A lo largo de tu vida existirán días buenos y días malos, momentos en los cuales brilles con una intensidad increíble o donde solo te quieras alejar y encerrarte en ti mismo.
En aquellos momentos donde tu belleza, tu esfuerzo, tu conocimiento o actitud te hayan llevado a un momento de grandeza, solo disfrútalo, abraza ese momento y recíbelo como un regalo que te merecías recibir. Sobre todo, agradece a Dios, a la vida, a las personas que están contigo, no importa a quien, solo agradece.
Y cuando la vida te lleve a experimentar situaciones que te sobrepasan, donde quieres huir y no encuentras la salida, ahí es cuando debes de fajarte bien los pantalones, demostrar de qué estás hecho y, aunque tengas dudas, debes sacar la fortaleza que estaba dormida dentro de ti; si, aunque te encuentres titubeante y nunca la hayas vivido anteriormente, dentro de ti hay una fuerza de un tamaño incalculable que es capaz de mover y destruir mil montañas.
En nuestro interior hay una fuerza divina capaz de realizar las más grandes hazañas, solo que por nuestra falta de fe se encuentra dormida. Y no te estoy hablando de la fe hacia una religión o un ser. No, estoy hablando de tenerte fe a ti mismo. Saber que tú tienes las herramientas para afrontar esto y lo demás que sobrevenga a tu destino.
No importa cuantas veces caigas, ten fe en ti de que te levantarás. Que si te vuelves a caer, sabes que siempre existirá en ti esa determinación para sacudirte el polvo de las rodillas, de la espalda, de las manos; y que tus piernas tendrán ese impulso para seguir adelante con el camino que tú mismo te has trazado.
Levántate y haz de esta prueba, solo una experiencia que te ha dejado grandes enseñanzas.