CAPITULO 2: «Bellita»
Son las 7 de la mañana y yo ya debo levantarme para iniciar con mi rutinario día. Lunes por la mañana y yo ya tengo que empezar con mi horario tan disciplinado, tan rígido. Todo es igual, absolutamente todo. Cada detalle que mis ojos inclusive contemplan al despertar. Incluida a la mujer que siempre me ve dormir desde el marco de la puerta de mi habitación. Una mujer de ropas antiguas y muy largas. El olor a nardos que siempre le acompaña es lo que más recuerdo. Aún inclusive cuando niña la podía ver, y aunque llegó a infundirme miedo, la verdad es que con el paso de los años se volvió mi mejor amiga, más que una antepasada que por ahí vaga a causa de esos asuntos pendientes que terrenalmente dejó inconclusos. Su piel es pálida y acartonada, tanto que, al sonreír, parece que los labios se le van a desgarrar. Su apariencia es más apegada a la que tenían las mujeres durante la época del «porfiriato». Sin duda, una mujer bastante refinada en vida, pero que por cuestiones del destino que jamás entenderé, no nos heredó ni un solo peso. Lo que nos lleva a vivir como cualquier persona en esta transitada ciudad.
Yo vivía a orillas de la caótica ciudad de México, la cual, por cierto, recorría día a día todas las mañanas en búsqueda de una oportunidad laboral. Por supuesto que, para una recién egresada, no era una misión sencilla de realizar. La agónica frustración que me invadía a causa de sentirme inútil por no poder conseguir un trabajo me invadía constantemente, inclusive por las noches, arrebatándome la posibilidad de si quiera poder cerrar los ojos, mientras me perdía viendo al techo. En fin, al despertar la historia era la misma. Yo me levantaba con pesadez, al a par de la mirada intensa de esa mujer que con maternal cariño me daba los buenos días, mientras se abanicaba con ese largo abanico negro de encaje.
-siempre tan madrugadora, Marbella…
-siempre tan responsable con tus labores; me recuerdas a mí cuando era apenas una virginal chiquilla.
-buenos días, Beatriz…-respondía entre un bostezo, mientras mis brazos se estiraban plácidamente-aunque no sé cómo tomar su halago. Me refiero a que…creo yo que lo de «virginal» está demás.
-tómalo justamente como eso, niña; como un halago. Yo tenía una reputación excepcional.
-tal y como tú…aunque…-me miraba detenidamente, mientras miraba con sutil desagrado la forma en la que me quedaba sentada sobe la cama, con semblante encamorrado y mirada fija sobre el suelo.
-bueno…los tiempos eran muy distintos, pues a tu edad yo ya estaba bien casada y con cuatro hijos.
-usted lo ha dicho, Beatriz…los tiempos eran otros…la verdad es que a mí no me interesa estar casada…y mucho menos con hijos.
-eso me lo has dicho muchas veces, y conozco perfectamente las razones que te llevan a pensar así. Claro que, por lo que he escuchado…tus padres piensan distinto, ¿No es así?
-por los clavos de cristo…-sonreía sutilmente-en más de una ocasión he llegado a pensar que los pobres ni siquiera tienen el gusto de conocer bien a su hija. Creen que saben todo de ti, pero la verdad es que no tienen idea.
-y es mejor que eso siga siendo así-respondía con seria y determinada postura, mientras me despojada de la pijama-es preferible que sigan pensando eso. Lo que menos quiero es tener problemas, y usted sabe a qué me refiero.
-sí, claro que lo sé, muchacha…pero…
– ¡Bellita! -se escuchaba la voz de mi padre en la parte inferior de la casa. Específicamente y conociendo a la perfección su rutina, de la cocina.
-será mejor que me dé prisa…mi papá ya tiene listo el desayuno. Tengo mucho que hacer hoy-rápidamente me colocaba la blusa blanca que había dejado colgada en la manija de la puerta, junto con esos pantalones negros.
