Pocos niños rumbo a la escuela. Mi madre, dándome las recomendaciones que debo seguir para no contagiarme del virus. Dos cubre bocas sobre mi rostro, así como una careta que se empaña cada vez que respiro. Pero eso no me impide seguir aprendiendo. Estoy feliz, un grado más, quinto año de primaria.
-No te quites tu cubre bocas, y si te vas a tomar tu agua de limón, retírate de tus amigos, antes de comer tu tortita de huevo, lávate dos veces con este gel que te dejaré en tu mochila, después de comer también. No saludes de mano, no abraces, no te acerques a tus compañeros, siempre alza tu brazo para medir la distancia, no queremos que te nos vayas a enfermar. Ah, no te quites el escapulario de san juditas que te dio tu abue, es para tu protección.
Después de estas recomendaciones de mi madre, entro a mi escuela. ¡No hay nadie!, creo que soy el primero. Son las 7:55. A.m. Dos maestros llegan, saludan desde lejos. No logro reconocerlos, los veo bastante gorditos. Ya tenía mucho tiempo de no venir a clases. Preferiría poner mi computadora y verlos por la pantalla. Así podría dormir más tiempo.
La campana suena. En toda la escuela solo hay doce alumnos. Ocho niñas y cuatro niños. Maestros solo hay cinco, tampoco vinieron. Nos invitan a conocer nuestros nuevos salones. Huele a humedad.
El maestro nos saluda. No sabemos si sonríe o está enojado, también trae cubre bocas y su careta.
-A ver tú, ¿dime cómo te llamas? Me dice el maestro señalándome con el dedo.
-este, ¿Quién yo? Le respondo nervioso.
-Claro, te dije a ti. ¿Cómo te llamas?
-Roberto Huerta, pero mi abuelita me dice Robertito. Ella vive con nosotros.
-Muy bien Robertito, dime, ¿estudiaste durante todo este tiempo?
No sé qué responderle, me pone nervioso, los demás niños se me quedan viendo, no sé qué decir, empiezo a sudar frio, mi careta se empaña y el maestro sigue viéndome con ojos de pistola a punto de disparar. Inmediatamente se viene a mi mente mi abuelita cuando algo le va mal y se pone a rezar, según san goloteo, versículo 3.1416, no me puedo concentrar.
Junto mis manos y digo en voz baja” padre nuestro que estás por los suelos, y re tiemble sus centros la tierra al sonoro rugir de la torre de David y la barca de oro”. De nueva cuenta el maestro insiste:
-Robertito dime, ¿estudiaste en este tiempo de pandemia?
-ora pior, ¿Qué le contesto? Si cuando nos daba clases la maestra por video llamada yo quitaba la cámara para que no vieran que jugaba con mi celular, por eso no estudié. Si le digo me va a regañar. Ni modo, le tendré que ofrecer mi torta de huevo a ver si así me deja de preguntar y busca a otro niño para sus experimentos.
-No se asusten, no les va a pasar nada si contestan que no estudiaron, para eso estamos aquí, para ponernos al corriente y aprender, aquí iremos poco a poco puliendo los errores que se cometieron anteriormente.
Eso me hubiera dicho desde el principio, pero que ganas de torturarme con sus preguntas en clases.
Los demás niños se presentan. El tiempo ha pasado muy rápido. Es hora del receso. Solo que no podemos salir, en nuestros lugares debemos de permanecer sentados.
No debemos de jugar ni acercarnos a nuestros amigos. Y que bueno, porque así no le convidaré a nadie de mi torta de huevo. Por cierto, está apachurrada. Y por fin suena el timbre de salida. El maestro escribe la tarea para el día de mañana.
Debemos de buscar qué se celebra el 15 de septiembre, aunque esa pregunta ya me se la respuesta, se celebra el grito, además se hace pozole en la casa y mis tíos compran tequila y se ponen bien borrachos, aunque luego hasta pleitos hay.
A pesar de todo, el primer día de clases me fue muy bien.