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Sobre pandemia y feminicidios en tiempos actuales. Apenas acceder a internet se podrá constatar que los contenidos, sin importar las páginas que se visiten, dan cuenta de una u otra manera del SARS-CoV-2, mejor conocido como Coronavirus o Covid-19. Este bicho se ha hecho tan popular que el mundo y sus empresas constituyen su agencia de marketing: publicidad global. Su infección es tan alarmante que YouTube ha decidido clausurar los contenidos que, de manera puntual, empleen la palabra CORONAVIRUS, por lo cual muchos de los llamados youtubers prefieren no hablar de ello o referirse al patógeno de otra manera; algunos se refieren a él bajo el título de: «La cosa», como las películas del extraterrestre que adopta la forma de su huésped, pero su figura primigenia es desconocida.

Pues este artículo, como se habrá advertido, también ha caído en esa red fantasmagórica y, para aprovechar el posicionamiento de la marca, se ha empleado la introducción para llamar la atención del lector y hablarle no de Covid (como se la ha llamado al bicho, en clave hipocorística, en las redes sociales como si se tratara de una persona), sino de otra pandemia, ficticia y literaria, escrita en 1977, que da cuenta –algunos le llaman profetizar– de los hoy llamados femicidios o feminicidios y con su final, quién sabe, vaticina lo que sucederá tras la pandemia que enfrentamos.

El eslabón vulnerable (The screwfly solution), breve historia, cuento corto, ganador del Premio Nébula –prestigioso en el ámbito de la ciencia ficción– escrito por Alice Sheldon bajo el seudónimo de Racoona Sheldon (la escritora empleó este nickname para publicar trabajos que hoy serían considerados como feministas, entre ellos: «Angel Fix», «Vuestros rostros, hermanas mías», y por supuesto el que ahora comentamos).

La historia, entre el terror y la ciencia ficción, da cuenta de una pandemia voraz como la que vivimos hoy día, en suma contagiosa, pero letal. Algo en el ambiente se instala, se introduce en los hombres y los impele a la violencia, pero no a la violencia discrecional, sino hacia un objetivo: la mujer.

Es en este sentido que Sheldon da cuenta, puntualiza, especifica, lo que es un femicidio: asesinato de una mujer, a manos de un hombre, por el hecho de ser mujer. Esta definición es drástica, radical, incluso imbécil, y en el sentido estricto del asesinato, a pesar de que una fémina asesinara a otra por el hecho de ser mujer, el crimen no sería tipificado como feminicidio pues para ello el hombre es el indiscutible homicida / feminicida.

Sin embargo, en esta ficción de Sheldon la definición de femicidio se cumple a rajatabla. Los hombres matan a las mujeres por ser el otro sexo; asesinatos en masa que tienen como prolegómeno el acto sexual fallido, crímenes por los cuales sus autores no experimentan culpa. «No deseo sexual, sino sed de sangre (…) Había sexualidad, sí, pero al servicio de algún mecanismo de muerte» a causa de un «contagio epidemiológico del femicidio». Y esa es la trama principal: un patógeno que impulsa la violencia sexual del hombre hacia la mujer.

La subtrama nos presenta a un joven matrimonio (integrado por una profesora y un científico que labora en Colombia interrumpiendo, mediante una sustancia química, el proceso reproductivo de una mosca considerada una plaga), su «pubescente» hija y un amigo de la familia (también científico) que intentan comprender y superar esta pandemia. La historia nos es presentada por medio de cartas, apuntes de diarios y recortes de periódicos que dan cuenta del progreso de los asesinatos fomentados por un culto religioso llamado Los hijos de Adán, que promueve a la mujer como corruptora del mundo y hace hincapié en que tras el exterminio de dicho género, el hombre volverá al paraíso.

Y en el trascurso de la narrativa se esbozan ideas sobre el origen de la epidemia y testimonios de personas que aseguran haber visto ángeles que no tienen nada que ver con la idea vulgar como se piensan a estos seres.

Veremos que en sólo seis meses la sociedad colapsa y Anne, protagonista y esposa del científico, se asume, se piensa, como la última mujer de la Tierra, o al menos de la demarcación donde se encuentra. La chica ha conseguido mantenerse con vida disfrazándose de varón, va de aquí para allá en busca de enseres para pescar, medicinas y demás menesteres; oculta en el bosque se alimenta de peces de río crudos ya que no puede arriesgarse a hacer fuego, pues sería ubicada por los cazadores. Pero esta situación sólo empeora, las temperaturas en poco tiempo descenderán hasta los 40 grados bajo cero. Sabe que no podrá soportar el frío, hará fuego y luego será cazada. Se resigna a morir y cabila sobre la situación ¿qué fue lo que ocurrió?, se pregunta.

