Son las doce de la noche, estoy recostado sobre mi cama, con un rosario entre mis manos que mi madre me dio el día de ayer, mi cuerpo esta frío, pero puedo sentir el sudor en mi frente moverse tímidamente, como si algo se apresurara y tuvieran que esconderse esas tímidas gotas entre mis cabellos completamente paralizados, mantengo la mirada fija hacia el techo, mientras la luz de la luna que entra por mi ventana deja ver que algo cuelga del techo.
Esa cosa se balancea, me mira fijamente con sus ojos negros. Tiemblo, y en pensamientos le ruego al cielo; que me permita despertar.
Quiero gritar, levantarme de esta cama y salir corriendo, pero mi boca no se mueve, mis labios están pegados, mis pies son inmovibles, todo mi cuerpo está paralizado, -por favor ayúdenme- intento pronunciar a la vez que mi desesperación se vuelve más grande, de pronto escucho el rechinido de la puerta, “gracias a dios” pasa por mente a la vez que bajo lentamente la mirada, veo la silueta de una mujer acercarse, no la conozco, que haría mi madre con un sombrero negro tan grande a mitad de la noche, las preguntas me invaden a la misma velocidad que el terror embarga mi cuerpo, un escalofrío entra por mi pecho, se expande a mis extremidades y finalmente me penetra el alma, esta mujer se acerca cada vez más a mi cama, mientras la cosa que cuelga del techo ríe, una risa de niño, tan dulce que me hace temblar aún más, mi cuerpo sigue inmóvil.
La mujer está a mi costado, comienza a tocar mi pecho con unas largas uñas que desgarran mi carne, al fin consigo abrir mi boca y gritos de dolor y desesperación salen con gran rapidez uno tras otro, la mujer me toma de los pies y me comienza a jalar, la cosa sobre el techo baja y se posa sobre mi pecho, siento como si quisiera entrar en mi cuerpo, no puedo más, sé que estoy dormido y quiero despertar, no sé qué hacer y siento en el alma que no despertare.
Inesperadamente siento como algo me toma de las manos y comienza tirar de mí,
luchando contra aquella mujer de negro sombrero, no puedo ver que es, no sé qué está pasando, de pronto abro los ojos y veo a mi madre, sosteniendo mis manos y el rosario que me había dado, cientos de rezos salen de su boca, y esta situación me provoca tenerla que abrazar.
Si eres tu hijo mío –pregunta mi madre– y con un beso en su mejilla doy respuesta a aquella duda y con palabras solo tengo algo que decir, “si al despertar por las noches o mañanas no repito este beso, es que abre muerto sobre mi cama, así que máteme; porque no seré yo”