-la veré después, Beatriz; ¡Deséeme suerte! -salía presurosa de mi habitación, cerrando la puerta tras de mí.
-claro…-respondía la espectral dama-suerte…-se despedía con confundido semblante.
-pero qué niña…-sonreía tiernamente- ¿Cómo es que puede entenderse con sus padres?
Antes de salir, yo siempre procuraba cerrar las ventanillas que dejaba abiertas en la pantalla de mi computadora, pues en el fondo, siempre intuí que Beatriz era un fantasma bastante curioso. Más de lo que solía decir. Y pese a que ya había compartido con ella información valiosa sobre mí, reconozco que existían ciertos detalles que prefería mantener ocultos de sus ojos chismosos. Para mi buena suerte, hasta ese momento, no existían grandes y relevantes detalles que yo debiera proteger. Solo estaba el hecho (que ella conocía) de que desde hace unas semanas había ingresado a una aplicación de citas por internet. Una que me permitiría conocer chicas. Sí, sé lo que dirás, me imagino exactamente lo que estarás pensando de mí. En mi sincera defensa puedo decir que, al contrario de lo que podrías estar imaginándote, yo solo pretendía encontrar amistades. Y es que, tú no estás para saberlo, ni yo para contarlo, pero en años anteriores la había estado pasando muy mal. Tanto que, desgraciadamente caí en un estado de depresión del que me costó mucho salir. No obstante, y a causa de mi aparente mala suerte en cuestión de entablar nuevas relaciones amistosas, nadie se había puesto en contacto conmigo.
– ¡Ay!, ¡Pero sí mi Bellita ya se despertó!
– ¡¿Cómo despertó la reina de esta casa?! -con un beso afectivo sobre mi mejilla, mi padre me recibe en el comedor. En donde un plato repleto de chilaquiles me esperaba.
-hola, papá…-respondía con sutil sonrisa-muy bien, gracias-se sentaba frente a la mesa.
– ¿Y tú?
-muy bien…aunque hoy tengo muchas cosas que hacer. Tu hermano vendrá a comer esta tarde, así que la comida tiene que estar lista para antes de la 1.
-apenas son las 7 -le miraba con curiosidad- ¿No se te hace que es demasiado temprano?
– ¡No, por supuesto que no!
-estamos justo a tiempo, además recuerda que su hora de comida es limitada-me miraba detenidamente.
– ¿Qué pasa? -le cuestionaba al darme cuenta de la forma tan insistente y desaprobatoria con la que contemplaba mi pantalón.
-no…ese pantalón no está bien planchado. Te he dicho muchas veces que cuando tengas algo que planchar me lo des una noche antes.
-sabes bien que no me gusta que andes por ahí con la ropa arrugada. Especialmente cuando vas a solicitar trabajo. Dámelo, yo te lo plancharé.
-no creo que sea necesario, papá. Yo lo planché ayer con mucho tiempo de anticipación. Además, ya no soy niña-sonreía tímidamente-sé encargarme de mi ropa.
-pues no parece…-respondía con tono irónico de voz-en fin, eres tú la que se ve mal…
-papá, por favor…no empieces…-le miraba con amarga sonrisa, mientras intentaba degustar de mi desayuno humeante.
-es que no quiero que te vuelvas una fachosa como tu mamá. Sabes bien cómo es que ella vestía…toda arrugada…recuerda que yo mismo tenía que planchar su ropa antes de irse a trabajar.
-su presentación siempre dio mucho de qué hablar.
– ¡Ha! y pensar que fue una malagradecida. Yo que siempre la procuré y ve. Decidió romper con todo lo bueno que yo le daba. Esa mujer sin duda, está loca. Le falta cerebro…bueno, siempre le faltó.
-tú bien sabes que cuando vivía aquí jamás tuvo carencias.
