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Es verdad que algunos días son más ligeros que otros. A veces pareciera que todo fluye como agua cristalina en un río de fantasía, y otras veces podemos llegar a sentirnos atascados en arenas movedizas y creemos que en cada movimiento nos hundimos más y más.

Además de las situaciones que se te presentan día a día, hay factores externos, totalmente fuera de tu control, que pueden influir en tu estado de ánimo. Sin ir más lejos, el simple hecho de tener menos horas de luz solar cada día en esta época del año, ya es un detonador que puede provocar que te sientas con menos energía y entusiasmo.

No está en tus manos controlar la luz solar que llega al planeta, ni la temperatura, las lluvias o los huracanes. Todo eso es externo, sin embargo, la manera en que reacciones a esas situaciones, eso sí te pertenece, tú tienes la capacidad de elegir cómo interpretar las circunstancias que te rodean.

Reaccionando “en automático”.

Cuándo tienes oportunidad de analizar la situación con detenimiento, puedes hacer un plan de acción e incluso preparar un plan “B”, pero no siempre es así. A veces las situaciones se presentan de manera inesperada y, cuando nos toman desprevenidos, nuestra reacción suele ser por instinto, automática, sin pensarla.

Tu mente está diseñada para protegerte, sin embargo, eso puede provocar que pienses y pongas tu enfoque en los peligros potenciales, en lo que podría salir mal, y entonces el miedo se disfraza de precaución y puedes llegar a quedarte inmóvil en vez de actuar o, peor aún, tomar “en automático” acciones equivocadas.

Tener pensamientos positivos es algo que debemos ejercitar día a día, hasta que sea algo tan habitual, que forme parte de tu vida, de tu esencia, de tu personalidad. De tal forma que, cuando reacciones de manera instintiva, sin pensar, automática, o como le quieras llamar, tus reacciones sean de acuerdo a esos pensamientos positivos, con fe, confianza, autoestima y seguridad.

Tú tienes el poder y la responsabilidad de etiquetar lo que sucede y decidir con qué quedarte, en qué enfocarte, y de que manera lo vas a afrontar.

Ten un buen día, todos el día, todos los días

Sin evadir la realidad, puedo hacerle frente a cada día, con lo que venga, porque soy yo quien decide cómo voy a interpretar cada situación que se presente. Yo decido qué actitud me conviene tomar.

Se vale llorar, se vale sentir enojo, se vale tomarse un momento y hacer una pausa, pues tampoco se trata de eliminar mi capacidad de sentir y vivir las emociones que como ser humano forman parte de mi. Pero lo que no debo permitir es soltar el control de esas emociones y permitir que ellas me controlen a mi. Las puedo experimentar, controlar y capitalizar a mi favor.

Hace tiempo mi hermana mayor, me enseñó a hacer una especie de “ritual” cada mañana y cada noche. Es maravilloso lo sencillo que puede resultar cambiar la manera de ver la vida, con un simple hábito, y cómo cambia de manera positiva mi manera de reaccionar.

El “ritual”.

No es magia, aunque los resultados parezcan mágicos. Se trata, simple y sencillamente de agradecer. De estar consciente de que cada día tiene su lado positivo. Que en cada circunstancia siempre puedo encontrar un beneficio, una lección o quizá una razón para detenerme y tomar un respiro para reflexionar y hacer ajustes en mi plan de acción.

Cada mañana dedico unos minutos para agradecer por lo menos tres cosas (aunque podrían ser cientos), desde las más sencillas y que a veces olvidamos considerar. Cosas tales como el tener mi café calientito al amanecer, y mis “chanclas” para cuando salgo de la cama pueda proteger mis pies… ¡Tengo cama!, ¡Tengo pies! ¡Tengo un nuevo amanecer!

Cuánto más agradezco entiendo que tengo más y más cosas por las cuales agradecer.

La Leyenda de Barry
La magia de los finales felices

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