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Después de la visita, comencé a idear la manera en cómo ir sacando poco a poco toda esa riqueza y sobre todo dónde ocultarla, por supuesto el fraile y mucho menos los aldeanos podrían saber cuáles eran mis planes. Esa misma noche decidí salir de nuestra morada, me alejé de la comunidad para encontrar un lugar idóneo para esconder mi tesoro. Encontré por fin un camino que llevaba a una cueva, con la antorcha iluminé el interior, así que lo decidí, sería el escondite perfecto para ir guardando el oro.

La comunidad se preparaba para una fiesta a los dioses, durante las tardes se reunían en la plaza principal para rezar. Entonces fue el momento, por tres días seguidos logré entrar a la choza del sacerdote y sacar piezas de oro. Como nadie estaba pendiente, las llevaba de inmediato a la cueva.

Una noche de noviembre era la celebración principal, y en el que yo hice mi última jugada, entrar a la choza del sacerdote por las últimas piezas de oro, dejarlo en el escondite y esperar a regresar a casa, estando aquí entendí que por más oro que tuviera nunca haría riqueza.

Todos comenzaron a aglomerarse en la plaza, quemaban una especie de piedra que desprendía un aroma penetrante y en el piso tiraron pétalos de una flor rara color naranja como el atardecer. Para hacerlo pasar desapercibido adopté su vestimenta, sus pinturas en la cara y cuerpo. La noche en que todo pasa, según ellos y después lo confirmé.

Un hermoso collar de oro

Fue entonces que corrí hacia el cerro, me aseguré que no hubiera nadie en la choza y entré, el camino me lo sabía de memoria. En la sala del altar estaba la piedra con esa figura humana deforme de lo que yo creo era una mujer, muy parecida a la virgen de los católicos, sólo que esta vez tenía algo diferente. Un hermoso collar de oro colgado en su cuello -la joya de la corona- pensé y ni lento ni perezoso tomé el collar. Nuevamente sentí ese escalofrío recorrer mi espalda y entre el humo del incienso volví a ver aquella mirada fría.

Era la vieja, otra vez clavó sus ojos en los míos, esa cara decrépita que me amenazaba y que era testigo de lo que estaba haciendo. Con mucho cuidado retrocedí, el humo que emanaba de esas copas ayudó a que pudiera escabullirme, antes de salir quise asegurarme de que la anciana no me seguía, voltee y ya no estaba.

Cuando regresé la mirada para continuar mi camino la pude ver, estaba frente a mi, por la impresión casi tiro el collar. Baje lo más rápido que pude el cerro y para evitar que me siguiera tomé otro camino que previamente había analizado, un poco más largo pero igualmente seguro. Después de correr algunos minutos y al asegurarme que no viniera -era imposible por su edad pero igual quise asegurarme- tomé aire y seguí mi camino. La luna era la única luz de la que disponía y era esa luz la que resaltaba el brillo del hermoso collar.

De pronto, detrás de mí se escucharon pisadas, cientos de pisadas, busqué un lugar para esconderme, -la vieja le avisó a todos los aldeanos y ahora vienen por mi- pensé. Me oculté detrás de un tronco. Mi respiración se agitaba más y lo único que quería era llegar a mi refugio. El ruido del crujir de las hojas por la cantidad de gente que pasaba era más y más intenso, se escuchaba el susurrar de las personas. El sudor recorría mi cara y tomando todas las fuerzas me asomé para ver lo que pasaba.

Mi mente jugaba conmigo

¡Por mi Dios!, no había nadie, no había absolutamente nadie caminado. ¿Pero cómo era posible? Estaba escuchando las pisadas y los susurros y ante mis ojos no había nadie. Pensé que la oscuridad me jugaba una broma pero no. Mi mente jugaba conmigo por haberme robado ese collar y la vieja hizo algo para que me volviera loco.

Apreté el paso sin querer tomar mucho en cuenta lo que había pasado, sentí un poco de alivio saber que no venían por mí. Continué mi camino, a esas alturas me había perdido, nuevamente sentí la calma de la noche.

Fue entonces que escuché algo en el cielo, el aleteo de un ave que se acercaba, por la calma del lugar donde estaba podía saber de qué parte venía y cómo es natural alcé la mirada, cuál fue mi sorpresa al darme cuenta que no era un ave, era una especie de murciélago gigante, del tamaño de una persona y su aletear retumbaba en mis oídos. Nuevamente corrí para ponerme a salvo, ya no me interesaba saber si era una especie de la zona. Solo quise ocultarme.

Mis piernas flaqueaban y estaba a punto de caer, cuando de pronto se hizo el silencio, ya no volaba sobre mi, me detuve y con mucho terror miré hacia arriba, sólo estaba el cielo, la luna y los árboles. Y fue precisamente en un maldito árbol seco que lo vi postrado, sentado en una rama viéndome, una forma tan espeluznante con forma de hombre con alas, y algo que tenía en la cabeza ¿unos cuernos? ¡El mismo demonio! No puede ser, ellos no creen en esto, eran mis pecados por haber robado el maldito collar.

(CONTINÚA LEYENDO PARTE III)

OCULTO (Parte I)
OCULTO (Parte III)

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