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CAPITULO 3: Escuadros

Recuerdo muy claramente que, cuando era niña solía interesarme por las princesas. Ya sabes, por esas doncellas hermosas de largos vestidos, con tiaras en la cabeza que aguardaban pacientemente por un príncipe que pudiera salvarlas de los peligros, y solucionar cada uno de sus predicamentos. Cuando cumplí los 8 años, entendí que no precisaba de ser una princesa, sino más bien, de ser una bruja. Sí, tenía pensamientos bastante contradictorios, lo sé; pero era cierto, a la edad de ocho años yo fantaseaba con tener una poderosa varita mágica que pudiera facilitarme la vida. Un sombrero puntiagudo y una lechuza que fuera mi guía y compañera de aventuras. Y que quede claro, esas tan solo eran algunas de las razones por las que yo sentía tanta fascinación por ser una experta en la brujería (aunque claro, yo no comprendía a detalle lo que eso significaba). Yo no sentía la necesidad de serlo, por el hecho de ser la villana y enemiga de las princesas, sino porque, en el fondo de mi ser, lo que realmente soñaba era ser osada. Valiente; incapaz de asustarme. Inclusive, solía imaginarme, cómo sería mi primera tarea siendo osada. No sé, robarme una barra de chocolate sin sentir algún tipo de culpa, por ejemplo. No obstante, jamás pensé que, para mí, mi primera labor siéndolo sería, pedirle a mi padre permiso para ir con una “amiga” a una función de teatro y regresar a las 12 (que era la hora hasta la que generalmente se me daba permiso) cuando en realidad estaba decidida a reunirme con mi prima para hacer acto de presencia en la que sería mi primera participación en una exposición de arte. Mi padre, por supuesto no podía enterarse de nada, ya que, de hacerlo, sería capaz de ir a buscarme para hacerme pasar lo que sin duda sería, una de las escenas más bochornosas de mi existencia. Y mira que, a lo largo de mi vida, he tenido muchas experiencias vergonzosas por su causa, pero ahora eso no es lo más importante.

Lo importante es que yo me sentía soñada. Soñada por viajar en un autobús que me llevaría hasta la galería que presentaría una de mis pinturas, y la cual, semanas antes había dejado en manos de mi atolondrada y efusiva prima. Hija de un hermano de mi padre, con quien encima, él no tenía buena relación. Desde luego que ese distanciamiento entre hermanos, podría parecer la causa principal de que mi padre no estuviera feliz con la relación tan estrecha que yo tenía con su sobrina. Desafortunadamente, y para mi muy bendita suerte, la causa principal de su desagrado se encontraba nada más y nada menos que en el hecho de que yo anhelara con el alma ser una pintora reconocida. Para él, y para mi madre ese sueño, era sinónimo a fracaso, y a una vida destruida en manos de la inanición.

Esa noche, recuerdo que me sentía sumamente nerviosa, yo me consideraba una pintora novata. Una artista que apenas comenzaba con una carrera que dependía literalmente de un hilo. Dependía mucho de que esa noche, mi trabajo tuviera más críticas buenas que malas. Y ciertamente, era más fácil que mi trabajo tuviera más críticas negativas, pues reconocía que mi estilo no era algo sencillo de digerir. Era un poco grotesco según algunos, un tanto escabroso. Criticas como esas me llovían la mayor parte del tiempo, pero es que no podía evitarlo, mi estilo desafortunadamente se enfocaba en mis pesadillas, en esas visiones que usualmente tenía y también, en esos indeseables encuentros con…los fantasmas. Con esos espíritus que desde niña me acechaban. Mi primera “pintura”, la cual hice mientras cursaba el primer año de secundaria mostraba (sin saber yo el efecto tan negativo que ocasionaría en las demás personas) a una niña de camisón blanco, con el cuello ensangrentado y con dos pronunciados agujeros que siempre iba a buscarme al salón cuando el momento de recreo llegaba. Sin imaginar que esa niña años atrás había muerto cuando por accidente, durante un instante de inofensivo pero irresponsable rato de juego, un compañero mientras corría hacia ella, terminó por enterrarle unas tijeras en la yugular. Por supuesto que después de que la directora llamara a mi mamá para narrarle lo que (según ella) mi perturbada mente había creado, opté por darle un sentido a mi dibujo mucho más dulce y tierno. Mostrar a una niña sonriente, de la que tuve que convencer a medio mundo tan solo era producto de mi imaginación.

La estrella de esa noche, la obra que yo pretendía pudiera ganar la atención de todos los asistentes, era en la que un ángel y un demonio peleaban ferozmente a las puertas del concepto que a mí me había sido mostrada del paraíso. Las puertas doradas en las que supuestamente San Pedro te estaría esperando al momento de tu ascenso al cielo. La pesadilla de la que esa obra se derivaba, fue una que por mucho tiempo sucumbió mi mente, pues podía ver esa escena como si yo realmente estuviera ahí.

Desafortunadamente, mi pintura no tuvo nuevamente el efecto deseado. Puedo decir que fue apreciada por muchos, pero en otros despertó esa incomodidad a la que yo tanto temía. Por cada comentario bueno, a mis oídos llegaban dos malos. Para cuando la noche terminó, yo lo único que quería era desaparecer, y borrar de mi pecho ese sentimiento latente de frustración.

-no te desesperes…-Fenella, mi prima luego de haber interpretado a detalle mi semblante cabizbajo, colocó una mano sobre mi hombro; en espera de poder transmitirme al menos un poquito de consuelo que, pudiese disminuir la decepción que en esos instantes tenía con respecto a mí misma.

