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Dicen los que saben, no sin cierta malicia, que quienes gustan del automovilismo deportivo acuden a una competencia no para ver quién gana, sino porque lo que desean en realidad es presenciar choques, volcaduras y accidentes de esos bólidos que superan los 250 kilómetros por hora. Una aseveración similar se puede hacer en el caso del futbol americano; es decir, lo que querrían disfrutar los aficionados es de golpes brutales.

La NFL, que este año está de manteles largos porque festeja su temporada 100, también tiene su lado oscuro: el de las secuelas que en sus jugadores deja el practicar uno de los deportes de contacto más violentos que existen. También dicen los que saben, y con igual carga de malicia, que el futbol americano es para hombres, sobre todo para aquéllos que están dispuestos a ganar millones de dólares en poco tiempo  -carreras de ocho a 15 años- a cambio de poner en riesgo su salud física y mental, y de vivir con dolor tras el retiro.

Curiosamente, la temporada 100 de una de las ligas que mayores ganancias genera comenzó con el anuncio de que uno de sus jugadores de mayor calidad, el mariscal de campo Andrew Luck, optó por el retiro. Su apuesta fue disfrutar una vida sin más lesiones, ni secuelas por los golpes, sin importar qué tanto dinero perder ante tal determinación.

Luck explicó que en cinco años su vida se había reducido a un círculo de lesiones-dolor-rehabilitaciones que le había quitado el gusto por practicar el deporte que ama. Comentó que vivía en constante tensión y desgaste emocional.

En el presente siglo, la NFL ha aplicado nuevas reglas para proteger a sus jugadores, además de financiar investigaciones con el objetivo de desarrollar equipamiento que aminore el impacto de los golpes. Todo esto a raíz de que en 2002 el médico Bennet Omalu, de origen nigeriano, descubrió que los constantes golpes en la cabeza  -ya sea en entrenamientos, partidos de práctica y oficiales- generan en el cerebro la Encefalopatía Traumática Crónica (CTE), un padecimiento lento y de largo plazo que inicia con problemas de concentración, mareos y jaquecas. Quien la padece se vuelve violento, manifiesta síntomas de demencia y similares a los del mal de Párkinson, tiene problemas para hablar y caminar.

La CTE es irreversible. Hay casos de jugadores que se suicidaron, y en la autopsia se confirmó que la padecían. La NFL intentó por todos los medios de silenciar a Omalu y de sepultar sus investigaciones. Después, cuando más casos de CTE se descubrieron, la liga los minimizó. Sin embargo, luego no tuvo más remedio que aceptar que se trataba de una problemática real, severa y extensa. Bennet Omalu fue claro y contundente en sus conclusiones: “El casco protege la cabeza, pero no el cerebro. El cerebro de un ser humano no fue diseñado para jugar futbol americano”.

Omalu -sobre cuyo enfrentamiento con la NFL hay una película protagonizada por Will Smith- encontró la CTE en el cerebro de Mike Webster, el famoso centro de los exitosos Pittsburgh Steelers de los años 70 del siglo XX. En el cerebro de Webster, Bennet Omalu encontró manchas nunca antes vistas en esa parte del cuerpo humano. El especialista indicó que el famoso jugador recibió en la cabeza el equivalente a 25 mil impactos sufridos en accidentes leves de tráfico.

Después de temporadas de brillantes hazañas en los emparrillados, Webster murió a los 50 años en estado de demencia. Estaba solo y únicamente se alimentaba de dulces. Casos hay muchos, y en todos fue detectada la CTE. Estos son de los que más han llamado la atención: Terry Long, también de los Steelers, se suicidó a los 45 años bebiendo anticongelante; Dave Duerson se mató de un tiro en la cabeza a los 50 años y dejó una carta de despedida en la que se leía “estudien mi cerebro”; Junior Seau se suicidó de la misma manera, a los 43 años.

Especialistas ya han advertido que a pesar de las medidas de protección impulsadas por la NFL, se multiplican los casos de jugadores que manifiestan conductas violentas fuera y dentro del campo. A finales de agosto pasado, luego de la noticia del retiro prematuro de Andrew Luck, el ex corredor Le’Ron McClain (siete temporadas con tres equipos), lanzó gritos desesperados a través de Twitter a la NFL: exigió ayuda, atención médica y una evaluación psiquiátrica ante lo que se refirió como el mal que consume su cerebro.

“Necesito que me revisen la cabeza. Jugué fullback desde la escuela secundaria. Me cuesta demasiado trabajo hacer cualquier cosa. Mi cerebro está cansado”, escribió.

Para ser honestos, nadie puede criticar a Andrew Luck por dejar la NFL, aunque  numerosos aficionados lo tundieron vía redes sociales y hasta lo calificaron de “cobarde”. Para serlo aún más, la liga debe destinar más recursos para proteger a los jugadores y apoyar a los que ya tienen secuelas, como exigió Le’Ron McClain.

En 2012 la NFL fue blanco de críticas por la tibieza con que castigó a Sean Peyton, coach de los Santos de Nueva Orleáns quien toleró que en su equipo se instituyera un sistema de pagos entre sus defensivos por lesionar a los rivales. El futbol americano, al final de cuentas, es un deporte violento, y la violencia vende. Pero eso es lo que la liga está obligada a erradicar.

ALGUNOS DATOS:

-En 2016, el Centro Médico de Boston informó que de 91 cerebros de ex jugadores estudiados, 87 sufrían la CTE.

-La esperanza de vida de un hombre promedio en Estados Unidos es de 87 años, mientras que en el caso de un jugador de la NFL es de 57.

-En 2017, un estudio publicado en Journal of the American Medical Association reveló que en 90% (177) de cerebros estudiados de ex jugadores había señales de CTE.

-La NFL ha tenido que pagar mil millones de dólares a un grupo de ex jugadores que la demandaron por ocultar y/o minimizar los efectos de los golpes en las facultades mentales.

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