Ser hombre hoy. Hace unos días hablaba con alguien y estábamos quedando para cenar. En un punto me preguntó si otra persona que yo había conocido ese mismo día vendría a la cena.
“Sí” -le contesté – “creo que sí viene, con su mujer”.
“¿Y por qué te refieres a ella como “su mujer”, como si fuera de su propiedad o algo?”, me dijo.
Yo no sabía quién es esa mujer, su pareja, su novia, su esposa, “la persona con la que vive” o lo que sea. Tampoco sabía su nombre porque ni siquiera la conocía, ni sabía quién era. Lo único que sabía era que el tipo a quien había conocido esa tarde me había comentado que vendrían los dos a cenar.
“No entiendo”, le dije, “no me parece que decir “su mujer” signifique degradarla ni mucho menos inferir que sea de su propiedad. No sé cómo se llame ni la conozco, sólo sé lo que él me dijo”
“Pues referirte a una mujer como “la mujer de alguien” es ponerla por debajo de esa persona, ¿me entiendes?”, terminó.
No. No lo entendí.
Tengo 52 años. Y nunca me he considerado macho, “machista” ni nada que se le parezca. Confieso que el comentario me pareció bastante extraño y radical, por decir lo menos. Pero me quedé pensando si no podría tener razón. En algún punto, extremista quizás, al menos en mi opinión, pero podría tenerla.
“Su mujer”, “mi mujer”, no lo sé. Hasta ese día siempre había pensado que decir “mi mujer” era lo mismo que decir “mi novia”, “mi esposa”, “mi pareja”, qué sé yo, de la misma manera que escucho a las mujeres decir “mi novio”, “mi marido” , en fin.
Me pareció tan extraño el comentario que hace un par de días platicando con gente del equipo les conté la anécdota para ver qué pensaban.
“Pues claro, estás mal, ¡por supuesto que está mal decir “su mujer”!, ¡es denigrante!”
“¿Pero cómo?, incluso cuando la gente se casa les dicen los declaro marido y mujer” argumenté.
“¡Claro! ¡Y eso también está muy mal!, ¡es la iglesia retrógrada!”
“Me rindo”, pensé. Era inútil argumentar. Me confundí más. Justo ese día hablando con otras personas me decían, por ejemplo, que no les gusta que sus parejas sean caballerosos con ellas. No les gusta que les abran las puertas, que les acerquen las sillas, que les presten una chamarra si hay frío, en fin.
No les gusta, me explicaban, porque hacerlo significa poner a la mujer en un plano de inferioridad. Una suerte de sobre protección innecesaria tal vez, no lo sé.
No juzgo lo que cada quién piense, mucho menos lo que piensan ellas como mujeres. No puedo juzgarlo porque es imposible que entienda lo que ellas sienten y piensan y por qué lo piensan.
“Es una cuestión de educación. Los hombres están educados en un ambiente machista, con costumbres que los hacen pensar que son superiores y los llevan a actuar de esa manera aunque no sea necesario”.
De ambas conversaciones, fue eso lo que me hizo más sentido:
“Es un tema de educación”. Así hemos sido educados. Así se nos ha acostumbrado.
Yo crecí con el que, en mi opinión, debe ser si no el menos, uno de los papás menos machistas del mundo. Siempre lo vi tratar a mi madre con respeto, sin ningún dejo de “superioridad” en ningún sentido.
Mi madre persiguió sus propias metas, sus propios objetivos, tuvo una carrera profesional exitosa, fue independiente y siempre hizo lo que quiso, siempre los vi como un equipo, tratándose de igual a igual. Y así nos educaron, porque fue eso lo que vimos.
Sin embargo, sí, me parece que en algún punto todos los hombres, al menos los de mi generación y de muchas otras, nos desarrollamos en una cultura machista y seguramente, aunque queramos no aceptarlo, aunque quizás no nos demos cuenta siquiera, tenemos conductas machistas.
Conductas que justificamos, que tal vez nos parecen “normales”, pero que no lo son. Porque las vemos y las analizamos desde nuestra óptica. Desde nuestra manera de pensar como hombres, no desde la óptica de las mujeres.
Es imposible que podamos verlas desde su óptica, precisamente porque no somos mujeres.
Es eso, creo, lo que hay que entender. Que cuando se trata de definir lo que está bien y lo que no, en términos de conductas machistas, son ellas quienes tienen que hacerlo, porque son ellas quienes lo padecen. Y los hombres tenemos que entender que necesitamos aprender muchas cosas.
Tenemos que reflexionar profundamente sobre nuestro comportamiento, ir muy al fondo en nuestras conductas y maneras de pensar y analizar si realmente no tenemos conductas machistas o, por lo menos “micromachistas”, como ahora dicen.
Los feminicidios, la violencia física o psicológica, las agresiones, los celos desmedidos y muchas otras cosas son sin duda las expresiones más visibles del machismo.
Esas que todos los que somos “más o menos normales” aseguramos no tener.
Pero si lo analizamos bien, si hacemos un examen de conciencia honesto y maduro, nos daremos cuenta de que sí hay rasgos en nuestra conducta que en algún punto también están mal.
No puedo hablar por todos pero, al menos en mi caso, hoy me doy cuenta de que existen esas señales.
Quizás referirme a alguien como “su mujer” sea una de ellas, no lo sé.
Pero sí lo es hacer “bromas” y chistes misóginos. Y lo he hecho.
Sí lo es abrir y compartir fotografías de mujeres desnudas en grupos de wassap de hombres y hacer comentarios al respecto, cosa que si bien no he hecho (lo juro) tampoco he detenido.
Una vez se me ocurrió decir en un grupo de hombres que pararan un poco con los pdf’s llenos de fotos de mujeres desnudas y cuando el resto se me vino encima tachándome de puritano, marica y no sé qué más, simplemente les discutí pero ni me salí del grupo ni hice en realidad nada por hacerlos entrar en razón.
Sí lo es dar por sentado cuando estás en una reunión o de viaje con una mujer asumir que es ella quien debe levantar las cosas, lavar o servir la comida porque “esas son cosas de mujeres” y sí, lo he hecho.
Sí lo es voltear a ver el escote de una chica que camina por la calle solo porque sí y sí, lo he hecho.
He hecho esas cosas y seguramente muchas otras porque las sentía “normales” siendo hombre y no pensaba que hacerlas me convirtiera en un macho, pero sin duda tengo mucho que aprender, mucho que cambiar.
Lo que está pasando hoy es producto de años, de siglos de un sistema cultural y de poder construido injustamente y sin razón para situar al hombre por encima de la mujer.
Para oprimirla desde visiones estúpidas basadas en la fuerza bruta y en nuestra evidente falta de inteligencia emocional.
Pero eso está cambiando, para bien. Es un cambio necesario, urgente, prioritario en el que nosotros, los hombres, no debemos ni podemos llevar la voz cantante. Un cambio que tenemos que entender, abrazar y apoyar, no desde la condescendencia que termina siendo otra expresión de machismo, sino desde el respeto a lo que piensan y el entendimiento de lo mucho que tenemos que aprender.
En mayor o menor medida, pero todos tenemos que aprender que el hecho de que algo nos parezca normal no significa que lo sea.
Tenemos que aprender lo que significa ser hombre hoy.
No para “ayudarles a ellas”, que no lo necesitan, sino para ayudarnos a nosotros mismos.
“No hay hombres feministas, sino machistas en rehabilitación”, dijo Julián Herbert.
Rehabilitémonos todos, por el bien de todos.
Fotografía: https://goodmenproject.com/