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De un tiempo acá pulula la falsa creencia de que cuanto más traspases tu propio horario laboral, más valor tienes como empleado. ¡Vaya calamidad! Es más, expresiones como «Fui la última —o el último— en irme de la oficina», han sido pronunciadas con un orgullo exacerbado, casi irracional, como si fuesen merecedores de un premio, de una medalla al mérito sin importar el propio parámetro de horario al que están irremediablemente sometidos de forma laboral, recreativa o simplemente personal, por lo que, como punto de partida, habremos de definir un horario (cualquiera) como el periodo de tiempo concertado para el desarrollo de algunas actividades, sean cuales fueren estas.

En el plano laboral, los horarios son un instrumento imprescindible para la medición del trabajo y están relacionados con las llamadas «horas/hombre» u «horas/persona», concepto que comprende un periodo de horas laboradas.

No resulta inasequible comprender estos conceptos básicos relacionados con cualquier horario laboral, ya que estos horarios se extienden a toda clase de actividad considerada y reunida bajo el término «trabajo»: los bancos lo tienen; el transporte público los usa indiscriminadamente a través de rutas y turnos —o deberían hacerlo—; las empresas suelen regularlo a través de checadores digitales que marcan la hora de entrada y de salida del personal, y un largo etcétera.

Ahora bien, ¿por qué los horarios siguen sin respetarse para una gran cantidad de empleados que, al parecer, terminan regalando su tiempo al empleador para ganarse, no solo su salario sino su simpatía, respeto y aprobación?

Este tipo de horarios —los laborales— casi siempre son inamovibles, sobre todo en lo referente a puestos de trabajo orientados al servicio al cliente, es decir, aquellos que comprenden un periodo de tiempo fijo de servicio.

Sin embargo, resulta contradictoria su transgresión por una flagrante falta de empatía en relación al uso de estos mecanismos de medición y regulación de las horas laborales de dichos puestos.

Es posible que la única forma de trascender un horario sea cambiando de paradigma en virtud de la tan anhelada producción laboral, que es el objetivo último de todos las actividades englobadas bajo el término «trabajo».

Y ese otro paradigma —el novedoso— sería el de trabajar por objetivos, de manera que al empleado se le otorgue una mayor libertad del uso de su tiempo laboral para que sea capaz de disponer como le convenga de este bien inmaterial con tal de cumplir con los objetivos que le sean demandados en su puesto laboral.

Por supuesto, esto es sumamente complicado de aplicar a aquellos trabajos donde lo que se estima es la atención al cliente, debido principalmente a la inmutabilidad de las horas a las que están sujetos.

Es decir, si el asalariado no puede sujetarse a este nuevo paradigma laboral, por ende tendrá que cumplir con un horario fijo, llegando a la hora indicada para poder salir a la hora que marca el final de su jornada o turno laboral en el reloj.

Visto de esa manera no es tan difícil de asimilar cada uno de estos dos distintos paradigmas laborales:

1) o se tiene un horario para producir un resultado específico; o 2) se tiene una lista de objetivos por cumplir en su trabajo sin que la presión tenga que recaer en un periodo de horas laboradas, o sea, olvidándose del reloj.

Una vez comprendida esta flagrante diferencia podemos ser mucho más conscientes de lo que implica un horario y respetar los tiempos establecidos tanto en materia laboral como de los que somos simples usuarios que, a su vez, comprenden los horarios laborales de otras personas que trabajan indirectamente para y por nosotros, por ejemplo: los empleados de los bancos; los choferes, los camareros que atienden los establecimientos que visitamos los fines de semana con la familia; de manera que podamos dejar de una vez de lado la falta de empatía por el otro, la misma falta por la que se obliga a un empleado a extender, de manera casi necia, su horario de trabajo para satisfacer a los demás, desde su jefe hasta los clientes o usuarios del servicio que brinda con miedo de protestar y que dicha protesta pueda tomarse como una pésima actitud laboral; una que bien puede conducir a su indefectible despido.

Tal vez respetándosele pudiera ser que su producción (como en los albores de la época industrial) sea mucho mayor y de mejor calidad y, sin duda alguna, el ambiente laboral se verá significativamente mejorado.

Algo que no tiene precio tanto para los jefes como para los demás empleados que tienen que convivir en un mismo espacio físico con sus iguales.

Entonces, apreciables lectores, la fórmula es simple: ¡respetemos los horarios como nos gustaría que nos respetaran a nosotros mismos!, creando con ello un mucho mejor ambiente de trabajo, de cultura laboral, de empatía y convivencia social y, al mismo tiempo, volviéndonos más sensibles, responsables y previsivos en nuestra forma de planificar nuestro día a día de tal forma que no tengamos que ir presurosos, ajetreados y sin la menor dilación de un lado al otro trastornando e interfiriendo injustamente con los horarios de los que sí llegan a tiempo a cumplir con sus propias obligaciones. De esos que están sujetos a un horario inamovible, pero no encadenados a este sino dispuestos a servirnos en nuestras necesidades diarias, ¿no lo creen?

ABSTINENCIA
Tomando Conciencia... Movimiento Feminista

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