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En el Sur de un País de América, estaba una extensa localidad llamada La Prosperidad. Se distinguía de casi todas las demás, por su notable progreso social.

Desde el siglo pasado había sido declarada libre del analfabetismo. Su economía creció más que la de los pueblos vecinos y había conseguido arraigar a sus habitantes, logrando detener la dolorosa migración.

Ampliar el bienestar, fue la clave de la paz y tranquilidad que disfrutaban. Otro factor, el respeto de los derechos  y libertades, incluida la religiosa, aunque la educación ayudaba a estar alejados del pecado de la ingenuidad.

Con la primavera llegó una etapa que siempre les traía incertidumbre, la quietud se desvanecía, para dar paso a la irrupción de la invasiva, contaminante y escasamente innovadora propaganda política.

Se trataba ni más ni menos que de la temporada electoral. La comunidad ya estaba preparada para recibir a los nuevos redentores y sus cortes, que iban alegremente a repartir folletos, carteles y diversos artículos y accesorios, todos con la marca del partido político que representaban.

No faltaba en esos mítines  y recorridos la lluvia de promesas de los candidatos.

Como si estuvieran programados, los grupos o brigadas de entusiastas promotores del voto, llegaban enfundados en sus vistosas casacas de color amarillo, azul, rojo, guinda, verde o naranja, dispersándose por las calles y veredas de La Prosperidad, con la consigna de peinar la zona y no omitir la visita a alguna de las viviendas.

Sus habitantes lo sabían y cada ciclo político se cumplía al pie de la letra. Los estrategas de la política seguían ignorando o subestimando la inteligencia popular, cada temporada repetían el modelito. Allá ellos, decía Don Álvaro, líder de los productores agropecuarios. Ellos no cambian, algunos no más se cambian de camisa, nosotros si hemos cambiado.

Tiempo atrás, el hartazgo, fue el detonador para dejar en el pasado a los viejos y políticos de última generación, que utilizaban la misma retórica junto a prácticas proselitistas recicladas.

Por si no fuera suficiente, se persistía,  hasta la obsesión,  en mantener en el poder a  familias, al estilo Kennedy, con el propósito anacrónico de imponer decadentes dinastías, en detrimento del cambio generacional para la justa y necesaria renovación de los liderazgos.

Los adultos y jóvenes de La Prosperidad tenían un rato encaramados en el tren de la globalización y las nuevas tecnologías de la información.

Se sabían insertos en un mundo diverso, con las exigencias de la competencia y la interacción con otras sociedades. Confiaban en la idea de que la política es inherente al ser humano, pero su objetivo fundamental es favorecer las condiciones para el desarrollo y bienestar de los ciudadanos.

A las nociones de Maquiavelo y Rousseau sobre la condición humana, les daban su valor, pero no les traía algún conflicto. 

Sin enredarse en complejos temas ideológicos, Joel y Ema, dos jóvenes de la localidad, uno ingeniero agrónomo y ella administradora de empresas. Estaban de regreso en su tierra, para participar en proyectos propios y comunitarios.

Como a los demás, les tiene sin cuidado el inicio de la temporada de cacería de votantes, y el arribo de numerosas huestes con su conocido armamento, para convencerlos de los beneficios que obtendrán, si sufragan a favor de tal candidato o partido, en la cercana jornada electoral.

Aplicados en la Era digital no son presa fácil de los mensajes que se transmiten en las redes sociales. Han aprendido a detectar los fake news y son expertos en la selección de contenidos.

La guerra sucia por las redes y medios de comunicación, a los pobladores de La Prosperidad,  le hace lo que el viento a un héroe de la Reforma del siglo XIX. Este es un texto de ficción. Hasta la próxima. 

*Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C. *Miembro de la Red de Escritores por el Arte y la Literatura, A.C.

La Leyenda de la Momia de los Ojos Abiertos
HERENCIA SOLAR

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