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Estoy revisando algunos mensajes en mi celular mientras espero mi desayuno en la mesa de la cafetería.  Inevitablemente, escucho la conversación de unos hombres que están en una mesa cercana, y me llama la atención la manera en que se expresan de sus respectivas esposas.

Dicen que ellas son “brujas”, no en el sentido ofensivo, sino sorprendidos de que ellas, como todas las mujeres (según ellos mismos dicen), puedan darse cuenta cuando ellos están mintiendo o tratando de ocultarles algo.

Les aterra la idea de que no les hagan ningún reclamo de manera verbal, pero están seguros de que han sido descubiertos.  Tienen la certeza de que con una intensa mirada, las mujeres podemos recriminar sus fallas, con mayor severidad que si les cayéramos encima con un nutrido racimo de malas palabras.

No pude evitar reírme cuando uno de ellos comentó que, al no ser capaz de resistir la mirada de su esposa, se sintió obligado a confesar su culpa aun sin que ella preguntara absolutamente nada.

La conciencia acusadora

Todo esto me hizo recordar aquella ocasión en que mi exmarido me confesó una infidelidad de la que yo no tenía la menor sospecha.

Recuerdo bien aquella mañana de domingo, mientras yo servía el desayuno y él veía la televisión sin poner mucha atención al programa.  Él comenzó a mostrar un extraño y, hasta ese momento, inexplicable nerviosismo.  No habíamos cruzado palabra alguna, sin embargo, su alteración emocional fue creciendo de manera exponencial.

Repentinamente, él se levantó violentamente de la silla y me gritó que dejara de verlo de esa manera, que aceptaba su error y que se sentía muy arrepentido.  Yo no entendí en ese momento el significado de sus palabras… Permanecí en silencio.

Él me tomó por los hombros, y llorando como un niño me pidió que lo perdonara.  Lo dejé continuar mientras me confesó, con innecesario lujo de detalle, su muy lamentable infidelidad.  Hasta ese momento yo no sospechaba nada, pues nunca había percibido algo que pudiera hacerme desconfiar.

Big Boy, un elefante rescatado y feliz en su nuevo hogar
Sin límites

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