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Últimamente me ha llamado más la atención cierto fenómeno que, si bien ya había notado, no deja de sorprenderme. Me refiero a la discriminación que tiene lugar en las instituciones bancarias. Instituciones que, de alguna forma, no han dejado de ser ese club social que ofrece membresías a sus miembros para desplazarse a través de una jerarquía vertical. Una que, conforme se va ascendiendo, se va volviendo más y más hermética.

El problema se suscita cuando se pone de manifiesto que el Sistema de Gestión de Turnos no funciona igual para todos los usuarios. No, uno se encuentra (siempre como usuario) dentro de una de estas instituciones para hacer uso de sus servicios sin importar si se tiene cuenta o no, pues si estás usando ese banco en particular, es para hacer un depósito a uno de los cuentahabientes, o bien, para pagar algún servicio mediante ese banco.

¿Por qué entonces se ha de discriminar al usuario que no posee una cuenta con ellos a través de este sistema? Además, tal discriminación ha llegado al punto de la ridiculez cuando, ni siquiera habiendo gente en el banco, son capaces de atender debido a que el turno queda enterrado entre los turnos de aquellos que se consideran verdaderos usuarios y que, a su vez, también luchan contra la discriminación de su propia bancada debido, principalmente, al tipo de productos que los vuelve miembros, como la jerarquización de tarjetas de crédito, por ejemplo. O sea, ni ellos mismos se salvan de tal salvajada y clasismo exacerbado con el que actúan. Eso sin mencionar la discriminación procedente de la diferencia entre quien tiene celular y quien no lo tiene. Al segundo ni siquiera lo atienden en algunos bancos.

Imagínense la siguiente caricatura: una persona llega al banco a horas en que sospecha que estará desprovisto de usuarios. Le preguntan en la puerta si es cuentahabiente y, si lo es, le piden que deslice su tarjeta por la máquina para obtener un turno. La persona les señala que no es cuentahabiente y ellos le otorgan un turno. La persona se sienta a esperar en una de las bancas. Hay tres usuarios más en el banco, con ella. Se pregunta si son cuentahabientes o, si como ella, han tenido que sufrir, de entrada, una discriminación al pedir alguna tarjeta de ese banco en el que necesita hacer una operación. Mira hacia la pantalla de los turnos. No entiende los dígitos alfanuméricos en la pantalla, así que no puede responderse. Ya ha visto que su turno es el N011. Ve su turno en la pantalla, debajo de otro que comienza con distinta letra.  Los dos usuarios terminan y pasa el siguiente sujeto (que no deja de enviar mensajes desde su celular). Tarda demasiado en la caja pero no es asunto suyo, así que se acoge a la esperanza de que ella será la siguiente, pero dos personas más han llegado después de ella. Toman asiento y esperan. Cuando el turno cambia, se da cuenta de que una de las personas que recién acaba de llegar, se levanta y pasa a caja. Al cabo de un momento, lo mismo sucede con el otro sujeto…

Esa operación podría repetirse hasta el paroxismo para la persona que aguarda sentada sin ser cuentahabiente. Por suerte, al cabo de demasiado tiempo de espera y de sentirse ultrajada por ese banco, por fin llega su turno y realiza su operación. Sale indignada esperando nunca tener que volver a ese banco en su vida, pero algo le dice que no será así. Siempre necesitaremos de tal o cual banca sin que sea la de nuestra preferencia. Tampoco podremos llegar a ser cuentahabientes de todos los bancos al mismo tiempo para nuestro beneplácito.

A lo que me refiero es que el actual Sistema de Gestión de Turnos (para un simple usuario o cuentahabiente) resulta discriminatorio para muchos a los que su tiempo no es valorado en función de otra persona. Y eso es desigual e injusto. Sobre todo porque ese usuario discriminado necesita de ese banco por la misma razón que los demás. Es muy probable que vaya a depositar a un cuentahabiente, por lo que los derechos de tal cuentahabiente en particular deberían ser extensivos a la persona que va a realizarle un depósito a su cuenta. Lo mismo para las otras operaciones en la que se necesita de un intermediario bancario para solventar. De otra forma estoy seguro que la persona en cuestión no pisaría ese banco en particular, ¡en su vida! Y aunque no lo haga con gusto, sí debería de ser considerada cliente por el simple hecho de tener que usar ese servicio en concreto.

Para mí está claro. No continuemos fomentando la discriminación en cualquiera de sus formas. No justifiquemos la discriminación con ningún tipo de argumento, de los que nunca faltan. El tiempo debería valer lo mismo para todos y cada uno de nosotros, aunque muchas veces no le demos el valor que se merece. Cada segundo de nuestra vida está contado y todos nosotros hemos de enfrentarnos al mismo último segundo de nuestra existencia un día. ¿Qué hace que cada segundo de tu vida cuente tanto como para no desperdiciarlo? Piénsalo.

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