Meterla, sacarla, eyacular y dormirse no es ser bueno cogiendo. Y sin embargo, la inmensa mayoría de nosotros, lo hacemos así. Pensando que somos geniales, maestros en las artes de amor. Unos expertos, porque le damos duro, con energía y con fuerza. Qué más da si son tres, cinco o quince minutos.
Ellas gimen, en el mejor de los casos gritan, y listo. No se necesita más. Nunca antes habían estado con alguien como nosotros y estamos seguros de que difícilmente repetirán una experiencia así después. Tendrían que agradecernos. Qué importa si olemos a sudor, si tenemos aliento alcohólico y no coordinamos bien lo que hacemos. Da igual si nos ponemos vulgares o si contamos malos chistes, si tenemos una panza descomunal o si nos salen pelos por todos lados. Somos unos Dioses.
Súper hombres, como debe ser. Durante esos “minutos eternos” somos nosotros quienes dictamos qué y cómo se debe hacer, porque para eso somos machos y después de todo, así lo imaginábamos desde que las vimos. Nos imaginamos “cómo sería” y lo bien que la pasaríamos. Lo que haríamos, cuánto gozaríamos. Porque ellas nos gustaron. Y porque nos gustaron, es suficiente para pensar que el sexo será genial.
Suficiente y genial para nosotros, puede ser. Pero, ¿para ellas?
Empecemos por aceptar que esos tiempos en los que ellas no hablaban de eso y se conformaban con “lo que conocían” porque “era lo que había”, pasaron. Hoy ellas son mucho más conscientes de su sexualidad que nosotros, entre otras cosas porque se toman el tiempo de conocerla, entenderla y experimentarla libremente mucho más allá del básico “me gusta-la llevo a la cama-la beso-la miro desnuda-me excito-la toco-la toco-la meto-la saco-me vengo-me duermo”.
Te tengo noticias, súper hombre: Ellas tomaron el control. Son emocionalmente superiores a nosotros. Más complejas, más seguras, más intensas. Puedes seguir pasándola bien durante tus cinco minutos de gloria. Puedes voltearte a dormir satisfecho, como el soldado heroico que regresa exhausto de la guerra con todos los honores, con la seguridad de que “has cumplido con la misión”, fumarte un porro y roncar a tus anchas pero la realidad, es que te estás perdiendo lo mejor.
Cuando tú “terminas”, ellas arrancan.
Entiende eso, gladiador. Aprende a conocerlas. A entender lo complejo que es su cuerpo. Obsérvalas. No solo te excites por verlas desnudas, no dejes que ese instinto tan básico te lleve a pensar que si a ti te gusta, les gustará a ellas también. Obsérvalas. Si las observas bien, con paciencia y atención, te va a sorprender lo que vas a descubrir.
Déjalas volar, imaginar, sentir. No cuestiones lo que hacen ni por qué lo hacen. No seas inseguro, disfrútalo. Aprende a disfrutarlo. A disfrutarlas. Míralas. Libérate sin miedos y déjalas liberarse contigo. Experimenta con ellas lo que quieran, déjalas entregarse como ellas quieran, no como tú supones. Encuentra tu placer en el suyo y descubrirás una dimensión totalmente distinta, más intensa, más rica, más plena.
Conecta.
Aprende a sentir. Toca cada parte de su cuerpo como si fuera la única. Cómo si ese centímetro de su piel fuera todo su cuerpo. Centra tu energía en eso. Y siente. Siente cómo se siente ella, mira su energía, obsérvala, goza con su placer. Entiende que mientras mejor se sienta ella, mejor te hará sentir a ti. Más se entregará. Más disfrutará. Descubre esa parte de ella que nadie más ha llegado a conocer. Disfruta experimentando cómo ella se da por completo, sin barreras ni complejos, libre. No cuestiones ni preguntes nada. Solo conecta.
Conecta y entonces sí, habrás sido ese “súper hombre” que tanto te importa ser. Entonces sí, difícilmente ella encontrará a otro mejor. Entonces sí, serás todo eso que sueñas ser para ella. Conecta y, sobre todo, conocerás todo el placer que tienes el potencial de dar y sentirás también todo el placer que es capaz de darte una mujer.
Entonces para ella tu panza desaparecerá, tus chistes le gustarán y cuando terminen cansados no te querrás voltear. La abrazarás y te sentirás como nunca antes te sentiste: conectado, completo, feliz.