Y es ella quien otorga al lector la verdad de lo sucedido, la verdad sobre la tragedia, ya que a lo largo del relato se sugieren algunas hipótesis que darían cuenta de la pandemia, pero ninguna concluyente. Se trata de ángeles, seres venidos del espacio que mucha gente dice haber observado. Al final del relato Anne revela la forma de estos seres, describe a uno de ellos: «Era grande y centelleante, como un árbol de Navidad, sin el árbol». Ellos, dice, nos hicieron esto, «nos obligaron a exterminarnos.

¿Por qué? Bien, es un bonito lugar, sino fuera por la gente. ¿Cómo te libras de la gente? Bombas, rayos de la muerte… todo es muy primitivo. Un caos infernal. Todo destruido, cráteres, radiactividad, el lugar arruinado. Así no hay caos ni desolación. Tal como lo hicimos con la mosca. Elegir el eslabón vulnerable, esperar a que nosotros hagamos el trabajo por ellos. Sólo unos pocos huesos desperdigados; buen fertilizante».

Aunque mucho antes de esta conclusión se ha observado como causa de la epidemia el determinismo biológico, el instinto para la violencia natural en todos los machos.

El final del relato se nos presenta abierto, confuso, excelente tema a interpretar, ya que tras haber referido la experiencia visual sobe el ángel, lo que la ufología calificaría como encuentro cercano de la tercera fase o tipo, Anne recapacita y lo niega a sí misma y a todos, y afirma que aquel ser que observó no fue un ángel o extraterrestre, «creo que era un agente de bienes raíces» (las cursivas son de origen). ¿La autora esboza en esta imagen un chiste?, ¿una persona real en tanto realidad operatoria en el relato?, ¿o la crisis económica que secunda a la pandemia o cualquier otra tragedia y es aprovechada por algunos sectores de la sociedad tras la conclusión de la misma?

Este magnífico relato fue llevado a la pantalla chica en 2006 de la mano de Joe Dante (Gremlins, Piraña, Aullidos) para la serie Maestros del horror (Masters of horror), de la cual ya habrá tiempo de hablar. El director, que no había sido prolífico, había trabajado en la dirección de otro capítulo de la misma serie: Homecoming.

Y tras el éxito del mismo, el cual aborda una pandemia zombi, trabajó en el que sería llamado en español: El eslabón más débil. Al parecer tiene buen ojo con esto de los patógenos.

El capítulo roza la fidelidad respecto al original, casi es un calco, excepto porque la acción la presenciamos al instante, de manera progresiva. Allí no hay diarios ni cartas ni recortes de periódicos. Es una escalada de violencia, suspense, misterio y terror con buenas frases que recuerdan a la Anne del texto original, pero que poseen mayor fuerza: «alguien nos observó, vio lo peor de nosotros y decidió que el mundo sería un lugar mejor sin nosotros (…) La Tierra es un jardín y nosotros (la especie humana) la plaga; al fin alguien llamó al exterminador».

Además, se propone a Anne como una suerte de Eva, la primera mujer, cuando Barney, el científico y amigo de la familia, en su lecho de muerte, dice: «tú debes seguir adelante, mientras sigas viva la raza humana aún tiene una oportunidad». Asimismo, otra de las propuestas que me pareció perfecta porque incrementa esa sensación de desastre, de tragedia, es el progreso de la epidemia a lo largo de los meses y su ubicación geográfica; al final sólo se menciona «La Tierra: diciembre», pues ya no hay rastro de la sociedad como la conocemos. Y por último, el diseño de los ángeles. Mientras que en el texto original se pensaban como una luz informe y gigante, aquí se presentan, al final del capítulo, con formas femeninas luminiscentes, altas, de larga cabellera, incluso con una suerte de tacones, que se encargan de extraer muestras de cadáveres humanos, y que tanto en el texto original como éste, no se especifica cuál es la finalidad de llevar a cabo esta tarea.

Cabe destacar algo del texto de 1977, el original, el epitafio que la protagonista se propone tallar sobre su tumba antes de morir: «Aquí yace el segundo primate en maldad de la Tierra». ¿Acaso un guiño al Segundo sexo, de Simone de Beauvoir?

En fin, un texto para pensar, debatir, leer y releer en estos tiempos paralelos. Hasta aquí esta similitud entre la ficción y la realidad.  

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