sí, todo lo demás lo pagaba, al ser su casa -; me dijo que sentía que la había abandonado, que la había engañado y que por eso había tomado la decisión de quitarse la vida.

Me comentó que le dolía mucho el abdomen desde hacía más de una semana, que fue a ver un especialista y que le había detectado que tenía una hernia y que tenían que operarla; ya le había mandado mensajes a Enrique para comentarle al respecto y no le había contestado. También me comentó que ese día era cumpleaños de Enrique, que le había mandado cualquier cantidad de mensajes y llamadas para felicitarlo, pero ni así le contestaba.

Le puse unas compresas calientes en el abdomen para bajar un poco el dolor, le preparé algo de comer y ya que la vi más tranquila me fui a trabajar prometiéndole regresar por la tarde.

Cuando regresé en la tarde ya estaba mucho más tranquila. Me di cuenta de que seguía fumando marihuana. Me dijo que ya se había podido comunicar con Enrique, que le pidió una disculpa y le comentó que para el fin de semana llegaría a Mérida. Vi que estuviera más tranquila, le di de cenar, le compré algo de despensa y artículos de limpieza, y curiosamente observé que en su baño vestidor tenía un perfume de caballero idéntico al que yo uso. Me llamó la atención y dije, por lo menos el tipo tiene buen gusto.

Desde que Enrique regresó solo hablamos por teléfono. Me dijo que estaban llegando a un acuerdo con él pues no le gustaba que fuera su dama de compañía cuando viniera a México. También me comentó que ofreció pagarle todos los gastos de la operación, análisis, placas entre otros, pero que ella ya no quería estar con él.

Le comentó a Enrique que yo había ido a verla, como su médico, para atenderla cuando se puso mal. No sé si él lo entendió así, pero al día siguiente colocó cámaras de vigilancia en la casa.

Sentí que la situación entre ellos se ponía cada vez más tensa por lo que me platicaba, que en ocasiones sí la acompañaba para los análisis, citas médicas y lo necesario para la operación, pero en otras iba ella sola. En una de esas citas, cuando regresó a casa, él estaba tomando y se puso agresivo con ella, le arrojó una silla, aunque me comentó que no la golpeó; desde su recámara me llamó para que escuchara todo lo que le estaba diciendo, que tenía mucho miedo y no sabía qué hacer.

Apenas entendía todo lo que le estaba diciendo, entre su spanglish y el alcohol; y le aconsejé que no le contestara pues podía alterarlo más, que grabara las conversaciones solamente para en caso de algo más grave pudiera presentar pruebas. La realidad es que poco se podría hacer al no haber ningún papel de por medio, ni una prueba de que estuvieran viviendo juntos, además de que era muy poco tiempo para que pudiera decir que era su concubina. Le dije que lo mejor era mantener la calma, encerrarse en el cuarto y esperar porque además él pagaría todos los gastos de la operación y ella no tenía ningún recurso.

Lo que le dijo sí fue bastante agresivo, recordándole de dónde la sacó, que la deportaría a su país o la mandaría con una amiga de ella en Portugal, que ya no la quería ver, que ya se lo había dicho su familia en Mérida y él no lo entendió hasta ahora que veía todo más claro, entre otras chuladas y malas palabras. Siempre hay dos partes de la historia y la verdad yo no quise involucrarme ni tomar partido, pero sí le dije que si se ponía más agresivo me llamara para que a su vez yo reportara el incidente al 911.

Al otro día, si bien no le pidió disculpas, me comentó que estaba como arrepentido y empezó a acompañarla a las citas médicas hasta que llegó el día de la operación, un par de días después del incidente. Solo me pudo avisar un poco antes de entrar al quirófano y luego hasta que la dieron de alta. Se las ingeniaba para llamarme e informarme cómo se encontraba. Un sábado fue cuando la dieron de alta, la operación no tuvo complicaciones afortunadamente. Sin embargo, ella me comentaba que se sentía mal, que le dolía mucho y aún con los medicamentos muy fuertes que le pusieron para el dolor, este continuaba.

Al día siguiente, domingo, me habló como a las 5 de la tarde, desesperada, diciéndome que sentía que se estaba muriendo, que no aguantaba el dolor y que Enrique no quería pagar un centavo más en medicamentos ni llevarla a un hospital, además de que su médico no le contestaba. Le pedí que me diera unos minutos para pensar qué hacer. Solo se me ocurrió hablar al servicio del 911 y comentarles lo que estaba pasando, diciendo que su pareja no quería apoyarla. Les pasé la dirección e inmediatamente mandaron una ambulancia por ella. Para su buena fortuna la llevaron inmediatamente al hospital general Dr. Agustín O’Horan, de salud pública del Estado que tiene un excelente servicio. Esto me enteré cuando llamé más tarde al 911 y me comentaron dónde la habían llevado pues ya no tuve más noticias de ella.

Enseguida le hablé a mi hermanita quien es la Directora de una de las clínicas especializadas del mencionado hospital. Le di los datos de Thayri y le hice un breve relato de su historia.

Ofreció llamar al hospital por si algún conocido de ella estuviera de guardia y le informaran cómo estaba.

Al día siguiente me habló mi hermanita y me comentó que Thayri estaba bien, mucho más estable, que ya se había presentado con ella y que estaría pendiente del proceso y tratamiento que le estarían aplicando. Me comentó posteriormente mi hermana que el problema había sido que los jugos gástricos del coraje y el susto del problema que tuvieron los días anteriores a la operación habían complicado el proceso de cicatrización interna, pero que afortunadamente se atendió a tiempo y no pasó a mayores, solo que sí se había cerrado un poco la faringe por el proceso de inflamación causado por las complicaciones.