– papá, ¿Sabes? -respondía cabizbaja, sintiendo que, en mi boca, el sabor de los chilaquiles se tornaba amargo en mi lengua, ante esos comentarios que mi padre solía hacer con respecto a mi madre-será mejor que me vaya…
– ¡Ah!, ¡Pero, ¿A dónde vas?!
– ¿Enserio piensas que te dejaré ir sola?
-no, yo te llevaré…solo espera a que me bañe y nos vamos.
-pero, ¿Cómo?, ¿Que no se supone que estabas muy ocupado con la comida?
-no, tú quédate. Yo puedo irme sola…
– ¡Bah!, ¡¿Cómo crees que te dejaré sola?!
-jamás he dejado que andes por ahí. Bien sabes que la situación no está como para que una niña como tú ande sola por las calles.
-está bien…como tú digas-sonreía con amargo semblante.
Lo más probable es que ante mi reacción, yo he de quedar como una ingrata, pero la verdad es que esa no es mi intención, y jamás lo será. Mi padre, siempre se ofreció en todo momento a darnos lo mejor como bien lo mencioné antes. Mi reacción, sin embargo, se derivaba del hecho de que tras esas consideraciones que él tenía conmigo, se escondía una humillante realidad. Para mi progenitor yo no era más que una inútil. Una chica que, pese a ser ya una mujer, no tenía ni la más remota idea de cómo funcionaba el mundo. Y lo peor, es que era cierto, no lo conocía, porque para mí; hasta cierto punto, era más sencillo no hacerlo. Después de todo, tenía comodidades. Y una libertad nula. Podía llegar a tiempo a todos lados gracias a que mi padre me acostumbró a su auto, pero mis alas, eran diminutas y frágiles. Tanto que, sin duda, podrían romperse con la más mínima ventisca.
Tras horas y horas de ingresar solicitudes a distintas empresas y de no recibir respuestas; mi padre y yo finalmente regresamos a casa, entre una conversación que dejaba en evidencia lo extraña que, en ocasiones, le resultaba ser. Pues, aunque me habría gusto que fuera distinto, lo cierto es que, hablar con mi padre de lo que podía hacer, era bastante complicado. Jamás podía explicarle la razón de que, a mí, en ocasiones, se me escuchara hablar sola. Cuando en realidad no lo estaba. O del porqué, en mi closet había tan poco espacio…espacio que yo prefería ocupar para esas pinturas que en mis ratos libres había creado y que esperaban pacientes a que un día, pudieran ver la luz del sol, y el reconocimiento público.
-ánimo, hija; no te desesperes. Ya verás como en cuestión de tiempo, alguna de esas empresas se pone en contacto contigo-decía mi padre con una dulce sonrisa en los labios.
-eres una joven preparada, sin duda, encontrarás un buen trabajo.
-sí, claro…-respondía con celular en mano, en espera de que lo que mi padre decía fuera verdad. Para mi buena suerte, pero en tan inoportuno momento, un mensaje desvía mi atención de papá. Al abrirlo, una sonrisa entonces emerge sobre mis labios.
– ¿Qué pasa, Bellita? -le miraba con curiosidad- ¿Ya te han contactado?
-emm…no…es solo un mensaje…-respondía entre una sonrisa nerviosa-ya vuelvo…iré a mi habitación.
-yo iré al mercado, aún faltan cosas por comprar-abandonaba la casa, facilitándome a mí el poder leer con detenimiento ese mensaje que, sin duda, había alegrado mi día.
Sutilmente, muerdo uno de mis labios, como quien se dispone a realizar alguna travesura. Algo que, definitivamente; ameritaría un contundente y rotundo sermón.
«Prima, más vale que vengas esta noche a la exposición; no en valde he estado recomendando tu trabajo; así que trae tu trasero aquí con la última pintura que me enseñaste. Te espero a las 9 en punto. No faltes» Ante ese mensaje, no había mucho que hacer para poder negarme.