PARTE I
Septiembre tiene ese aroma a funeral. Me parece que había algo distinto en el aire, pero antes no lo conocía, no sabía los aromas y colores fúnebres. Tal vez solo es que, es el mejor mes para morirse, pero puede que se haya convertido en un cliché. Podría ser porque nos gusta llorar en los días nublados y lluviosos, o que solo queremos tener una novedad más en el día de muertos.
¿A quién no le gusta reunirse a contar una historia con el corazón empapado de nostalgia y llorar con dolor? Me gusta como a partir de que va terminando el verano las mañanas son más frescas, las noches más largas, y las personas más introspectivas. El año termina y empieza un recuento de daños, también hay algunas cosechas. Dicen que los últimos meses uno recoge todo lo que sembró al inicio y muchos sembramos porquerías.
Por eso es difícil no querer morirse en septiembre, hay muchos días que nadie quiere vivir antes de que sea primavera, muchas deudas que nadie quiere pagar cuando empieza el año. Es mejor perecer cuando el verano está por terminar. A lo mejor las personas buscan morir antes de que los árboles pierdan todas sus hojas para no tener que buscar calor cuando el invierno llegue.
PARTE II
Todos se quieren morir, pero ninguno quiere estar muerto. Septiembre me da esa sensación de funeral. Toda la mañana fui víctima de mi propia ansiedad auto provocada. Hui cuando por fin fue mi hora de salida.
Llegué a las escaleras y con cada paso que di fui perdiendo años hasta el punto en que me encontré brincando los escalones de dos en dos. Sostuve los tirantes de mi mochila, mi cabello rebotó en cada salto y sonreí pensando que entre menos tarde en bajar más rápido lo voy a encontrar.
Me sentí como la Paola de 6 años la que paseaba por el parque, rodaba por el pasto y recolectaba las hojas de los árboles. Corrí hacia él, enérgica e ignorante. Ella había estado ahí antes. Dejé la rosa que sostenía donde siempre la he colocado, debajo de su recuerdo. Elegí la más bonita. Mientras me sentaba en el suelo dije: “no, no vas a llorar, no lloraste antes así que no lo harás ahora”.
¿Qué esperanza hay? ¿Por qué dejamos flores? ¿Por qué seguimos hablando con los muertos? No entendía y todavía no comprendo esa constante actitud de hablar con quién ya no está, de pretender que nos ve, de imaginar que puede oler las flores que dejamos en su regazo. Entonces eso es, eso fue, eso era.
No lo hacemos por la convicción o la fe en ellas sino por alguien más. No puse una rosa junto a su fotografía por mí, sino porque sé que a él le gustaría que yo lo hiciera. Rodeada de flores y cenizas entendí lo que era el amor. Feliz quinto aniversario.
PARTE III
Los martes el tráfico se pone insufrible como si alguien les hubiera dicho que jodieran el día que no me gusta. Descargo toda mi ira, les grito imbéciles, pero ellos no tienen la culpa que el mal humor me gobierne. Tal vez solo estoy triste porque septiembre huele a funeral y ya se está acabando.
Llegó el equinoccio de otoño y no compartí una puesta de sol. Perdí todo a lo que me aferré antes de que los árboles perdieran sus hojas. Van a caer una por una, pero nadie llorará. Nunca tendré un hijo, ni me haré un tatuaje, le tengo miedo a eso de la permanencia, a llevar algo contigo toda la vida. Prefiero las heridas que dejan cicatrices y que después son olvidadas.
Retomé lecturas previas, escribí cada noche, viví el desempleo y probé lo que era dormir con una botella en la mano. Regué mis flores todos los días, pero aun así comenzaron a marchitarse, también les daba de mi humo, pero no era lo que ellas querían. A la orilla de mi banqueta se acumularon los cigarrillos. Una noche nos despedimos con un beso, admiré el color café de sus ojos una última vez y antes de marcharme le dije que al fin se había ido el verano.