Mi hijo entró apurado a la casa, tenía mucha prisa por unos asuntos de trabajo y sólo vino rápido por algunos documentos que necesitaba llevar. Tracy, nuestra gran y noble «lomita» (como se les dice ahora a los perritos), estaba tirada en el piso, descansando al pie de la escalera, con su toda su peluda corpulencia característica de buen viejo pastor inglés.
Al pasar mi hijo junto a ella, justo antes de saltarla, Tracy se puso panza arriba para que mi hijo le regalara un cariñito. Sin importar la evidente prisa y el estrés del momento, mi hijo no dudó en detenerse por un momento y rascarle la barriguita a nuestra mascota, al mismo tiempo que le regaló una tierna sonrisa y palabras dulces en un tono amable y relajado. Después de ese breve episodio de cariño, mi hijo subió rapidamente las escaleras y continuó con el motivo de su rápida visita a la casa.
Un «te quiero» de oro
Mi hijo salió de casa con más prisa de la que tenía al entrar, y aún acomodando en el folder los documentos por los que vino, me regaló una dulce mirada, y antes de cerrar la puerta tras de si, me dijo con alegría: «te quiero mamá», y se fue a seguir con sus compromisos y su día.
Quizá él no sepa lo importante que es para mí ese veloz «te quiero» que me regala desde la puerta antes de salir de casa. Un par de palabras tan breves, tan sencillas, tan fáciles de pronunciar, y que tienen el poder de cambiar el color del día de cualquier mamá.
Siempre hay tiempo para dar cariño
No importa cuanta prisa tengas, cuánto estrés estés cargando. Siempre puedes tomar un breve momento, dentro de tu acelerado día, para regalar una caricia, una palabra amable, incluso una sonrisa a un desconocido, sonrisa que sólo te tomará un instante. Nunca sabrás que tan importante pudo ser para alguien más ese pequeño detalle de tu parte… nunca sabrás si acaso con tu sonrisa acabas de salvar una vida.
