Como nunca en mi vida, hoy salí sin mi credencial de identificación. Y que me muero. Pésima manera de morir, como un perro sin dueño, solo, abandonado en un pradito del Parque México en la Condesa, y sin alguien a quien buscar.
Yo, que toda la vida fui muy organizado, muy meticuloso, muy metódico, muy minucioso. Siempre conmigo todas las credenciales: la de votar, de identificación, de jubilado, de adulto mayor, licencia de conducir auto, de la Biblioteca Nacional, la CURP, del seguro, tarjetas de crédito y de débito, cédula profesional, del Club. No cargaba con el pasaporte por su tamaño. Total, identificado al mil por ciento.
Y morir a lo pendejo, sin que nadie me pueda conocer para buscar a quienes me organicen un velorio, una misa y un entierro. Sin nadie que me llore. Voy a desaparecer como si nada, me ausentaré de este mundo como a escondidas. Mis herederos, mis beneficiarios, mis acreedores, nada más no sabrán nada de mí.
Lástima que no tendré un funeral. Tan bonito y solemne que podría haber sido, con un hermoso ataúd de pura madera, con una foto grande de mí, como de unos 50 años de edad, con muchas flores blancas, con la música que les dejé en una USB para que la pusieran de fondo en el velorio, toda la noche, y luego en misa y en el panteón: “Concierto de Brandemburgo No 1” de Bach, dirigido por Karl Richter, “Gloria” de la Misa de Coronación de Mozart, dirigida por Herbert von Karajan, “Fantasía Coral” de Beethoven, dirigida por Otto Klemperer, “Gloria” de Vivaldi, con la National Chamber Orchestra of Armenia, dirigida por R. Mikeyan, “Coro Final” de la Sinfonía No 9 de Beethoven, dirigida por Karajan, “El Mesías”de Händel, dirigido por Harry Christophers, “Requiem” de Mozart, dirigido por Karajan. Y también música de México: “Concertino para órgano y orquesta” de Miguel Bernal Jiménez, dirigido por Eduardo Díazmuñoz, “Corazón, corazón” de José Alfredo, “Mi Ciudad”, de Guadalupe Trigo y “No volveré”, de Esperón y Cortázar, interpretadas por la Orquesta de la Sociedad Filarmónica de Conciertos.
Mi esposa y mis hijos estarían muy tristes, pero pensando que muy pronto con mis seguros, con los gastos de marcha que les darán, con los dineritos de las cuentas, con lo demás, podrán vivir más tranquilos y alegres. Mi esposa quizá estaría atribulada, pero se sentiría sosegada porque va a recibir la pensión de viudez para ella solita. Mis yernos, nueras y nietos, de seguro estarían un poco molestos, pero al fin sentirían que ya se libraron de este viejito medio latoso y medio cabrón.
Estarían todos los de la familia con cara de compungidos y atribulados para recibir los pésames de la familia extensa, de los amigos, de los compadres, de los vecinos, de los compañeros del club, de la asociación de jubilados, del colegio profesional, del grupo de matrimonios con los que jugábamos todos los viernes al dominó y a las cartas, y chupábamos buenos tragos; hasta desconocidos se acercarían a darles el pésame con palabras más falsas que un billete de dos mil pesos.
Entre los asistentes a mi velorio se contarían los chistes de siempre y algunos más de los que están de moda, y uno que otro se acordaría de mí, siempre en buen plan. De seguro no faltaría quien dijera: “qué bueno era, qué inteligente, qué trabajador, siempre atento y educado y respetuoso, buen esposo, buen padre. Tenía sus cosas, pero ya ni decirlas, porque, acá entre nos, era bien cabrón a la hora de las viejas, o de soltar lana, o de prestar el carro, o de irle al América, o de votar por el PRI. Como era carita y tenía pegue con las de cincuenta, o hasta con las de cuarenta, se creía mucho y nos veía como de reojo.
Yo en la morgue, solo en una gaveta, con un frío de la chingada, abandonado por los empleados que sólo abren y cierran las otras gavetas, entregan cadáveres o los mandan a la fosa común porque nadie los reclama, pero a mi cadáver ni lo pelan. Es que están muy enojados con ese fiambre de la 8 porque dicen entre ellos que “ni un billetito de 500 traía, si ni identificación tiene, qué va a traer dinero o algo valioso, ha de ser un pobre raterillo que apenas iba a comenzar su trabajo, porque no trae nada encima, hay que echar pronto a este cabrón a la fosa común para que se pudra…”
Si ellos supieran que a ese muertito nunca le gustó usar cadenas, ni medallas, ni anillos, ni esclavas, ni piercings, ni nada de oro. Apenas usaba reloj, pero como los celulares dan la hora, ya ni eso cargaba. Y ese día también olvidó el celular porque como ya es adulto mayor puede vivir sin ese aparato, a diferencia de los jóvenes y niños que antes olvidan lo que sea, menos el celular.
¡Lo que me busqué por olvidar mi identificación!, y yo que tanto critico a los del INE porque dizque se roban las elecciones.
Qué paradoja, muchos me andan buscando por toda la ciudad y nadie me encuentra porque la gaveta 8 de la morgue está como desaparecida, nadie la abre, está declarada como vacía.
Así que, como me ha ido de la chingada por morir sin credencial de identificación, y para ya no seguir sufriendo, mejor pasaré a engrosar la estadística de mexicanos desaparecidos que nadie ha encontrado ni encontrará.