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Seis de Enero. Cuando era niña, nunca supe de lo nuevo. Los libros, los uniformes y los juguetes nos los heredábamos entre hermanas. Para vestirnos, mi mamá compraba usado en el mercado de Santa Cruz Meyehualco,  porque el sueldo de mi papá se iba en pagar la luz, el gas y la comida. 

Las cosas que teníamos  no eran a nuestro gusto y a veces tampoco de nuestra talla, la ropa y los zapatos eran de oportunidad, mi pobre madre, solo revisaba que estuvieran en buen estado y a bajo costo.

Gracias a ese mercado ella  poco a poco amuebló  los tres cuartos en los que vivíamos, uno era la habitación dónde dormíamos en  camas literas, mis dos hermanas y yo, la otra era la cocina-comedor y una sala dónde mis padres dormían, tirados a ras del piso en la esponja de un sofá, el baño era aún letrina y estaba afuera.

Para asearnos se calentaba agua en la estufa y nos bañábamos dentro de una tina de metal redonda en el centro de lo que era la sala.

El agua que caía en la tina, se reciclaba para trapear los cuartos y lavar las jergas, porque en la colonia sólo había agua una vez por semana. 

Vivíamos en un terreno grande que era de mi abuelo, y pegado a nuestros cuartos había otros, que rentaban a extraños.  Por eso cuando mis padres no estaban, nosotras no podíamos salir, nos dejaban encerradas bajo llave. Durante ese aislamiento a veces venía los niños inquilinos, que nos buscaban para jugar, como no podíamos salir, tomaban nuestros juguetes, mi hermana Ale la más pequeña, lloraba y  gritaba desde adentro con gran desesperación – ¡ Chayo, deja mi triciclo!.

A esos cuartos los Reyes Magos nunca llegaron, ni tampoco nos explicaban por qué, nos asumíamos como pobres, y ninguna de las tres hacía su carta .

Recuerdo un seis de enero que llegaron de visita mis primos, estábamos dentro bajo llave, pero por la mañana mientras estuvieron mis padres pudimos salir al patio y andar por los cuartos que aún estaban en construcción, recogimos lo que los inquilinos botaron como basura, y para nosotras fue un gran regalo, las cajas de los juguetes que si llegaron a sus cuartos el seis de enero, encontramos el empaque del  nenuco, de la muñeca que arrulla a su bebé, la caja del  juego de té.

Encontrar aquello para nosotras, fue un gran regalo.

Para la hora en que llegaron mis primos, la puerta estaba cerrada, traían con ellos sus juguetes nuevos y venían a presumir; fue Azucena mi hermana mayor quién decidió que antes de recortar las imágenes de las cajas, que habíamos recolectado para jugar;  fingir que en nuestra recamara teníamos aquellos juguetes, nos asomamos por las ventanas y contamos lo que los Reyes nos habían dejado, mostrando solo las cajas; salimos de una en una, fingiendo que las otras dos jugaban entretenidas con lo nuevo.

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Tecolutla

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