Lujuria incontenible invade mi ser, espero ansiosamente para salir a beber; el néctar de tu belleza, tu sangre y tu fé. Las horas pasan, desesperadamente me rebelo, desesperadamente maldigo, esto que soy, esto que represento.
En la muerte me muevo y de ella soy víctima , me invade cruelmente mientras se burla de la vida. El sol temible juez, sentencia de muerte a todo infiel, de odio marcado está mi ser.
Me veo arrastrado al abismo, aferrado a la nada para evitar el infierno, vacío sin rumbo y guiado por el instinto y los impulsos, de la alma desperdicio; un vehemente despojo.
Guiado por estos pensamientos cabalgo hacia abajo, encuentro el arrepentimiento, pero a lo lejos veo el objeto del deseo, se enciende la locura y el desenfreno, se enciende la violencia sin sentido, la crueldad y la avaricia.
Acobijado por la noche y listo para atacar tu latido me destroza y me hace explotar, fugitivo de las leyes de Dios, fugitivo de las leyes del hombre me clavo en lo profundo para nunca acabar.
Por hoy satisfecho para volver a atacar, esta sed insaciable y demoníaca sin piedad, la calma de la noche es mi premio, el ansia se va y por fin tengo sosiego.
El triunfo de la noche ensombrecido paradójicamente por la luz del fuego, veo a la multitud como un pesado destello, una pesada ola de una hermana sirena dispuesta a arrastrarme sin piedad y con toda su fuerza.
Los oídos del pueblo han sembrado el odio hacia mí, eminente es mi fin y me dispongo a la temida sentencia, sin escape disfruto los últimos minutos de agonía física y mental, pensando en el destino que sigue, uno peor que la muerte, uno peor que la vida.
En el campo maldito fue sellado mi destino y sigo pagando el precio de la sangre, esta tortura sin fin, siempre rumiante, siempre bestial, siempre la sed insaciable…