Intenté visitarla en el hospital, pero me fue imposible por los horarios de visita de un hospital público y que, a esa hora, Enrique pasaba a verla y a llevarle lo necesario durante su estancia.

Cuando ya estuvo en su casa me habló para agradecerme todo lo que había hecho y las atenciones de mi hermana, que siempre estaría agradecida por la rápida actuación y los servicios del personal del hospital.

A los pocos días, aún en el proceso de recuperación, Enrique se volvió a ir a USA, esta vez a la graduación de su hija y le dijo que a su regreso hablaría para ponerse de acuerdo de cómo finiquitar esa relación. Me pidió si podíamos platicar que necesitaba que le aconsejara qué hacer pues estaba pensando muchas opciones, desde regresar al mismo trabajo, aguantar con Enrique, agachar la cabeza y seguir con él o buscar un trabajo. Le comenté que agradeciera que había podido salir de ese ambiente, que no cayera en la vida fácil de seguir con Enrique pues ya había visto su lado oscuro y que eso no iba a funcionar, que lo más sano era llegar a un acuerdo donde él le pagara un departamento por un par de meses y una «pensión» mientras ella encontraba trabajo, que ella valía mucho y seguramente estaba bien preparada para conseguir algo para vivir, quizás no tan holgadamente como estaba acostumbrada pero con la cara en alto preparándose para mayores oportunidades que seguramente estarían llegando. Se quedó más tranquila ocupándose de su proceso de recuperación.

Después de unos días me pidió si le podría ayudar a encontrar trabajo. Le ofrecí apoyarla y le comenté que armáramos su currículo para buscar opciones. Así lo hizo y me pidió si podíamos revisarlo en la oficina o en casa y así lo hicimos. Me sorprendió mucho su preparación escolar, cuenta con una licenciatura en administración de la Universidad Alejandro Humboldt de Venezuela, su experiencia laboral impecable, emprendedora pues cuando estuvo viviendo en CDMX tenía un negocio propio, de muy buena familia, su papá es almirante de la marina venezolana. Sin embargo, a partir de un accidente muy fuerte que tuvo en CDMX su vida se vino abajo. No quise preguntar más detalles pero el rostro le quedó bastante lastimado y gastó todo lo que tenía en fianzas y gastos médicos, además de cirugías. Ya no podía estar en CDMX y una amiga la invitó a venir a Mérida. En su desesperación de conseguir dinero para pagar todas las cirugías plásticas que tuvo que hacer en su cara cayó en el camino del dinero fácil.

Me asombró su capacidad de análisis, de la visión de negocio, redacción, ortografía, conocimientos administrativos. No dudé en que fácilmente podría encontrar trabajo en alguna empresa y no dudé en recomendarla con algunos amigos.

Recuerdo que ese día se quedó a cenar en casa. Aún no podía pasar bien los alimentos pues tenía muy cerrada la faringe por la operación. Me comentó que si había visto el perfume de Enrique cuando estaba en su casa. Le comenté que sí, que me llamó la atención que fuera el mismo que yo uso. Me dijo que ella se lo había comprado pues le gustaba mucho y le recordaba a mí.

Poco a poco empezamos a conocernos más. Durante la comida me pidió que le comentara sobre las personas que había conocido antes que ella en el lugar donde la conocí y si había tenido alguna relación más personal con esas personas. Me llamó mucho la atención que me preguntara eso, sobre todo una persona como ella tan guapa y preparada.

Se me hizo una falta de seguridad en sí misma. No le comenté nada y simplemente le dije que los caballeros no tienen memoria.

Enrique regresó al final de esa semana, pero ya con la idea de llegar a un acuerdo, pero no en los términos que ella ya le había planteado. Sentí que poco a poco se estaba alejando de mí, quizás pensó que no estaría de acuerdo en la decisión que al final tomaría.

Traté de permanecer al margen, tanto de lo que había que acordar con Enrique como de los resultados de las entrevistas de trabajo que le había conseguido. Pasaron varios días sin saber de ella hasta que le mandé un mensaje preguntándole cómo estaba y que me sentía preocupado al no tener noticias de ella. Me contestó un par de horas después, me dijo que necesitaba estar sola para tomar una decisión y que no quería que la relación y lo que sentía por mí la confundieran, además de que no quería mezclar las opciones de trabajo que tenía con nuestra relación.

Me sentí confundido y no sabía qué contestarle, así que decidí decirle que estaría al pendiente, y que como siempre, cuando estuviera en una situación desesperada como las que acostumbraba ya sabía que ahí estaría presente incondicionalmente, pues ya me había acostumbrado que solo para eso me buscaba.

Se molestó y me empezó a escribir una serie de improperios, como que yo era «un lobo con piel de oveja» y que lo que realmente estaba buscando en ella era otra cosa. Ya no quise contestarle y simplemente me alejé. Desde ese momento no tengo más noticias de ella.

No sé hasta el día de hoy qué clase de relación es la que Thayri y yo tenemos, quizás algún karma que deba pagar. Sin embargo, el amor como ser humano y lo que siento por ella ahí está, incondicional, sin esperar nada a cambio. Probablemente solo pueda esperar a que se vuelva a meter en algún problema y me vuelva a llamar. Tiempo al tiempo.

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