-no te fue tan mal…

-ha sido tu primera exposición, se paciente.

– ¿No me ha ido tan mal?, ¿Enserio piensas eso? -le cuestionaba con brazos cruzados mientras quitaba mi cuadro de la pared-me ha ido terriblemente mal, Fenella.

– ¿Cómo puedes decir que no me ha ido tan mal?, ¿Qué no te diste cuenta de la forma en la que miraban mi pintura?

-no sé porque sigo intentándolo, tal parece que mi trabajo no será jamás reconocido. Quizá yo no sirvo para esto.

-oye calma, esto es poco a poco-insistía pacientemente-nadie llega al éxito de la nada. Esto es de constancia, te lo he dicho-besaba tiernamente mi frente.

-constancia…-suspiraba profundamente-sí, claro…yo…-me tomaba la cabeza con ambas manos, evidenciando mis escasos deseos de mantener la conversación-mejor me voy a casa…dentro de poco serán las 12, y no puedo demorar.

-oh sí…el tío…

-a él no le gustará en lo más mínimo saber que estás aquí; él me odia, ¿No es así?

-no te odia…simplemente…piensa que eres una mala influencia para mí. Ya sabes cómo es.

-pues creo que él ya no puede decir eso, prima. No cuando ya hace mucho dejaste de ser menor de edad. Ya eres una verijona, inclusive…-sonreía entre tintes traviesos-ya ni siquiera sigues siendo virgen.

-Fenella…-pronunciaba su nombre mientras algunos rubores subían a mis mejillas-por favor…no empieces con tus cosas.

– ¡¿Qué?!, ¡Pero sí es la verdad!, ¡Ya hasta cojes!

– ¡Fenella! -le reprendía fuertemente- ¡Ya basta!

-deja de decir eso; mejor me voy, se me hará tarde y mi papá me regañará. Te veo el martes.

-claro, pero no te enojes. Yo solo decía las cosas como son, Bella.

-no me enojo, solo estoy cansada…eso es todo-tomando fuertemente mi cuadro, me dispongo a salir de la galería, sin tomar más en cuenta los intentos de mi prima por hacerme sentir bien. Con el frio inundando mis huesos, logro llegar a la parada para tomar el autobús que podría llevarme de vuelta a casa.  

Infelizmente, uno de mis defectos es que yo jamás he aprendido a calcular tiempos. Es decir, siempre creo que llegaré a una hora especifica en un lapso corto de tiempo. Esa noche, para colmo, sería prueba de ello. Mi error, me llevó a llegar con mi padre a las 12: 30. Y eso, ya de ante mano, sería sinónimo de confrontación. Y sí, no estaba equivocada.

– ¡Es que no me interesa que te hayas quedado a platicar con ella, Bellita!, ¡Tú prometiste llegar a una hora, y no cumpliste!, ¡¿Con que confianza volveré a darte permiso?!

-bueno, papá…no es que como que tengas que volver a darme permiso…ya estoy grande, y además no estaba haciendo nada malo.

-ya te dije que el tiempo se nos pasó volando. Luciana, me invitó a su casa después de la obra, y no pude negarme. Tenía mucho de no verla, y quisimos platicar de muchas cosas.

-pues sí, pero Luciana no pensó en ti.

– ¡Mira que dejarte ir tan tarde!, ¡Cómo si ahorita las cosas estuvieran para que una niña como tú ande sola por las calles!

– ¡Pero es que ya estoy en casa! -replicaba molesta por la abrumadora insistencia de mi padre- ¡No me pasó nada!, ¡Y si me permites, lo único que quiero hacer es dormir!

-me siento cansada, ¿De acuerdo? Mañana terminamos de hablar-tras dar un profundo y extenuante suspiro, doy la media vuelta para encaminarme rumbo a mi habitación.

Ahora lo único que restaba hacer era abrir la puerta y encontrarme con mi compañera fantasmagórica, la elegante Beatriz. Como era de esperarse, mi peculiar roomie me sorprende a mi llegada, con esa postura que irónicamente no pretendía ser inoportuna, sino más bien cálida y hospitalaria. Sentada en la cama, mientras se abanicaba con su tan refinado y vistoso abanico.

-bienvenida, querida…-decía la tan distinguida dama- veo que la noche fue bastante prometedora para ti, me imagino que tuviste éxito en tu exposición.

-pues…con respecto a eso…si no le importa, no me gustaría hablar mucho…me siento un poco cansada y mañana hay mucho que hacer.

-sí, entiendo; no te preocupes, Marbella. Mañana hablaremos…

-te dejaré dormir tranquila…-se levantaba de mi cama, tras ver que mi cuerpo pesado se dejaba caer.

– ¡Ah, pero ante de irme! -se detenía en seco frente a la puerta- tienes que saber que tu maquina rara estuvo sonando mucho.

– ¿Se refiere a mi computadora? -le interrogaba con curiosidad.

-sí, estuvo sonando una campanita…

-ah…sonó así porque recibí una nueva notificación…-más de a fuerza que de ganas, me levanto de la cama para conocer a detalle la notificación que en tan mal momento había llegado. Levanto el monitor, viendo que, en la página principal de mi pantalla, se me informaba que sorpresivamente mi solicitud había sido respondida de manera positiva. Una solicitud que envíe para que se me aceptara en un grupo donde mi única intención era conocer personas. Personas que me ayudaran a dejar atrás mi solitaria y rutinaria vida. Un grupo de chicas gay.

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